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sábado, 29 de diciembre de 2018

DÍA 333

El creacionista del día. Alma Carbajal G.









Cerraste el ataúd de una aflicción desesperada,
cercenaste la alegría
y no importo manchar aún mas tu conciencia.


Hace un año, tras la campanada fúnebre,
todos los recuerdos a tu lado,
dejaron una herida
de tono ceniza.


Mi dolor no era tu dolor,
tu amor,
no era más que la agonía de un sentimiento,
siempre a expectativa
siempre muriendo.

Hoy hace un desdibujado día 333,
y tu voz,
tu alma,
tu alegoría sucia de la vida
junto con todo recuerdo,
van perdiendo tonalidad en mi memoria.


Hoy tras 333 pensamientos,
ya no te recuerdo.





martes, 25 de diciembre de 2018

DEVENIR NADA

El creacionista del día. Carlos Ryuten









La muerte es la circunstancia más importante de la existencia humana (claro está, después del nacimiento), y, por lo tanto, se vuelve en el primer misterio que el hombre ha tratado de descifrar a través de los tiempos, tal vez sea por una natural predisposición a intentar dominar cada aspecto de la existencia, incluido lo único que condiciona originalmente la nulidad de la vida.

La vacuidad que significa la muerte, ha tratado de ser “rellenada” de manera insistente en los sistemas culturales de gran parte del globo terráqueo y a lo largo de la historia. Esto no es sorprendente si tomamos en cuenta que el cerebro, normalmente, trata de rellenar los vacíos lógicos que encuentra, lo que nos permite pensar en la posibilidad de “acceder” -por decirlo de alguna manera- a la nada.

Sin embargo, también debemos tener presente que el sentido racional que se ha intentado dar como respuesta al misterio de la muerte, cae por su propio peso, dado que no existe una evidencia a favor o en contra tanto de la nada, como de una vida extramundana, lo que significa, necesariamente, que solo podemos tener una actitud escéptica ante dicha aseveración, por lo cual, filosofar, es decir, pensar, discutir, teorizar, reflexionar, cuestionar e interpretar la muerte, se vuelve un ejercicio sumamente importante, pues ello nos significaría pensar en nuestra situación límite y reflexionar sobre nuestra vida, lo que de ella esperamos y cómo es que construimos nuestra existencia particular.


Cierto es que, cuando pensamos en el sentido límite de nuestra existencia, nos topamos con una barrera auto impuesta, es decir, nuevamente consideramos nuestra vida como un fracaso por no "llegar a ser" aquello que el horizonte del deseo nos prometía. Sin embargo, la vida, al carecer de un fin determinado, y al ser horizonte de libertad, muestra cuan insignificante puede ser nuestra vida si no intentamos darle un sentido de significación. Este sentido solo puede darse con la auto interrogación, no para descubrir quién soy, más bien, para saber que no lo puedo todo. La muerte es el acontecimiento más concreto, pues nos devuelve a la paz de la nada, pero para entender está paz, primero se debe sufrir, por ello dirá bellamente Zambrano: "la filosofía es la preparación para la muerte, y el filósofo, el hombre maduro para ella”.


Mientras que las civilizaciones antiguas manifestaban un profundo respeto por el “más allá”, realizando rituales, ofrendas y un profundo concepto de fe en la vida ultraterrena. Si observamos las civilizaciones más importantes de la antigüedad, comprenderemos un estrecho vínculo dado entre la muerte, como una recompensa por una vida bien conllevada, incluso, en la religión hindú se manifiesta el dharma (vida correcta), como condición de ascenso en el ciclo del samsara, es decir, que la persona en su próxima vida podría “renacer” en una casta superior. También estaba, por supuesto, la consideración contraria, pues si la persona no había llevado una vida cabal, podría bajar de rango o incluso renacer en un animal. Es sumamente importante comprender esta relación con la muerte como ciclo de renacimiento, pues conlleva una responsabilidad con nuestros actos como condición ética. No es la muerte un castigo o una recompensa, más bien, es una transición en el paso del perfeccionamiento del alma, que debe conducir a la destrucción del velo de maya y la ruptura del ciclo del samsara, para convertirse en “nada”.

Otro sentido que se ha dado a la muerte, es el de la recompensa y castigo. Podemos observar diferentes mitos sobre un cielo o infierno, es decir, un premio por una conducta ejemplar, o una condena por una mala vida. De alguna manera podemos interpretar esto como una condición de poder ejercida hacia el pensamiento mismo del humano, condicionando su conducta y sus acciones ante la promesa de una eternidad en la cual le es imposible decidid o siquiera realizar un acto de libertad. Por supuesto, aquí la muerte tiene un aspecto de concatenación social, y su propósito es netamente punitivo y estatal. Se trata de seguir las normas erigidas por el regente, para obtener algo de acuerdo a su comportamiento.


Ya en el mundo cristiano, la muerte se observa como un castigo divino, impuesto al humano por haber desobedecido los mandatos que le fueron asignados, por lo cual, la muerte pasa a ser una situación de vergüenza. La vida ahora se ha vuelto más dura, se ha vuelto en un tormento, y la muerte no significa una liberación a este tormento, en realidad, solo es un estadio temporal mientras llega el juicio final, lo que significa una sumisión más fuerte al poder de la iglesia.

Ya en el mundo prehispánico, específicamente en la cultura Mexica, la muerte no es un acto punitivo o de premio, si bien es cierto que tiene distintos tipos de paraísos, a los cuales se accede dependiendo de la causa de fallecimiento, es el viaje a Mictlán lo que resulta más interesante. Es cierto que otras civilizaciones han pensado en un inframundo lleno de obstáculos y penurias, pero, normalmente estos se dan con el propósito de revivir, lo cual ha permitido dar interpretaciones simbólicas como los mitos órficos o eleusinos. Sin embargo, aquí el viaje se da en un proceso de deshumanización en el más puro sentido de la palabra, me explico: desollar el cuerpo, infligir dolores, ser arrastrado por los vientos (clara interpretación de la perdida de la razón, los sentimientos y de la mente en general), etc., significa aquí una perdida con toda la condición pasada en vida, una renuncia categórica a todo lo que pueda significar lo humano, para fundirse finalmente en la nada. Así, pareciera que el destino concreto de todo ser humano es devenir nada, a saber, que la vida misma carece de un sentido especifico, y, por lo tanto, de un telos que lo pueda conducir hacia un horizonte más prometedor o mejor. 


El hombre, al final, será devorado por la nada misma al final de su existencia, sin importar si fue bueno o malo, lo que a muchos podría conducir a un nihilismo al carecer de fundamento la existencia misma. Sin embargo, aquí es donde se vuelve más potente el pensamiento náhuatl, pues nos indica una profunda conexión entre el actuar humano, y una ética incondicionada por un premio o un castigo. Es, quizá, una de las pocas culturas que piensa la relación de la vida como una ética por si misma, y a la muerte, como un desprendimiento que necesita de la vacuidad del mundo para fundirse con el todo. Tal vez, una interpretación de dicha condición tenga que ver con las guerras floridas, pues estas, al darse como una ofrenda de sangre a los campos para mantenerlos fértiles y como un agradecimiento a los dioses por permitirles existir, nos muestra una estrecha relación entre el humano y la naturaleza. Después de la muerte, podríamos decir, persiste el espíritu, y este regresa en ciertos días para volver a convivir con su familia, lo que significa que aún no se extingue, lo cual es un sinónimo de subsistencia por medio de las cosas mundanas.



 Para volverse uno con el todo, es decir, llegar a extinguirse y ser una especie de “abono” para lo mundano, debe olvidar incluso lo que retiene en su alma de la vida pasada, de ahí que tenga que sufrir tales martirios para estar junto a Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl. Es el sentido más hondo del sufrimiento como condición primaria para encadenarnos a este mundo por medio de los deseos, o, a lo que Schopenhauer llamara “voluntad de vida”. Así, la muerte es solo una condición de un estadio del paso del ser al del no-ser, en el sentido más humano, pues no existe un porvenir en la llegada al Mictlán.


Al final, la muerte puede darnos distintas formas de significación e interpretación, todas igual de validas, pues en realidad nos manifiesta, de alguna manera, la misma visión que tenemos sobre la senda de nuestra vida. Es cierto lo que dice Epicuro, mientras la vida es, la muerte no es, cuando la muerte es, la vida no es, pero siempre debemos tener en cuenta que la muerte, en último caso, la legamos a quienes nos sobreviven, de ahí que debemos tener una mayor responsabilidad con nuestro aspecto limite, ya que él nos pertenece solo a nosotros, y en cuanto este se da, se vuelve de un orden público. La vida se puede dar en la dimensión de un espacio interior, pero la muerte también se puede convertir en la desnudez y la irrupción de ese espacio privado. Por eso, la muerte debe ser algo sagrado, que debe servirnos para reflexionarla en el campo de la hermenéutica y la filosofía, y no en el campo de lo individual, pues muchas veces, lo que sufrimos no es la pérdida de un ser querido, si no, la condición de posibilidad de un goce con aquella persona, un sentimiento más egoísta que debe ser puesto en juicio para comprendernos a nosotros a mismos, y no poner en juicio al fallecido por sus actos, pues estos, ya han sido condenados al reposo del pasado.





martes, 18 de diciembre de 2018

LUZ DIÁFANA

El creacionista del dia. José Luis Pérez Fernández.








De la vida nunca espere nada, 
y nunca creí en las almas gemelas, 
pero la vida me calló la boca 
y me llevó a los brazos de mi ángel de la guarda.



Querido ángel no te apartes de mi, 
pues en el momento en que lo hagas, 
seré uno más jugando a vivir
sin realmente saber lo que es la vida. 



Querido ángel,
seguid iluminando mi alma con tu aura bendita,
pues ni la pureza del cielo se compara con tu presencia. 



Querido ángel, 
dame alas para volar 
una y diez vidas más a tu lado. 



Querido ángel, 
a partir de este día mi vida,
 mi corazón y mi alma te pertenecen 
y formaran parte de ti 
hasta que nuestras almas queden totalmente extintas.



jueves, 29 de noviembre de 2018

Abandonar la prepa

El creacionista del dia. Adán Echeverría












Le llamaría Ripetti para burlarse de aquel hombre que había abusado de ella en la preparatoria. Por cuestiones de idiosincrasia, moral y esas imposiciones que norma la iglesia mexicana desde la Conquista ella no podía acudir al aborto como sus compañeras de escuela lo hacían, ahí con el Dr Chávez en la colonia Sarmiento. No. Ella era niña de su casa, y como tal tenía que ser bien portada. La continua opresión familiar la acorralaba: Niña, no corras; las niñas no sudan ni andan empujándose; qué juegos son ésos, chamaca, hasta pareces varón. Una señorita tiene que sentarse con las rodillas pegaditas, y cuando uses falda ponte la palma de la mano derecha enfrente, para que nadie pueda mirarte los calzones. "Me hartan los calzones", decía Rebeca refunfuñando mientras corría a su cuarto, tumbándose en la cama para sollozar a sus anchas, al sentirse vigilada por la madre, la abuela, los hermanos.

Tu padre y tus abuelos han construido este apellido que llevas, con mucho empeño, constancia, y buenas relaciones; no vas a venir tú, ahora, a ensuciarlo con tu mal comportamiento. "Dirán que con mucha poca madre ", murmuraba la chica a solas mientras garabateaba en una libreta que llevaba a la preparatoria, harta de la cantaleta de siempre.

Ripetti; así quiero que se llame.

Pero ése no es nombre de cristianos, chamaca, cómo le vas a poner así.

Pues pueden ponerle Jacobo, Manuel, José, o como se les de la gana, pero créame madre, yo le llamaré siempre Ripetti; que no le quepa duda.

Era un reacomodo de letras para recordar a aquel maestro que siempre perseguía a las muchachas y que, a pesar de que Rebeca no era una chica fácil, tampoco se había comportado como una santurrona cuando lo tuvo enfrente y a solas.

Empezaban los ochenta, AC/DC andaba de gira presentando las rolas de Back in black, habíamos sobrevivido la complicada década de los 70; con el mundo llegando a la cúspide de la guerra fría entre el bloque socialista y el capitalismo americano, y poco faltaba de ese año para que John Lennon muriera asesinado. Era octubre, en la preparatoria aquel profesor de filosofía, que pasaba ya de los cincuenta años, comenzó su continua cacería de inicio de curso: "Las muchachas de prepa no piensan", reía frente a sus compañeros desde aquellos días cuando comenzara a dar clases apenas cumplidos los 25: "Viven en una disyuntiva: para sus padrestodavía son niñas, y para sus compañeros comienzan a oler a hembra. Ellas lo saben, y mucho hacen por sentirse atractivas. La libertad del rock que se escucha en las estaciones de radio, el espíritu que camina con la moda, todo aquello de la igualdad sexual que se pregona, las lleva derechito a nuestras camas. Las hacemos brincotear un rato, y luego las mandamos a volar. No falla, gallo; es en serio".

Pero esta idea recurrente que al principio sonaba divertida, dejó de parecerlo para sus demás compañeros porque, como era lógico, crecieron; se hicieron adultos responsables, profesores de cátedra, padres de familia, y con el paso del tiempo, igual se fueron transformando en padres de chicas que estudiarían la preparatoria. Pero el compañero Milton Repatti no pudo entenderlo.

"¡Hey Repatti!", le gritaban los compañeros por los corredores de la prepa cada septiembre: "¡Ya miraste a la chaviza!" Y el profesor Repatti, saludaba cortés, con los ojos persiguiendo siempre algunas pantorrillas, y una sonrisa desencajada metiéndose entre los ojos de las chicas que cada año pasaban por las aulas: "¡Claro que sí, gallo, desde temprano estoy de cacería!"; solía confirmar. Sus compañeros lo dejaban ser, pero aparte, cuando Repatti se ausentaba, entre ellos lo maldecían: Pobre hijo de puta, está casado, con hijas ya casaderas, y sigue en la misma voluntad idea fija. Como su hermano es el mero máster de la Universidad, ni quién lo corra al cabrón. Hay que llevarse bien con él, porque si lo acusas, capaz que eres tú el que se queda sin trabajo.

Poco tuvo que pasar para que el profesor Repatti, coincidiera con Rebeca en aquella escuela. Años después el mismo Roger Bartra hablaría así del 'libre albedrío': "El hombre cree que toma decisiones por sí mismo, y que ésa es su gran libertad; qué equivocados seguimos estando". Y Rebeca no tuvo escapatoria. Odiaba a su madre y a toda su familia, y en la prepa, su segundo hogar, conocería a un profesor de filosofía mayor de cincuenta años, dedicado a perseguir alumnas.

Si te acuestas con él, olvídate de estudiar su materia. Te pone puros dieces. Hasta te ayuda con otros maestros para que te pasen; el viejo está bien parado.

¿Y aquello, también está bien parado?

Jajajaja, pequeño, pero todavía le funciona. ¡Qué importa, tú!; la cosa es aprovechar.

Rebeca escuchaba a sus compañeras con atención, pero precavida; no era santa, claro, pero tampoco una zorra como aquellas; además el viejo pues... era un maldito anciano, que flojera; imaginarlo desnudo le causaba asco. Si se tratara de un maestro joven, de buen aspecto. Pero el tipo apestaba casi a muerto, para qué arriesgarse. Y entonces conoció a Efraín, un compañero de la clase de deportes. Flaco, alto, moreno claro, con el pelo cortísimo, a lo militar, diferente a aquellos greñudos que caminaban por la ciudad presos del ambiente ochentero. El chico era atento, educado. Rebeca no lo pensó mucho, cuando Efraín se acercó para invitarla al centro de la ciudad; para ir a una estación de radio, y aceptó. Un amigo de Efraín, el Ricardo, conocía a un locutor ahí, quien le dejaba poner algunos de sus discos de rock para los radio escuchas. Rebeca lo acompañó varias veces. Dos semanas después de andarse viendo, le permitió dejarla en la puerta de su casa. El chico sabía ser divertido; y ella no quería hacer nada a escondidas de su familia. Su madre lo saludó con tal sequedad, que puso incómodos a todos. Efraín se despidió, con un cálido apretón de manos.

Es la última vez que quiero verte con ese indio, sentenció su madre. Tienes un apellido que cuidar, y cómo te atreves a pasearte con ese mentecato.

¿Qué tiene, cuál es el problema? Es un chico serio y estudia conmigo en la prepa. Tiene buenas califica… Y sintió el golpe en la boca, y la sangre correr por sus labios.

¿No entiendes? ¿Eres estúpida? Tu padre y tus abuelos dirigen muchas empresas. Y la prensa siempre está pendiente de ellos. Y tú, en vez de comprender y cuidar el nombre de tu familia ¿te dedicas a salir con indios? No tienes conciencia de quién es tu padre, tus abuelos, yo misma. Me tienes hasta la madre con tus estupideces. Ya decía yo que era una locura que estudiaras la preparatoria. Debiste entrar a clases de modales, o de cocina, para que aprendieras a comportarte, y te volvieras una buena esposa. Pero esas ideas de tu padre, para quedar bien con "los de abajo". Escúchalo bien, chamaca, no quiero volver a verte con ese pendejo.

El lunes, al bajarse del carro, y caminar hacia la escuela, estaba decidida. No dejaría a Efraín. Pero terrible fue su sorpresa al ver que el chico le huía. En el segundo horario de descanso pudo encararlo. Lo encontró en las canchas haciendo deporte. Estaba de espaldas.

¿Me estás evitando? ¿Qué te hice?, el chico se dio vuelta y Rebeca constató que tenía un ojo aún morado. Luego de dejarte alguien me dijo que no me volviera a acercar a ti, o me iría peor. No quiero tener problemas; no tengo tu dinero, y necesito terminar la preparatoria. Lo siento. Y se fue casi corriendo, dejándola plantada en las canchas de basquetbol. Caminó cruzada de brazos hacia su salón. Al entrar, solo estaba el profesor Repatti.

¿Qué haces acá? Todos se han marchado. Hay una protesta por el arresto de tres estudiantes, en una redada que hicieron los policías en El Chac Mol. ¿No te enteraste? Algunos maestros que

conocen a los estudiantes, organizaron la marcha, y se dirigen hacia el Ayuntamiento a exigir su liberación. Se va a poner… Pero Rebeca no podía escucharlo. No acertaba a pensar con claridad.

¿Qué te pasa, pequeña? Y la chica comenzó a llorar amargamente.

Repatti supo que era su momento. "Las chicas cuando andan tristes, son mucho más fáciles. Un poco de ternura y terminan entregándose", era uno de sus postulados. Se acercó a ella; y para que se calmara comenzó a acariciarle los cabellos, consolándola. Le ofreció su pañuelo. Le pidió que le dejara comprarle un refresco, para que se sintiera más tranquila y pudiera contarle todo. Vamos, mi carro está en el estacionamiento.

Rebeca no sabe exactamente cómo pasaron las cosas; las casas cruzaban ante sus ojos al avanzar en el vehículo, pero se sentía desorientada. Sus ideas iban del rostro de Efraín a las palabras de su madre. Recuerda la charla, el refresco, que el profesor la escuchaba, pero no supo cuándo aceptó ir a su casa, que se encontraba cerca de la salida a… Lo que si sabe, es que terminó consintiendo al sexo. Nadie la obligó y no se sintió forzada. Las palabras de sus compañeras, el golpe de su madre y sus gritos, el ojo morado de Efraín, el calor mismo en la ciudad, la fueron conduciendo de la mano a esa situación; pero fue ella, sin la ayuda del profesor, quién se quitó la ropa, y abrió las piernas: No soy una chamaca como todos creen. Decidió permitir que las cosas pasaran. Y el profesor se había mostrado gentil.

Luego de esa tarde la relación entre Rebeca y el profesor Repatti se volvió más estrecha. Rebeca comenzó a desinhibirse, su lenguaje vocal y corporal se hizo diferente. Su propia madre lo notó, y entre sorprendida y temerosa de aquel cambio, decidió dejar de retarla, para ver por dónde iba la muchacha. Hasta que se dio cuenta que estaba embarazada.

Ripetti se va a llamar, y al que no le guste, puede irse al cuerno.

¿Quién es Ripetti? preguntó el padre de Rebeca, cuando al fin estuvo a solas con su esposa; eran un matrimonio que ya no solían compartir intimidad más que en sesiones programadas y puestas en agenda con tiempo. "No tengo la menor idea", contestó la esposa, que gateaba desnuda sobre la cama.

El profesor Repatti también notó aquellos cambios en la conducta de Rebeca. Primero la observó dejar de consumir refrescos, ahora pedía los mismos preparados de alcohol que él, si la llevaba a un restaurante; y no solo uno, varios; le gustaba mucho fumar; y en la cama, sabía manejarse con mayor soltura. Cuando el embarazo comenzó a notarse, las murmuraciones vinieron acompañadas del crecimiento abdominal de la muchacha. El director terminó llamando a

sus padres, y citando al profesor Repatti a la dirección; la comidilla en los corredores era inaguantable. Rebeca sólo sonreía mientras veía el rubor, en el acalorado rostro de su madre. Tuvieron que llamar también al máster de másters de la universidad, el hermano del profesor, porque aquello se había salido de las manos; y los gritos y amenazas de los padres de la chica de 16 años rebotaban por todas las paredes de la escuela. Reclamaban su despido. La esposa del profesor interpuso una demanda de divorcio. Repatti estuvo a poco de ir a la cárcel acusado de estupro. Pero no lo golpearon como a Efraín, porque el padre de Rebeca, sabía la clase de persona que era el hermano del violador de su hija. Para aquel papá la chica no existía y con sus 16 años aceptó por su propia voluntad casarse con un viejo de 56. Absurdo: "Las chicas de preparatoria no piensan", había gritado montado en cólera sobre el rostro del director, lo que ocasionó que toda la planta de profesores de la preparatoria, estallaran en risas: Lo mismo decía Repatti.

Rebeca había consumado su venganza. Pensó que todo terminaría en un aborto con el Dr Chávez, como hacían sus amigas, pero su familia se opuso. La encerraron en su cuarto, ayudaron al profesor Repatti a conseguir su divorcio; y tras el nacimiento del pequeño Ripetti, la casarían con aquel hombre que parecía su abuelo.

Pero no ocurrió. El profesor Repatti fue encontrado asesinado en El Chac Mol, a donde había ido a festejar su anhelado divorcio. Se quiso poner exquisito con las chicas del lugar, y ya entrado de copas se llevó a una de ellas a los cuartos del hotel que tenía anexo aquel lugar. Al darse cuenta que no era una chica, sino un hombre travestido, Repatti se hizo el indignado. Pero el joven exigía la paga, porque el acto había sido consumado: No reclamaste cuando me la metiste, ¿verdad?

Pensé que era tu gusto, no que no tenías entrada frontal. Fueron las últimas palabras del profesor. El chico le azotó la cabeza contra el suelo, tantas veces, que terminó asesinándolo.

Al saberse libre de aquel casamiento estúpido, que la llevaría al manicomio con el paso de los años, Rebeca pudo sonreír gustosa. Era todavía 1981, se había librado del profesor, del matrimonio, y de que sus padres la trataran como niña: ahora podía encararlos. Podía incluso abandonar la preparatoria, si lo deseaba, para hacerse cargo de su hijo. Era una mujer adulta, madre soltera, con toda la vida por delante. Además había sido convertida en víctima de las circunstancias, la fecha de la boda ya había sido fijada y anunciada por la prensa; y ninguno de los fatales acontecimientos eran culpa suya.

Ripetti se llamará, dijo complacida.









jueves, 15 de noviembre de 2018

BAJO EL TAMARINDO

El creacionista del día. Aleqs Garrigóz







Aún recuerdo la primera vez que te vi: caminabas por la acera de enfrente con tu mezclilla deslavada y esos pasos animales tan cargados de virilidad, muy propios de ti, siempre en un mundo donde tú eres lo mejor. Algo se despertó en mí que quise hablarte, que inventé pretextos absurdos para escuchar tu voz.

Y hoy recargas tu brazo en mi hombro para hablarme de las cosas que están enfrente: las montañas azules hincadas ante la inmensidad.

Ah, compañero mío, Dios nos ha hecho gentiles y nosotros nos vamos juntando, nos vamos dando probaditas de nosotros el uno al otro. Tenemos palabras, gestos para hacernos sentir mejor. Nos queremos, nos tenemos… Aún.


Aquí estamos, recostados en la hierba húmeda, temblorosa bajo la mano del viento. Tú miras las nubes pasajeras y me señalas en ellas formas que me hacen reír. Yo escribo otro poema, melancólicamente, como soy. Arrancas una brinza y la muerdes; yo acaricio tu cabeza latiendo sobre mis rodillas.


Cerca tenemos agua, pan, libros, una canasta en la que hemos acomodado nueces, pasas, algún mantel, hojuelas y miel. Este año ha corrido tan velozmente que, me parece, fue ayer que nos dimos el primer beso en aquel callejón, bajo el frescor de noviembre.


Y cuando la última perdiz cruce el cielo y la primera estrella empiece a espiarnos, me habrás arrancado otra risa insegura, a donde caerán algunas lágrimas. Porque te irás al colegio militar, me has dicho. Y te dirás a ti mismo que todo esto no fue más que una aventura sin importancia de la que nunca contarás a nadie.


Y te casarás y tendrás hijos. Pero no será conmigo.





lunes, 12 de noviembre de 2018

EL INSECTO

El creacionista del día. Gerardo Alonso









El despertador no suena aún, no deben ser las seis. Me estiro, bostezo, dirijo la vista al piso en busca de mis pantuflas y, cuando me dispongo a brincar fuera de la cama un impulso nuevo me obliga a retroceder y permanezco así, agazapado dentro de las cobijas, la mirada fija en el bicho recién descubierto a los pies del tocador. Ahí está, atento a mí en posición de ataque. Se mantiene rígido, con todos sus nervios en tensión. Me estudia, calcula. Intento moverme con precaución, sin que él lo note. Estiro un brazo lentamente hasta alcanzar el vaso de agua sobre el buró luego el otro para controlar mejor el movimiento. Lo llevo hasta mis labios y doy dos tragos lentos y prolongados. Lo deposito con la misma cautela en su sitio original y me acurruco dentro de las cobijas pendiente de cualquier movimiento que el insecto pueda realizar.




Un sudor frío me recorre pero nunca separo la vista del intruso. La puerta que da a la calle se abre, la escucho desde mi refugio. Debe ser Beatriz, justo ahora, después de tanto tiempo. Siento alivio y temor quisiera prevenirla. Escucho sus pasos que se
acercan. Me concentro otra vez en el ser abominable, con sus patas largas y delgadas estiradas en completa rigidez dispuesto a atacar. Estoy afiebrado. El sudor recorre mi frente. La puerta de la habitación se desliza lento, veo el rostro sonriente de Beatriz. Quizá me creía dormido. Nuestras miradas se encuentran, intento prevenirla señalando con los ojos el sitio donde está. Se detiene de súbito, permanece expectante hasta que sonríe y se acerca con decisión al tocador ante mi mirada atónita. Mueve al arácnido con la punta del tacón y voltea sonriente; con un movimiento de hombros afirma: “Está muerto.” Tras un suspiro de alivio hago la pregunta: ¿Te quedarás?





martes, 6 de noviembre de 2018

LAST DAYS 2018





"El arte es largo y el tiempo es corto".

Las flores del mal

C. Baudelaire 




La creación de los últimos días del año - NOVIEMBRE, DICIEMBRE 2018 - tiene un giro especial, ya que las vivencias de convertirnos en otros, conforme pasan las horas, llegan a alteran la subjetividad de un futuro próximo. Las definiciones lineales sobre nosotros mismos se desploman, evolucionan y nacen y mueren a instantes pensamientos, creaciones, e ideas que van generando conocimiento enriquecedor a lo largo de la existencia. 





Invitamos a todos los Creadores, en cualquiera de las artes en las que se complementen, a que nos compartan por medio de las #letras, #pintura, #teatro, #danza etc... alguna #creación que sea de su agrado. Este espacio lo conforman tus colaboraciones, y no solo está destinado a la creación literaria, también está abierto a las artes en general.



Esperamos sus creaciones, al correo que ya conocen: elcreacionista_@hotmail.com o al correo de las principales redes sociales: https://www.facebook.com/creacionista, https://twitter.com/creacionista.




miércoles, 26 de septiembre de 2018

RECUERDOS DE LA ESCUELA SECUNDARIA

El creacionista del día. Aleqs Garrigóz













Recuerdo mi secundaria y sus canchas mal pintadas.
Recuerdo los harapos del conserje,
la delgadez de su pequeño hijo.
Recuerdo la sonrisa estropeada de algunos niños
y su forma burlona de llamarme “raro”.


Recuerdo ver a mis maestros jugar baraja en su sala privada
y el día en que sorprendí a uno inhalar cocaína.
Recuerdo una niña llamada Diana
y el salón polvoroso de las arañas.


Si las clases eran más aburridas que siempre,
recuerdo que iba a los baños a escribir ESCAPAR en las paredes.


Recuerdo el árbol torcido que crecía justo a mitad del patio.
–Yo odiaba ese árbol, lo golpeaba, lo hacía “sangrar” a palos. –


Hoy, después de mi trabajo en la funeraria,
opté por ir caminando a casa.
Sin planearlo, pasé por mi vieja secundaria,
entré,
recordé.


Tantas cosas recordé…
El viejo salón de las arañas
era ya una gran oficina.



Y, lo juro,
al ver al gran árbol del patio,
no pude evitarlo:
lo abracé
y lloré en su regazo.







jueves, 13 de septiembre de 2018

BRÚJULA

El creacionista del día. Fabiola Morales Gasca












La he recibido con enorme gusto. Me dicen que sus flechas indican la orientación al norte, sur, este y oeste,  no estoy seguro que signifique eso pero supongo que es bueno. Todo principiante debe tener maestro que seguir.


 Hacia el este va la mirada. El espíritu en oración espera la verdad y la revelación de la consciencia humana. Hacia el norte la humildad. Durante años he esperado las respuestas y dispuesto estoy a recibirlas.



El universo se ha revelado. Centauros, árboles milenarios, dríades, montañas, valles, ríos, faunos, aves  emigrando, desiertos, oasis, escarabajos, palmeras, océanos, ballenas,  medusas multicolores, peces naranjas. Inmensidades fluorescentes, novas estrellándose  en mis moléculas, hidrógeno, helio, polvo y densidad molecular. Las palabras no alcanzan. La mano de Dios jugando con dados. Epifanía manifiesta. La eternidad me envuelve.



He desarmado el  maldito aparato, he desparramado su sentido de orientación, su latido golpeándome lento  las venas. Odio que me señalen dónde debo de estar. Locura. No hay tiempo, no hay espacio. Sus dedos apuntan hacia todas partes y ninguna. He matado a la brújula y su palabra. No me extravío en la oscuridad. Armar la brújula. Reencarnar  es lo que resta.






jueves, 6 de septiembre de 2018

EL REGRESO

El creacionista del día. Jesús Fuentes y Bazán









Hojeando una revista de modas, sólo por distracción, espero la salida del autobús a Ensenada en la terminal de la línea, en Tijuana. Ir de compras al gabacho, la verdad, me enfada: Desde comprar dólares, levantarse ese día casi de madrugada, sufrir una larga fila y avanzar con lentitud para cruzar, ver la cara agría del gringo, burlona -imagino-. De plano, ¡no!


“Tengo el once, este es mi asiento,” dice un joven como de treinta y tantos años, alto, moreno, bien parecido, de nariz aguileña. El pelo largo escapa de su tejana negra y cae sobre el cuello de su camisa azul a cuadros de diferentes tonos. Pantalón vaquero de mezclilla.


Sin decir más, se sienta junto a mí, al lado del pasillo. Se sumerge en el asiento con desparpajo, con placidez. Levanta su pierna derecha y, con un poco de dificultad por la estrechez del espacio entre los asientos, la pone en escuadra sobre la pierna izquierda. Su bota café, de pico, lustrosa. El autobús avanza, serpentea en la autopista.


“Vengo del otro lado. Estuve en la cárcel.”


Siento su mirada en mis piernas.


Mirándolo a la cara, le cuestiono por qué me dice eso; cierro la revista.


Sonriendo, responde: “Me inspira confianza.”


“¡Confianza!”


“Tiene cara de buena gente; además es usted bonita. Sí, de bonita y buena,” remarca. Prosigue sereno diciendo que pasaba droga. Era burrero, pero que alguien le puso dedo y lo detuvieron los güeros.


Sus ojos oliva, expresivos, encuentran los míos. Nerviosa, desvío la mirada hacia la ventana; observo el amplio tapete azul del océano y los amarillo, naranja y rojos del atardecer. Hermosa postal desde la Escénica.


Aún no entiendo su plática. ¿Qué ganaba con contarlo? Quizá sintió ansiedad, deseo de comunión. ¡No sé! Sentía su mirada clavada en mí.


“Al llegar al puerto, unos compas del jale, que no conozco, me esperan en una pick up guinda,” comenta con entusiasmo. “Pero, la neta, yo quiero dejar eso; es bien pinche estar encerrado,” susurra.


En la central camionera de Ensenada, el autobús se detiene. Con un adiós efusivo, se despide, sonríe. Baja con paso firme, se encamina hacia la salida.


Respiro tranquila.


En el andén espero que el maletero me entregue las bolsas de mis compras que vienen en la cajuela, junto a los equipajes de otros viajeros que, al igual que yo, aguardan su entrega. El ruido de los motores diésel de los autobuses que llegan o salen va en aumento.


Se escuchan gritos. Veo gente correr dentro de la terminal. Confusión y miedo en sus rostros.


Alcanzo la calle apurada.


El auricular del teléfono público cuelga, se mece cómo péndulo de reloj. Debajo de él, tirado en la banqueta, está el cuerpo sangrante de un hombre largo, frágil, muerto; como títere al que le han cortado los hilos. A mitad de la calle, los vientos de Santana en esta tarde-noche revolotean, juegan con la tejana.


Imagino un niño que corre tras un aro.


“Le dispararon desde una Cheyenne guinda”.


Pienso en mi compañero de viaje…


Intranquila, pegada a la pared, camino a la esquina del Oxxo para esperar a Rosa que viene por mí.


Unos golpes suaves tras el amplio cristal de la tienda…


¡Ahí está! ¡Es él! Alegre, da un sorbo a su café y, con un ademán de mano, me dice adiós.







jueves, 23 de agosto de 2018

SIN DEJAR EXPLICACIÓN

El creacionista del día. Addy Castillo













La cara amoratada e hinchada pendía en un ángulo inverosímil e incompatible con la vida; desde abajo, se veían los parpados edematizados y entreabiertos, la lengua negra a través de la comisura de la boca, las mejillas sin color y el cuello hendido por la cuerda que lo sostenía de la trabe del techo.



Lo miraba y trataba de imaginarme sus últimos momentos; el preciso instante en que dejó la silla donde se encontraba sentado, asentó el vaso de whisky en las rocas que tomaba, se alejó de la mesa, abandonando el resto de la botella de esa deliciosa cosecha. Traté de visualizar el movimiento pausado, pero determinante, con el cual movió la silla hasta el lugar donde la encontramos tirada; justo debajo de sus pies, que aún oscilaban levemente, a la altura de nuestros ojos. Un hilillo de orina seca se marcaba desde el pubis, hasta el borde de los zapatos, dejando su huella sobre el piso y el olor en mis fosas nasales.


Casi podía verlo estirando los brazos regordetes, con la cuerda entre ellos, para colocarla por encima de la trabe, parado sobre la silla, quizás de puntillas, cuidando de no caer. Es ilógico pensar que quien está haciendo estos preparativos, se cuide de una caída. Quiere morir, pero no quiere lastimarse. No sé, quizás sea un primitivo instinto de sobrevivencia.



Imaginé sus manos temblorosas sosteniendo el vaso para un último trago, quizás lo elevó hacia un desconocido imaginario, o un conocido ausente; y mientras su boca esbozaba una sonrisa sarcástica, con una leve desviación hacia la izquierda, mientras los ojos miraban desde abajo, y hacia el frente, y torcía el cuello a la derecha.


Quise recordarlo sonriendo o feliz, pero solo obtuve la luz opaca de sus ojos fijos, sin vida, que miraban entre la apertura palpebral. Las moscas se paraban descorteses sobre él. Hice un ademán para espantarlas que de poco sirvió. Las que rondan los cadáveres no les temen a los vivos.



Hice el intento de sonreír, y devolverle el gesto con un vaso imaginario de whisky en la mano. Me detuve a medio gesto, con el miedo ancestral de que me contestara la cortesía. No soy bueno para lidiar con el terror. Casi al mismo tiempo, mi boca trató de imitar la mueca suya, mientras incrédulo veía como sus ojos se evertían, y sin luz se dirigían hacia mí. Su lengua negra, empezó a relamerse los labios, secos y descamados y su mueca harto conocida por mí, se hacía más amplia, Una voz gutural que parecía provenir de él, se dejó escuchar:



–Aquí estamos los dos, frente a frente, al fin.



La voz me heló la sangre en las venas y sentí cómo mi columna se congelaba en la postura de sorpresa y terror total, de ése que te incapacita para huir. Traté de pensar, de razonar que era imposible, que era producto de mi imaginación, una broma de alguno de los tramoyistas, un trabajo excelente de los ingenieros de efectos especiales, una jugarreta de muy mal gusto, pero la voz siguió:




–Alcánzame el ultimo sorbo de mi whisky, ¡cabrón! ¿O ya te lo tomaste?




Mi orina se mezcló con el charco de orina que él había dejado. El intenso olor a amoniaco me inundó las fosas nasales, y sentí cómo algunas neuronas aturdidas se medio despertaban. Tragué saliva, y un hilillo de voz apagada salió de mi garganta y se dirigió a aquel esperpento que colgaba de la viga:



–¡Aquí está! ¿Bajas por él o te lo subo?




–¡Por eso me caes bien! Tienes huevos, y un sentido del humor retorcido- continuó mientras extendía la mano yerta hacia mí, y sujetaba el vaso que todo tembloroso le ofrecía.




–¿Sabes por que estoy aquí? –continuó– No me dio la gana de escribir nada, me dije que después de todo, yo ya no estaría para darles explicaciones, ¡culeros! Pero te lo diré, solo porque aquí sigues, y por que me gusta que aunque te has meado del susto, no has salido corriendo.



No supe si su discurso ameritaba respuesta o no; así que solo asentí lento, y puse cara de estar atento; aunque definitivamente no dejaría de mearme mientras estuviera frente a él.



–La primera vez que te encontré con esa puta, quise colgarte de esta misma viga; en vez de ello, ¿recuerdas?, me di la vuelta y salí del cuarto mientras terminabas dentro de ella. Esperé con un vaso de whisky en la mano, en la sala de estar, cerca de una mesita como ésta, a que derramaras todo tu semen dentro de ella y te relajarás. Así me encontraste y casi te cagas en ese momento. ¿Te acuerdas?



–Quise golpearte, quise matarlos, despedazarlos; pero el whisky y la no sorpresa de descubrir que la palabra puta, para ella no era insulto sino su mejor definición, me hicieron sonreír, y te vi cruzar la estancia, saboreando mi bebida con tu cara de culpa y extrañeza por mi falta de acción.



–Esperé que desaparecieras y entre a la habitación. Ella aún se encontraba semi desmayada en la cama, las piernas abiertas, y sobre su pubis, gotas de tu leche todavía brillaban y se deslizaban por sus muslos y sus labios. Me empalmé, como hacia muchos años no lo hacía, y me dirigí hacia ella con mi erección firme. La penetré antes de que pudiera abrir los ojos, la monté sin ira, pero con firmeza, vi la sorpresa reflejada en sus ojos, seguida del placer orgásmico con el que me regaló su último suspiro. Me vine dentro de ella (igual que tú), mientras le degollaba, y la sangre nos bañaba a ambos sobre la cama.



–Cuando mi cuerpo se relajó, la dejé enfriándose en el maravilloso contraste que hacía su sangre sobre las sábanas blancas, y preparé la botella de whisky que me traje de la última excursión. Ya estás sintiendo el efecto, ¿verdad cabrón? Ahora sabes que no es el miedo; es el efecto del veneno entrando a tu sistema, paralizando lentamente cada uno de tus músculos, ya no puedes respirar, ¿verdad? Ni te molestes en intentar gritar. No hay forma de que alguien te escuche y llegue a tiempo para ayudarte. Después de todo, el crimen perfecto sí existe, ¿verdad?



Su ojos volvieron a cerrarse, y su boca calló de nuevo; esta vez para siempre. Yo dejé de pensar mientras mi respiración se detenía, y mi vida se iba igual que el hilillo de orina que corría entre mis piernas.














viernes, 17 de agosto de 2018

LA BAILARINA DEL RELOJ

El creacionista del día. Alma Preciado








Anita, una pequeña y solitaria niña, vivía en casa de su abuelita, ubicada en Avenida Obregón, cerca del Parque Revolución, en uno de los más antiguos barrios de Ensenada, era el año 1961. Las largas ausencias por trabajo de sus padres, la obligaban a permanecer ahí durante el periodo escolar.



La abuela de Anita era una maestra de piano entrada en años. Chicos y chicas de edades diferentes entraban y salían de la casa a diferentes horas del día, llenando el ambiente con notas musicales. Cuando la música le resultaba agradable, Anita se detenía en la puerta de la sala de piano para escuchar; cuando los acordes eran altisonantes se iba a recorrer la vieja casona llena de ornamentos. Cuadros, con jinetes y bellas y elegantes damas, colgaban en la mayoría de las paredes. Había figuritas de porcelana en casi todos los muebles de la casa: pastorcitas, caballitos, unicornios, más jinetes, y otras bellas damas, así como caballeros vestidos a la usanza de Luis XV, que maravillaban la imaginación de Anita al recorrer la casa para observarlas.



Le encantaban todas las figuritas de la casa, pero admiraba una en especial: la bailarina de ballet encerrada dentro de una esfera de cristal de un de un antiguo reloj de mesa, colocado encima de una gran cómoda de madera de nogal café obscuro, en la sala de estar. Al dar cuerda al reloj, la bailarina, con tutu rosa y delicadas zapatillas de satén rosado, giraba en un eterno baile con una música sin fin.


Una de esas raras y calurosas tardes de verano de Ensenad, Anita más triste y solitaria que nunca, sumida en un calor agobiante, hizo su habitual recorrido por la casa para mirar las figuritas de porcelana. Platicaba con ellas conforme las iba encontrando e imaginaba como sería su mundo. En su recorrido llegó hasta su figura favorita, la bailarina; para su sorpresa ésta no estaba en su lugar. La esfera estaba vacía, el reloj detenido no daba la hora de aquel momento.


─ ¡Oh no!─ grito, y corrió a buscarla a toda prisa por toda la casa. Fue inútil. La bailarina no apareció por ningún lado. Se había ido. Anita desconsolada, deseó ser pequeñita para ir a buscarla en aquellos sitios en que su altura no le permitía entrar a mirar.



Más tardó en darse cuenta de aquel deseo, cuando un ruido extraño la hizo darse cuenta que no estaba en casa de su abuelita. Se hallaba en un lugar diferente a todos los que había conocido. Caminó sigilosamente para averiguar donde se encontraba. El sitio semejaba una casita con mesas y sillas de madera rústica, y una gran chimenea encendida en la que colgaba una gran olla que despedía un olor muy agradable a comida. Se percató que se encontraba en el mundo de las de las figuras de cerámica.


─Es la casa de uno de los pastores. ─dijo sorprendida─ Podré buscar a la bailarina del reloj.



Y recorrió la casa de arriba a abajo para ver si la encontraba, pero no había nadie, ni siquiera los dueños, para poder preguntarles. Salió muy triste de la casa y tomó un sendero que la llevó a un hermoso bosque de cedros y pinos. Se internó en él y caminó hasta llegar a un riachuelo de agua cristalina.


─ Y yo con tanta sed.


Se agachó a beber agua y refrescarse después de la caminata. Un ruido le hizo mirar de reojo y ver cerca de ella a un pequeño unicornio blanco con una hermosa y larga crin rizada, que bebía agua del arroyo. Anita quedó asombrada por la presencia de aquel ser y su tanta belleza. No pudo vencer la tentación de tocarlo y el animalito no se asustó.


─Que bello eres, como me gustaría que me llevaras en tu lomo a buscar a mi amiga la bailarina del reloj que se ha perdido.


──Claro que te puedo llevar, súbete a mi lomo y andando.


── ¡Hablas!─ exclamo Anita atónita y rápida, subió al lomo del unicornio y juntos emprendieron el viaje.


Recorrieron la campiña a paso lento, preguntando a todos los que encontraban a su paso si habían visto a una bailarina con un tutú rosa y zapatillas del mismo color. Pero todos contestaban, no.


Siguieron su camino hasta llegar a un pequeño pueblo en donde había niños jugando en las calles y gente caminando de aquí para allá y de allá para acá. Les preguntaron y nada. Nadie había visto a la bailarina. Cuando ya casi habían perdido la esperanza, se escuchó una melodía muy conocida para Anita. Era la música del reloj que venía de una casa al cruzar la calle.


Bajó del unicornio y silenciosamente se asomó por la ventana. La bailarina del reloj con los ojos llenos de lágrimas bailaba y bailaba a las órdenes de un feo ogro.



──Tengo que rescatarla. Debo pedir ayuda── pensó. Y salió galopando en el unicornio blanco, de regreso a las calles del pueblo. Pero nadie les prestó atención pues le temían al ogro.


Cansada de pedir ayuda decidió ir a rescatarla ella misma, no importaba el peligro que corriera. Iba decidida, cuando escuchó la voz de un pequeño niño que decía que él la podría ayudar a rescatar a su amiga. Anita le pidió que montara al unicornio y regresaron a casa del feo ogro.


── ¿Cómo vamos hacer para rescatar a mi amiguita?


──Mientras yo le hago cosquillas al ogro con esta pluma de pavorreal, tú te llevas a tu amiga, ¿sale?


──Sale,- contestó Anita.



Entraron a la casa de puntillas para no hacer ningún ruido. El ogro dormitaba en un enorme y cómodo sillón, harto de ver a la bailarina bailar. El pequeño se acercó al ogro y cuando iba a hacerle cosquillas, el ogro se movió y lanzó un ronquido. El niño retrocedió del susto, pero el ogro tan solo estaba poniéndose cómodo en su suave sillón. El niño continuó con su tarea, hacerle cosquillas en la nariz al ogro. Éste, al sentir las cosquillas en su nariz empezó a retorcerse y a reírse a carcajadas.


Anita sintiendo los pequeño piquetitos en la nariz, despertó. Era su pequeño hermanito que le hacía cosquillas con la pluma de un plumero. Habían regresado de su viaje y todos estaban a su alrededor mirando como dormía. Anita se puso muy contenta al verlos, y los abrazó feliz. Le habían traído regalos de los lugares donde habían estado, muy hermosos, pero el mejor regalo era su hermanito que había crecido bastante ya.



Después de haberse repuesto de la sorpresa, corrió al lugar donde se encontraba aquel reloj. Y ahí estaba, quieta, silenciosa y sin bailar, como si estuviera descansando. Anita se puso feliz. Contenta regresó a divertirse con su familia sin darle cuerda al reloj por mucho tiempo. No quería que la bailarina se escapara de nuevo.






lunes, 13 de agosto de 2018

LA PISTOLA DE MATÍAS

El creacionista del día.  Marta Aragón R











A Matías Jenssen le gustaban mucho las armas. Entre sus posesiones más preciadas estaba un viejo revolver Smith & Wesson, modelo 1899, con cañón de cinco pulgadas y cacha de madera, que conservaba desde su juventud, y que siempre mantenía guardado en un cajón del tocador de luna redonda, en donde Clara, su mujer, guardaba la ropa interior. 




Matías tenía un carácter díscolo; era impredecible y con más vueltas que la cola de un alacrán, pero para su fortuna se había casado con una mujer paciente, que hacía de la tolerancia su mejor gala. Nadie extrañaba que él encabezara los pleitos que mantenían con la Ramirada, quienes eran mayoría en el Ejido Simón Berthold, del que Matías también era ejidatario. 




Los problemas surgieron por la posesión de Rancho Escondido, terreno propicio para la cría de ganado, que los Jenssen habían usado desde muchísimos años atrás. Primero fue Henry Jolliff, tío de Felipe Jenssen por su lado materno. Joliff se lo cedió a su sobrino para que criara ganado, pero vino el tiempo en que las tierras, antes federales, se volvieron ejidos. Oso Viejo pasó a formar parte del Ejido José María Leyva, y ante la imposibilidad de tener tierras ejidales en ejidos distintos, Felipe convenció a su hijo Matías de que fuera posesionario de tierras en el Ejido Simón Berthold. Y al paso del tiempo recibió dictamen presidencial firmado por el Presidente de la República en turno que lo nombraba como legítimo posesionario. 




Rancho Escondido era un sitio agreste, con valles en donde podría medrar el ganado sin desbalagarse por la región circundante. Un lugar protegido entre las montañas, tenía agua suficiente, aunque ferrosa, y pastos abundantes; ideal para la cría de ganado, de acceso difícil y no había otro asentamiento humano en muchos kilómetros a la redonda. Podría decirse, que aquella hoya entre las montañas de San Pedro Mártir formaba un potrero cercado de forma natural. 


Por años los Jenssen mantuvieron sus hatos de ganado en Rancho Escondido. Alberto García Grijalva, viejo sonorense, era el encargado de cuidar el lugar. Vivía en una cabaña hecha de piedras y allí, más solo que el número uno, pasaba la mayor parte del año. Durante las primaveras, García elaboraba sus famosos quesos azules que nadie comía porque adquirían ese color gracias a que colaba la cuajada en lienzos de mezclilla. El viejo recibía visitas en las temporadas de la corrida del ganado, o en esporádicas ocasiones si llegaba algún vaquero que anduviera buscando sus reses en aquel sitio. 



Los Ramírez, por otro lado, eran una familia completa que acapararon los derechos del Ejido Simón Berthold. Originarios de Sonora. El primero en adquirir un derecho fue el padre, y de allí siguieron los hijos varones y las hijas; los nietos mayores, hasta que el ejido era prácticamente de los Ramírez. Ya que todos los integrantes del Comisariado Ejidal se apellidaban así. Matías Jenssen, y unos cuantos ejidatarios, eran minoría. No tradaron mucho las dificultades: los Ramírez empezaron a pelear la posesión de Rancho Escondido, al mismo tiempo que luchaban por desposeer de grandes extensiones de terreno a los kiliwa. Los Ramírez eran gente conflictiva y de armas tomar. 




Sucedió que Matías, Enrique y Armando Jenssen, andaban campeando sus animales en Rancho Escondido. Montaban mulas alazanas. Matías iba armado con su viejo revólver calibre .38, por si salía una víbora y espantara a las bestias; pero en lugar de aquella sabandija, a quienes encontraron fue a los Ramírez; iban liderados por Melchor, el mayor de los hermanos. Llevaban amarrados en los tientos de las monturas un par de Winchester 30-30. Melchor increpó a los Jenssen con arrogancia y despotismo. Exigiéndole el permiso del comisariado ejidal para campear en sus tierras, a sabiendas de que Matías no contaba con uno, pues si los Ramírez conformaban el comisariado ejidal, sabían que no habían emitido ningún permiso. 





Se hicieron de palabras y entrados en calor, Melchor lanzó un puñetazo en la cara a Matías; éste detuvo el golpe metiendo el brazo derecho, pero la yompa de mezclilla se desgarró. La sangre se le subió a la cabeza y rápido sacó el viejo revólver Smith & Wesson y le apuntó al pecho al mayor de los Ramírez. El ambiente se puso tenso y todos se pusieron en alerta. Enrique y Armando quisieron remediar aquella situación. Matías continuaba con actitud amenazadora con el revolver sobre al pecho del contrario. Las palabras de Armando ablandaron a Matías. 




—No dispares. Vas a causarle un disgusto a padre. Sabes que está muy enfermo; un disgusto de estos lo va a empeorar. 



—¡Vámonos para Oso Viejo! 


Matías bajó el arma y la regresó al bolsillo de la chaparrera. El problema se diluyó en el acto, todos regresaron a sus lugares de origen. 



En Oso Viejo, Felipe Jenssen los recibió sorprendido; no esperaba que regresaran tan pronto. 



—Tuvimos problemas con los Ramírez. Matías y Melchor se pelearon porque no querían dejarnos campear en Rancho Escondido. Melchor intentó golpear a Matías, que sacó la pistola y lo amenazó; nosotros calmamos la cosa y mejor nos regresamos. 




Un denso y pesado silencio se instaló entre los cuatro hombres. Los azules ojos de Felipe Jenssen, entristecidos por la enfermedad terminal, recobraron fuerza y un brillo inusitados. Miró por largo tiempo a su hijo mayor, para soltarle en la cara un chorro de palabras airadas. 



—¡Eres un tonto, un idiota, imbécil! ¡Un burro piensa mejor que tú! ¡¿Cómo se te ocurre amenazar de muerte con una pistola a un hombre?! ¡¿Es que no piensas con la cabeza, tonto de remate?! ¡Eres mi hijo mayor, pero eres el más estúpido de todos! ¡Bien dicen que para tonto no se estudia y para ti de nada te sirvió la escuela! 




Matías, de ordinario rezongón y altanero, ante la ira de su padre guardó un silencio hermético, agachó la cabeza con la esperanza de que su padre se calmara; pero Felipe Jenssen se aplacó a medias, aunque su sentencia final se había despojado de ira, era tan contundente que hizo a Matías estremecerse de pies a cabeza. 





—¿No sabes que las pistolas no son para amenazar? ¡Las pistolas son para usarse, soberano idiota! 




El padre regresó a su habitación y Matías Jenssen salió de la casa hecho una furia. Armando fue detrás de él, temeroso de que Matías terminara lo que dejó inconcluso, y regresara a Rancho Escondido a matar a Melchor Ramírez. Con palabras suaves, lo convenció para que le prestara la pistola, porque saldría al amanecer rumbo al desierto a buscar unas reses. No fuera a salirle una víbora de cascabel. 






Al otro día, Armando hizo rumbo para el desierto que se extendía por la vertiente oriental de la sierra. Lo acompañó Melquiades Arce. Mientras Matías y Enrique se fueron a Buenavista por unas reses. 




Ya en el desierto, una tarde en la que sesteaban al amparo de la sombra de una roca enorme, Armando sacó el revolver para tirarle a unas latas oxidadas que había encontrado junto al aguaje. Acomodó los blancos y la distancia, le apuntó a las latas y tiró del gatillo: la pistola no tronó. Volvió a apuntar al blanco y tirar del detonador y de nuevo no salió el tiro; hasta que al quinto intento el disparo del viejo revólver Smith & Wesson calibre 38, modelo de 1899 con cañón de cinco pulgadas, disparó y el estampido resonó por el desierto. Un frío estremecimiento recorrió la espina dorsal de Armando Jenssen, al recordar los Winchester 30-30 amarrados de los tientos de las monturas de los Ramírez.











miércoles, 8 de agosto de 2018

CERRADURA

El creacionista del día. Alma A. C. Carbajal Guzmán















Cerradura,
ojo turbio
parte pequeña de la verdad,
que limita con el miedo,
la aserción de un secreto.




Las dos caras de la moneda
quedan a merced de la imaginación.





Nunca supe a donde mirar.
Observé el mar de otros,
y solo vi tempestades.


Miré el corazón del cielo,
y me di cuenta que estaba ciego.
Busqué la sonrisa de la luna,
y vi sus labios planos, de naturaleza melancólica.


Miré de cerca el rostro de la oscuridad,
 y solo vi un par de ojos cerrados.
Observé la luz detenidamente,
solo vi la nada en su forma más perfecta.



Miré y miré,
por largo tiempo,
hasta que las miradas de todas las demás cosas
se las tragó el firmamento.



viernes, 3 de agosto de 2018

CREACIÓN - BRÚJULA. Magnetismo Literario









Siempre se ha creído que existe algo que se llama destino, pero siempre se ha creído también que hay otra cosa que se llama albedrío.
 Lo que califica al hombre es el equilibrio de esa contradicción.

Gilbert K. Chesterton 






Porque la creación es la brújula que guía a nuestro corazón a crear cosas grandiosas, aberrantes, y a la incitación de nuestros demonios. Que las emociones lleven a tus letras al puerto acertado, para que todos puedan apreciar y asombrarse tanto con las sombras y   con la luminosidad que surge de todas y cada una de tus experiencias.

Agosto y Septiembre son para arriesgarse y entrar al océano de nuestras memorias, de todo lo que aconteció y que lleva eco, a los distintos géneros de la literatura. Atrévete a crear y comparte con toda la comunidad de Creacionistas, todo lo que tienes para decir a través de las letras.

Invitamos a todos los Creadores, en cualquiera de las artes en las que se complementen, a que nos compartan por medio de las #letras, #pintura, #teatro, #danza etc... alguna #creación que sea de su agrado. Este espacio lo conforman tus colaboraciones, y no solo está destinado a la creación literaria,  también está abierto a las artes en general.


Esperamos sus creaciones, al correo que ya conocen: elcreacionista_@hotmail.com o al correo de las principales redes sociales: https://www.facebook.com/creacionista, https://twitter.com/creacionista.




lunes, 2 de julio de 2018

LA MINA

El creacionista del día.  Aleqs Garrigóz








La prisión de tu amor
es semejante a una mina, amor.
Lo confieso…

Por una oscura grieta he bajado a ella
deseoso de beber en mi sed el agua
y en mi delirio acariciar el musgo
y en mi avaricia encontrar
en el centro de esta caverna de tu pecho
un palpitante corazón en un cáliz de oro.


Te repito, amor: tu amor es la fría mina
en la que el hombre que busca fortuna
se interna con una lámpara de llama tambaleante,
donde letales gases emergen de ranuras secretas,
donde súbitamente
aparecen prodigiosas cadenas de explosiones.

Tu amor es la mina de silencio
donde el hombre envejece rápido,
donde pierde la vista como el topo.

Y ahora que, a tientas,
solo, torpe y ciego como un topo,
tu corazón he hallado –un tosco carbón–,
y que al tocarlo mis manos de culpa se han manchado,

con el saco próximo a romperse,
presuroso de encontrar la salida,
siento el ensordecedor temblor de este lóbrego claustro
tapiándome la oportunidad de sobrevivir,
dentro, muy dentro, prisionero de tu amor,
en la mina de tu pecho.




jueves, 21 de junio de 2018

QUINTETOS

El creacionista del día. Carlos A. Cid









Eres de todas la primera vez
y de las únicas la principal
de boca en boca habla tu beso cruel
de letra en letra tu rima fatal
cuando estás cerca no te dejas ver.

Poesía hablas si toco tu piel
y si acaricio toda tu humedad
dices “no pares que todo está bien”
y das un beso que sabe a verdad
mientras tu muslo empieza a ser infiel.

En cada página hay perfume a sal
ese es el rastro que deja tu piel
cuando conviertes la palabra en mar
y en ese mar también mojas tus pies
pues sólo tú puedes ser tu final.