Los despertares son eternos, cuando el que se repite en tu consciencia no alcanza a levantarte de un dejavu impuesto, eterno. Me encuentro de pie, frente a frente con mi reflejo; el baño está desprovisto de cierta decoración churrigueresca, lo cual indica que no hay una mujer a mi lado. Continuó mirándome más allá del espejo, no hay nada, excepto el frio sollozo inevitable que me eleva de la cama cada mañana, tal vez de la misma forma impuesta e inquebrantable tengo que ser sumiso ante las ideas moratorias del pasado, por mucho que quisiera seguirlas dormitando.
Veo la gota caer al lavamanos y me formulo un infinito de preguntas,
situaciones que van a mil por hora en mi cabeza, la gota cae y comienza una
nueva y gloriosa explosión alquímica de pensamientos. El mal humor se extiende,
cuando lo dejo estirar como sabana de
hospital, y lo digo porque es precisamente un organismo que no se contagia más
que por mi propia decisión, al igual que todo lo demás: amor, enojo, superstición,
euforia… la lista sería interminable, así
que creo, que lo adecuado podría ser que
terminara en la palabra…yo.
La barba crece, se desarrolla entre el tumulto de labios, que como delgada cordillera se cierne ante
unas cuantas sonrisas ambiguas; resultado, 10% de estas son sinceras, lo demás
es pura especulación diplomática expresiva.
Ahora solo soy el tullido reflejo de lo que alguna vez fui, o
es que… en este preciso momento acabo de descomponerme, siendo atraído por la inercia de mis propias indecisiones; ya no
las considero, tan solo son ponencias de un corazón que se canso de profanar la
belleza y la inexactitud de mujeres; de una sola en realidad, aquella que podría quebrantar mi espíritu y
hacerlo reptar de éxtasis entre el cielo y el infierno.
Cepillo, dentífrico, agua, arriba, abajo, círculos, lengua, izquierda,
derecha, enjuague, inodoro. Por hoy no hay nada más importante que decirme.