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martes, 7 de enero de 2014

El suicida y el perro



El creacionista del día.  Rubén Ávila. 






Sonó el despertador a las nueve en punto, igual que el día anterior. Esa era la hora que habituaba levantarse para ir al trabajo. Pero este día es diferente. Al girar la cabeza para detener el estridente ruidillo del despertador, Jim observó su precaria situación. Encima de la sala sólo se distinguían botellas de licor, envases de cerveza, colillas de cigarro y algunos empaques de comida destrozados.

Hacía más de un mes que Jim no salía de su casa más que para comprar alcohol y cigarros, de vez en cuando comida. Jim revisó su billetera y descubrió, tal como esperaba, que ya no tenía dinero, ni familia, ni trabajo. En realidad, no tenía nada. Nada.

Después de unos tragos y unos cuantos cigarros, Jim se encontraba desesperado, no sabía qué hacer. Su vida había llegado a un punto crítico. Por su mente pasaban muchos pensamientos; robar, tal vez asaltar personas, incluso matar a sueldo. Pero Jim estaba consciente de que no tenía la valentía para cometer tales fechorías. Mientras más se hundía en el alcohol, y en sus pensamientos, se esclareció la solución. Una solución impensable para cualquiera de nosotros. Suicidarse. Esa es la vía. La salida. Jim había tocado fondo.

<<Tal vez no tenga huevos para meterme con la vida de otra persona, pero la mía es otra cosa>> pensó Jim y tomó una determinación. Las razones que lo llevaron a tomar esta decisión ya no importaban. A final de cuentas, la decisión estaba tomada. Conocía muchos métodos para quitarse la vida, unos inaccesibles, económicamente hablando, y otros muy crueles. Jim seguía siendo muy cobarde para esto.

Tirado en el suelo en un rincón del baño, tomó un rastrillo para afeitar y le retiró la navaja. Inhaló profundamente y con un corte rápido y certero, desgarró las venas de su brazo izquierdo. Luchó durante algunos segundos para no perder la compostura. Pero un instante antes de perderla totalmente, cortó su brazo derecho con un movimiento torpe de la zurda. Pasado esto, vino la calma, la tranquilidad. Una dolorosa espera.

Mientras la sangre tibia fluía por sus brazos, escuchó un ruido que provenía de la habitación contigua. Dirigiendo su mirada, con un movimiento lento, hacia la puerta del baño, Jim vio cómo por esta, entraba su pequeño amigo, el cual casi había olvidado. Un perro de raza pequeña, blanco y con las orejas negras. El perro se detuvo en frente de Jim, sólo observando. Su mirada tierna, noble y con tonos de tristeza, provocó a Jim mucha vergüenza. Como si el perro tuviera lástima de él. Al cabo de unos segundos de mirarse fijamente, Jim comenzó a perder la cordura. De pronto se veía a sí mismo en el perro. Él era el perro, y al mismo tiempo, él era el tipo que se desangraba en el suelo.

De alguna manera Jim tenía consciencia de sus ahora, dos partes. Cada una independiente de la otra, mas sin embargo unidas a algo inexplicable. En cuanto Jim se hubo dado cuenta de esto, inició la más extraña conversación de su decadente vida.

— ¿En serio vas a continuar con esto? —dijo Jim perro. No hubo respuesta por parte de Jim. En cambio, él sólo observaba la figura que estaba delante suyo. <<Esto es ridículo>> pensó. La imagen que observaba era algo confusa, mas sin embargo, logró identificar que se trataba de él mismo, algo así como verse en un espejo con un malhecho disfraz de perro. — ¿Qué es lo que quieres? —preguntó al fin. — Mira, sólo deja de sangrar un momento, así tendremos oportunidad de platicar antes que mueras. —repuso Jim perro.

Justo antes de decir algo acerca de la imposibilidad de lo que le estaba pidiendo, vio como la sangre que brotaba de sus venas disminuyó su flujo hasta detenerse por completo. Jim miró al perro con una sonrisa nerviosa, y dijo. — ¿Cómo chingados hiciste eso? —a lo que el perro respondió. — Yo no hice nada, yo sólo soy un perro, eso lo hiciste tú.

Y los dos soltaron estruendosas carcajadas. Luego callaron, hubo un largo silencio, hasta que Jim perro dijo al fin. — Que chingón se siente cuando puedes controlar tu vida ¿no es así? Desde cómo te vistes, qué comer, qué beber y hasta cómo morir. —Jim retiró su mirada del perro con un gesto de enfado y con voz baja dijo. — Tú no sabes nada. —Jim perro no dijo nada, sólo esperó a que Jim continuara. — Tú lo has dicho —continuó—, eres sólo un perro. Tú no sabes nada de la vida, tú sólo te dedicas a comer y a dormir.

El perro sonrió y dijo. — No necesito más. Nunca has pensado que esa es la razón de tus problemas, que quieres más de lo que necesitas para vivir. — Tú no puedes juzgarme —respondió Jim eufórico—. La vida es más que eso. — ¿Qué más? — El arte, el amor, esas cosas. —repuso Jim con enfado en la voz. — ¿Y para qué son esas cosas? — ¡Ya lo ves! No puedes comparar a un perro con un humano. —afirmó Jim con tono triunfal.

Jim perro llevó su mirada hacia otro lugar. Luego de unos segundos dijo. — Yo no creo que seamos muy diferentes. —y como ordenando sus pensamientos, continuó—. Si yo pudiera hacer lo que tú haces, sería igual o más mierda que tú. Pero el punto no es ese. El punto es que si el amor o el arte, o todas esas cosas, te llevaron a hacer esto, no sé por qué las buscaste desde el principio. Sólo digo, porqué vivir en torno a algo que te llevará al sufrimiento a final de cuentas. — No sé. —dijo Jim. Antes de continuar, se percató de que no sentía dolor en las heridas de sus brazos. Miró al rededor suyo, y notó también que no había ningún ruido. Era como si todo el mundo se hubiese detenido. Entonces entendió que ese era el último momento de su vida, y que lo estaba pasando platicando con un perro.

— No siempre fue así. —su actitud cambió—. Hubo un tiempo en que todo fue tan chingón. Tan bonito. Pero todo eso ya se fue. Ya no puedo hacerlo regresar.

Sorprendido, Jim perro preguntó. — ¿Qué tan chingón fue? — Fue hermoso, —respondió Jim con un suspiro—. Lo más chingón que he vivido. Pero la cagué. No se puede remediar. Ahora estoy solo, y así es como la vida termina, cuando ya no puedes hacer nada más. — Pero estamos de acuerdo cuando decimos que la vida puede ser hermosa ¿O no? — Sí, pero en mi caso ya no. — ¿Porqué? — Porque ya no puedo recuperar lo que perdí. — Vendrán otras cosas. — No será lo mismo. — Eso es lo mejor de todo. — ¿Por qué me dices todo esto? —preguntó Jim muy irritado.







Jim perro bajó la mirada y con voz baja dijo. — Yo soy tú. Yo sólo digo lo que tú ya sabes, y lo que quieres escuchar. No te suicides. No lo hagas. 

Estas palabras resonaron en la cabeza de Jim mientras perdía la consciencia. El perrito blanco de las orejas negras se acercó caminando, le lamió varias veces la cara y se recostó a un lado de él.