Miguel Ángel Crespo Jiménez.
Vestida únicamente con su desnudez apareció Andrea en la habitación. Mario la observaba seducido por el halo de belleza que desprendía su femenina figura a cada paso que daba hacia él. Sus firmes pechos, sus sinuosas caderas y sus largas piernas parecían cincelados por el más versado de los menestrales, mientras que su celestial rostro era iluminado por unos grandes ojos color verdemar que se clavaban más y más en el alma del muchacho. Andrea abrazó el vigoroso a la vez que tímido cuerpo de Mario, y con una suave caricia serenó al muchacho. Los apetitosos labios color carmesí de la joven recorrieron el cuello de Mario hasta unirse a los suyos en un apasionante beso que detuvo el tiempo en esa estancia. El cuerpo de los dos jóvenes se fundió en una incandescente llama de amor y sexo que rezumaba erotismo en cada parte de su ser. Andrea y Mario se amaron toda la noche bajo la eterna mirada de la Luna.