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jueves, 12 de noviembre de 2015

EL JACAL

El creacionista del día. Alex Fabiola Morales G. 









La muerte me vino de golpe. Lo supe cuando deje de sentir frío en los pies para sentir piquetes como finas agujas traspasándome la piel. Pinche cobija fue lo primero que pensé. Pinche jacal tan jodido. Pinche vida. Todo fue por culpa de Soledad, si no me hubiera sido infiel la muy puta. A fuerza quería coger todos los días, yo le dije que no. Más de tres veces a la semana es demasiado, ¿Por qué las mujeres piensan  que somos estrellas de porno? Esta mujer jamás entendió que tenía que trabajar. No es que no me guste el sexo ¿a quién no? Amaba su piel morena tostada por el sol, amaba su cabello negro y sus mejillas levemente rosadas que tenía cuando se entregaba. Parecía una manzana, pero una manzana con el alma negra y podrida. Su semilla era muy mala. Fue como el vinagre, amargó todo lo bueno en mí. Debí saberlo desde la primera vez que se acercó por azar al burdel que yo frecuentaba los fines de semana. Tras esa mirada de ángel, ella se acercó con su alma de diablo para seducirme, al igual que lo hizo con otros, si bien es cierto que conmigo no lo hizo por dinero, lo hizo por diversión. La muy perra, como se ha de ver burlado de mi. Después de que me hizo perder la cabeza, aquella vez que se metió bajo mis sabanas, siempre me pedía más, era inagotable.


Al principio estuvo bien, después ella perdió la dimensión de las cosas. Siempre me exigía más, siempre más dinero, más detalles, más joyas, más zapatos, más sexo, más de todo, siempre más, más, más, más  como si hubiera querido llenar con todas la cosas superficiales del mundo,  su nombre: soledad. Pinche Soledad.  Bajo su embrujo, yo intentaba complacerla,  pero claro, ella no entendió nada, supongo que se aburrió  y se tuvo que ir a revolcar con otro. Nunca fue discreta, siempre se veía con él al atardecer en  la orilla de la  playa más lejana. Pero los ojos eternos de Argos la vieron. No faltó quien me dijo –te están bajando a la vieja, ya te crecieron los de chivo–. Yo fingí demencia,  pretendí ignorarlo, pero ante su indiferencia cuando llegaba cansado a casa y su fingido amor la duda floreció. Empecé a faltar a la fábrica para seguirla, olfateaba su traición, sentía su cuerpo al lado mío helado, frío, como un hielo que quema y que pretendía derretir con mi amor. No entendí nunca que buscaba, a mi lado podía tener todo. Mi salario no era mucho, pero podía darlo esos pequeños lujos que exigía, ¡No entiendo! ¡No entiendo qué pasó! ¡Ni siquiera se revolcó con un hombre de dinero!



Ese día, tras una semana de seguirla, se reunió con él. Yo los vi con mis ojos, yo vi como metía su asquerosa mano entre sus piernas, como besaba sus senos. Era insoportable verlo hacer eso, era inconcebible que la piel de ella fuera de otro. No podía imaginar su olor mezclado con el de otro. No podía ser posible que sus labios fueran de ese tipo. Me acerqué como un gato sigiloso, dejé que disfrutaran un poco. Quise ver si tenía los ojos encendidos de pasión como lo hacía conmigo, quise oír si gemía con él como conmigo. Y si, así lo hacía, fue cuando desvaine con toda mi furia y mi dolor el machete sobre la espalda de él. Puede ver los ojos de Soledad salpicados de sangre, lleno de desesperación. Pude ver sus mejillas encendidas no de pasión, sino de vergüenza, de rabia, de asco y de dolor. Pude ver como con la misma ansiedad que recibía entre sus piernas a su amante, lo empujaba, lo separaba de sí. Quería hablar, decir, justificar, ¡No! ¡No quise escuchar nada! No quise saber nada. Con el machete le rebane la cara, deshoje sus sesos como margarita con la misma rabia que un adolescente puede sentir cuando la última hoja dice “no te ama”.  El todavía respiraba, el muy maldito quiso protegerte con su cuerpo. Sentí placer al cercenar su torso una y otra vez. Sentí placer matar a ambos.



¿Querías amor? Lo tuviste a manos llenas. Fue su muerte muy romántica. La sangre de él y la tuya se mezclaron. ¡Malditos los dos! ¡Malditos! Al matarte Soledad, me condenaste a mí, pero con gusto lo haría mil veces, un millón. Te he de matar todos los segundos de mi vida. Aquí estoy en este maldito jacal, perdido,  esperando a que vengan  por mí para meterme a la prisión. Aquí estoy con costras de tu sangre adultera y de tu amante pagando la penitencia. Hoy la noche es negra. No hay luz en este asqueroso jacal.  Aquí estás tú soledad, como estas últimas noches, sentada a mi lado reclamando que mate al amor de tu vida. Perra.  Lárgate ánima, lárgate. Bruja, lárgate, lárgate, ¡Largate!  





Amaneció, ya no te escucho ni te veo.  Al fin de salido de ese agujero. La muerte me vino de golpe. Lo supe cuando deje de sentir frío en los pies para sentir piquetes como finas agujas traspasándome la piel.   Te veo, entre esta oscuridad te veo…te veo. Estas con él, ¡Estas con él! He desvainado mi machete. Aquí los he de matar de nuevo.