La muerte me vino de golpe. Lo
supe cuando deje de sentir frío en los pies para sentir piquetes como finas
agujas traspasándome la piel. Pinche cobija fue lo primero que pensé. Pinche
jacal tan jodido. Pinche vida. Todo fue por culpa de Soledad, si no me hubiera
sido infiel la muy puta. A fuerza quería coger todos los días, yo le dije que
no. Más de tres veces a la semana es demasiado, ¿Por qué las mujeres
piensan que somos estrellas de porno?
Esta mujer jamás entendió que tenía que trabajar. No es que no me guste el sexo
¿a quién no? Amaba su piel morena tostada por el sol, amaba su cabello negro y
sus mejillas levemente rosadas que tenía cuando se entregaba. Parecía una
manzana, pero una manzana con el alma negra y podrida. Su semilla era muy mala.
Fue como el vinagre, amargó todo lo bueno en mí. Debí saberlo desde la primera
vez que se acercó por azar al burdel que yo frecuentaba los fines de semana.
Tras esa mirada de ángel, ella se acercó con su alma de diablo para seducirme,
al igual que lo hizo con otros, si bien es cierto que conmigo no lo hizo por
dinero, lo hizo por diversión. La muy perra, como se ha de ver burlado de mi. Después
de que me hizo perder la cabeza, aquella vez que se metió bajo mis sabanas,
siempre me pedía más, era inagotable.
Al principio estuvo bien, después
ella perdió la dimensión de las cosas. Siempre me exigía más, siempre más
dinero, más detalles, más joyas, más zapatos, más sexo, más de todo, siempre
más, más, más, más como si hubiera
querido llenar con todas la cosas superficiales del mundo, su nombre: soledad. Pinche Soledad. Bajo su embrujo, yo intentaba
complacerla, pero claro, ella no
entendió nada, supongo que se aburrió y
se tuvo que ir a revolcar con otro. Nunca fue discreta, siempre se veía con él
al atardecer en la orilla de la playa más lejana. Pero los ojos eternos de Argos
la vieron. No faltó quien me dijo –te están bajando a la vieja, ya te crecieron
los de chivo–. Yo fingí demencia, pretendí
ignorarlo, pero ante su indiferencia cuando llegaba cansado a casa y su fingido
amor la duda floreció. Empecé a faltar a la fábrica para seguirla, olfateaba su
traición, sentía su cuerpo al lado mío helado, frío, como un hielo que quema y
que pretendía derretir con mi amor. No entendí nunca que buscaba, a mi lado
podía tener todo. Mi salario no era mucho, pero podía darlo esos pequeños lujos
que exigía, ¡No entiendo! ¡No entiendo qué pasó! ¡Ni siquiera se revolcó con un
hombre de dinero!
Ese día, tras una semana de
seguirla, se reunió con él. Yo los vi con mis ojos, yo vi como metía su
asquerosa mano entre sus piernas, como besaba sus senos. Era insoportable verlo
hacer eso, era inconcebible que la piel de ella fuera de otro. No podía
imaginar su olor mezclado con el de otro. No podía ser posible que sus labios
fueran de ese tipo. Me acerqué como un gato sigiloso, dejé que disfrutaran un
poco. Quise ver si tenía los ojos encendidos de pasión como lo hacía conmigo,
quise oír si gemía con él como conmigo. Y si, así lo hacía, fue cuando desvaine
con toda mi furia y mi dolor el machete sobre la espalda de él. Puede ver los
ojos de Soledad salpicados de sangre, lleno de desesperación. Pude ver sus
mejillas encendidas no de pasión, sino de vergüenza, de rabia, de asco y de
dolor. Pude ver como con la misma ansiedad que recibía entre sus piernas a su
amante, lo empujaba, lo separaba de sí. Quería hablar, decir, justificar, ¡No!
¡No quise escuchar nada! No quise saber nada. Con el machete le rebane la cara,
deshoje sus sesos como margarita con la misma rabia que un adolescente puede
sentir cuando la última hoja dice “no te ama”.
El todavía respiraba, el muy maldito quiso protegerte con su cuerpo. Sentí
placer al cercenar su torso una y otra vez. Sentí placer matar a ambos.
¿Querías amor? Lo tuviste a manos
llenas. Fue su muerte muy romántica. La sangre de él y la tuya se mezclaron.
¡Malditos los dos! ¡Malditos! Al matarte Soledad, me condenaste a mí, pero con
gusto lo haría mil veces, un millón. Te he de matar todos los segundos de mi
vida. Aquí estoy en este maldito jacal, perdido, esperando a que vengan por mí para meterme a la prisión. Aquí estoy
con costras de tu sangre adultera y de tu amante pagando la penitencia. Hoy la
noche es negra. No hay luz en este asqueroso jacal. Aquí estás tú soledad, como estas últimas noches,
sentada a mi lado reclamando que mate al amor de tu vida. Perra. Lárgate ánima, lárgate. Bruja, lárgate,
lárgate, ¡Largate!
Amaneció, ya no te escucho ni te
veo. Al fin de salido de ese agujero. La
muerte me vino de golpe. Lo supe cuando deje de sentir frío en los pies para
sentir piquetes como finas agujas traspasándome la piel. Te veo, entre esta oscuridad te veo…te veo.
Estas con él, ¡Estas con él! He desvainado mi machete. Aquí los he de matar de
nuevo.