Su mirada es fija y
sus ojos son como armas. No son grandes cañones sino más bien discretas
pistolas que tiene su mira sobre mí. El primer disparo fue aquél cuando me
miraron, el segundo fue cuando mordió lentamente su labio y, el tercero, cuando
me preguntó:
―¿Alguna vez has luchado contra tus pasiones?
De su cabello rubio
recogido caen dos mechones discretos a los lados, cubriendo sus orejas. Aunque
uno es más abundante que otro, ambos parecen producto de un improviso chongo de
cabello.
La pregunta resuena
en mi cabeza, la duda ofende.
¿Alguna vez has luchado contra tus pasiones?
Te apuñalan con saña
y con fuerza. Te hacen disparos a quemarropa sin importar si estabas listo o
no, si estabas preparado o no, si estabas armado o no. Un conflicto, una guerra
como cualquier otra donde no hay ganadores ni perdedores, solo víctimas.
Avanzan a veces como
aquellos ataques relámpago de los alemanes durante la segunda guerra mundial,
Blietzkrieg. Es un engranaje perfecto, un ataque certero, un golpe al hígado,
una puñalada traicionera que entra a través de tu espalda baja y llega a los
pulmones, evitando así que puedas gritar alguna llamada de auxilio, ni
siquiera, una plegaria antes de morir.
Otras veces, son
guerras de desgaste. Una batalla como la de Stalingrado donde el sacrificio de
millones de hombres, el inclemente clima y los francotiradores escondidos, definen
la batalla hasta con la más mínima acción.
¿Alguna vez has luchado contra tus pasiones?
En la batalla estás
herido, no hay nadie cerca y es más probable que te encuentre el enemigo. Estas
acorralado pero aun así luchas, como un rata encerrada, como un león enjaulado.
Luchas, peleas con uñas, dientes, codazos y patadas, usas las armas que tienes
a la mano y, si no hay ninguna o se te acaba el parque, robas de los cadáveres
cercanos, sin importar si son amigos o enemigos, sin importar el estado en el
que se encuentran. Sufres por sobrevivir. Te hieren, te hieres, les hieres. No
puedes salir inmune.
¿Alguna vez has luchado contra tus pasiones?
Placeres, carne,
pecado, sexo, besos, caricias o lo que sea. Pasiones, claro que he luchado
contra las pasiones.
Una guerra
interminable en contra de uno mismo donde el apoyo o el desabasto provienen de
un lado ajeno, de alguien que nos puede extender la mano para salir o
simplemente para apuñalarnos por la espalda.
Quizás haya algunas
victorias, pero he perdido mil batallas y, a pesar de eso, aún no he perdido la
guerra.
¿Lucho contra mis pasiones?, pienso nuevamente y
hago mal trago de ese sabor amargo que solo quienes han estado en la guerra
saben reconocerlo.
―En este momento lo
estoy haciendo, ―le digo con fuerza, con coraje, con todas esas
emociones que me están comenzando a invadir― lo estoy haciendo.
―¿Quién ganará? ―me dice mientras mantiene firmes y sin titubear
aquellas armas que tiene por ojos.
―Eso, ―le contesto― está por sentirse.