En honor a un sueño perdido
2:23 AM
Se le erizó la piel cuando escuchó en las noticias:
Se aprueba la ley en pro de la
tecnología y la modernización. No se fabricarán más libros ni cuadernos.
Una gota de sudor frío se escurrió lentamente por
su marchita frente. ¿Cómo? –pensó- y
salió de su casa con la fe y disposición para protestar contra dicha ley, mas
se encontró sólo caras de alegría. Personas en todas partes ancladas a un
teclado, atrapadas, felizmente en el monitor.
Estudiantes, amas de casa, policías, doctores e
incluso escritores se habían limitado a que sus letras y pensamientos no fueran
más que datos vagando errantes por una red invisible. El escenario era
aterrador.
Sin querer rendirse se dedicó a organizar a los círculos
intelectuales del lugar; quienes en un
inicio le apoyaron firmemente, pero desistieron luego de sr amenazados con la
confiscación de sus respectivas bibliotecas.
La noticia, como todo hecho significativo causó
revuelo un par de días, mas la costumbre de lo cotidiano la absolvió
bruscamente. Quedaba él, en completa soledad. Sus amigos le abandonaron, su
familia jamás le hizo falta, las personas lo miraban con extrañeza y
discriminación; como si mirarán al chimpancé que rehúsa a evolucionar por amor
a lo sencillo.
Jefes de la policía lo buscaban. Así que, ensimismado,
asustado y enojado con el mundo que parecía jugarle una broma, no encontró otra
opción mejor que encerrarse en su biblioteca, único lugar cálido y seguro. Olía las páginas amarillas
de aquellos volúmenes, los leía y otra vez. Llegó a saborear tanto el sabor de
la buena literatura, la que conserva esos tintes de arcaísmo romántico en cada
palabra, en cada renglón de cada página. Su tacto aprendió a valorar las
diferentes texturas de aquellos pequeños tesoros impresos y su corazón se llenaba
de dicha cada minuto que permanecía allí.
Todo parecía seguir un rumbo tranquilo y fijo hasta que,
una a una, las personas notaron que su vista disminuía a medida del incremento
en el uso del ordenador; además de lo que estos comenzaron a fallar y los
archivos ahí guardados se borraron.
La organización se reflejó claramente en el inicio de
las manifestaciones públicas.
La policía le acusó de atentar contra el orden público
agregándole un cargo más: subversividad, y en alianza el gobierno confiscó su biblioteca. Todos
esos volúmenes que él amaba tanto, todos esos grandes mudos maestros fueron agredidos, rotos y finalmente ante sus
ojos; tan amarrados como sus propias manos.
Ya no quedaba nada. Ni libros llenos de enseñanzas, ni
páginas, ni olores, ni texturas, ni recuerdos.
Al borde de la locura escribió en todas las
superficies que tenía a su alcance; las paredes inundadas de palabras
complejas, de ideas, suyas y de otros, que hubieran hecho lo mismo que él. Sus
sabanas se convirtieron en lienzos, en enormes hojas que pronto fueron
llenadas, su ropa, sus mesas, sus platos, su techo. Todo, absolutamente fue
escrito, hasta el último rincón donde su cansada vista le permitió llegar. Ya
no había más espacio.
Así que una noche lluviosa y de persianas caídas,
cuando la desesperación ocupó el lugar
primero en el fondo de su alma, supo que no había más y comenzó a escribir
letras con un afilado cuchillo que manaba tinta roja en las páginas de su piel.
Versos de un grito desgarrador. Lleno de dolor y de la más turbia nostalgia terminó atestando el último hueco que
sus manos encontraron, colocando un tajante punto final que le cercenó el
corazón.