Todavía no lo sabes, pero hoy vas a recibir una llamada peculiar, pero como aún no lo sabes continúa con tu rutina: escoge la ropa que te pondrás, revisa la estufa y que las luces estén apagadas antes de salir.
En el autobús algo no te deja concentrarte en tu lectura, esta vez no es la mirada incómoda de otro pasajero, ni el volumen de la música del chófer. Debo confesar que me siento orgulloso de que seas tan perceptiva, aún no sabes que tienes una premonición.
Te veo caminar inquieta, subir las escaleras hacia la cabina. Todo mundo te saluda como siempre, te sientas frente a la consola y miras el reloj. A través del cristal ves a los conductores del programa, te saludan con un ademán y tú les respondes con una seña para avisarles que en unos segundos estarán al aire. El programa de hoy va a ser una charla sobre “ataduras” familiares. Piensas si en algún lugar estás guardando algún recuerdo que debas “liberar”, pero sólo encuentras visitas a casa de los abuelos, juguetes nuevos; tuviste momentos malos también pero en esta recapitulación te convences que has aprendido a sobrevivir. Miras el reloj y les avisas con una seña que va a iniciar pronto el corte comercial.
Ha terminado tu turno, sales de la cabina y caminas hacia el baño, vas a enjuagar tu taza de café que se ha llenado un par de veces hoy. El primer programa te ha dejado en la línea de seguir buscando recuerdos, piensas en los desayunos a toda velocidad cuando tu madre se despertaba tarde, en el malestar del estómago por beber una taza de leche en dos segundos; en aquella vez que no pudiste contenerte y vomitaste apenas al atravesar la puerta, tu madre te gritó y tuviste que regresar a cambiarte. No recuerdas cuál fue el castigo en la escuela por el retardo, pero si la ropa manchada y tu madre vuelta una “bola de nervios”. Tratas de hacer una relación entre ese hecho y algún comportamiento como escuchaste en el programa, pero lo único que provocó eso en tu vida adulta es la aversión a tomar leche por la mañana. Tu madre te gritaba, pero la verdad es que eso hacen las madres, tenía que llegar a tiempo también a su trabajo, además después de todo siempre tenía tiempo de llevarte a visitar a los abuelos.
Estás fuera de la emisora caminando hacia la esquina donde esperarás el autobús, pero tu mente sigue realizando un viaje hacia el pasado. La casa de los abuelos es el escenario de muchos de tus recuerdos infantiles: la abuela siempre dispuesta a leerte un cuento, incluso leyeron en varios días alguna novela corta. El abuelo con esa talla grande, con su gusto por la jardinería; con él sembraste un árbol de manzanas y varios tipos de flores con los que siempre te hacía un ramo para que lo llevaras a casa. El autobús se acerca y cuando lo abordas piensas que sería una buena idea visitar al abuelo y llevarle un ramo de flores.
Dentro del autobús sacas una libreta, el viaje a casa te sirve para seguir haciendo anotaciones, estás cerca de conseguir tu propio programa en la estación y tienes ya media libreta llena de ideas para cuando salga al aire. No se te había ocurrido nunca hablar de jardinería pero después de todo llevas la influencia del abuelo, aunque lo habías olvidado. Tu teléfono suena, pero no es la llamada que recibirás hoy, es él quien llama, quiere pedirte que se vean más tarde para cenar porque tiene mucho trabajo, tú no te opones pues eso te deja más tiempo para descansar antes de salir a la calle nuevamente.
Cuando estás en casa sacas nuevamente la libreta, revisas algunas de tus notas, tachando y escribiendo palabras a los márgenes. Luego dejas la libreta y el bolígrafo y te levantas para caminar al librero, estás buscando un libro en particular y no tardas en encontrarlo. Lo abres en la primera página para encontrar lo que buscabas, la dedicatoria de la abuela: “para mi querida señorita”. Recuerdas aquel año, las madres deben hablar con las hijas de su periodo, tú lo hiciste con la tuya, pero la abuela tenía esa otra forma de hablar que hizo que te sintieras más cómoda con ella. El día que murió la abuela lo recuerdas claramente, fue la primera persona cercana que murió en tu vida. Después del funeral tú pediste quedarte en la casa de los abuelos, del abuelo desde ese día. Lo ayudaste con los quehaceres, atendieron el jardín, no hablaron mucho de la abuela porque para los dos aún era doloroso, pero ambos sabían que estaban compartiendo el mismo luto.
Estás nuevamente en la calle, has decidido salir temprano y dar unas vueltas por las tiendas mientras llega la hora de cenar. Te sientes inquieta pero lo atribuyes a los recuerdos que has estado reviviendo, nunca has confiado en tu sexto sentido, pero espero que después de hoy aprendas a hacerlo. Pasas frente a una florería y entras, el olor combinado de las flores te calma, miras los ramos que están en exhibición, listos para un olvido o un retardo. Al fondo están las flores ordenadas por su especie, avanzas hacia ellas y reconoces algunas de las que están plantadas en el jardín del abuelo. Tomas una y te acercas a la dependiente para pagar. Es entonces cuando suena tu teléfono, una voz desconocida te hace preguntas, tú respondes “sí lo conozco, es mi abuelo”. Y entonces te lo cuenta. Tú sales corriendo de la florería, tomas un taxi, mientras recorre las calles empiezas a marcar desde tu teléfono, le hablas a tu madre, a él. “Se murió el abuelo” es lo único que puedes articular. Cuando eras pequeña te entristecía que las flores se marchitaran, pero aprendiste que era parte de un ciclo. No deberías llorar, lo que ha pasado es exactamente lo mismo. También de pequeña me preguntaste si alguna vez iba a morirme y prometí no hacerlo sin avisarte, estoy cumpliendo mi promesa, ojalá y no llevaras flores a mi funeral, sería más feliz si compraras un ramo para ti.