Al deambular ciego
llegaron nieblas de
sal,
-noche tras día-
travesía de rojos
mares.
Al amanecer
anestesiado
vararon los
anocheceres
regados de escarcha
almizclada.
Orillas y más orillas
como despensas
vacías,
arrebatadas,
perfumes yacientes.
De mi piel -ahora-
brotan pétalos
amarillos
bajo la cerrada noche
perenne,
se muestran girasoles
que
quieren brillar bajo
la luz.
Una mueca me dobla
los
descreídos labios,
la siguiente muerte
me aguarda.
Cierro los puños,
abriría el alma si
pudiera.
Aprieto los dientes.