-¿Y bien recuerda usted alguna primera vez algo que le haya causado un gran impacto en su vida?
Ricardo se encontraba recostado sobre un sofá bastante cómodo. El “consultorio” del psicólogo al que había comenzado a visitar después de su depresión, era bastante amplio y cómodo. El lugar en sí era agradable pero la idea del por qué estaba ahí era lo que lo perturbaba y no lo hacía entrar en confianza.
No se sentía muy cómodo contándole sus problemas a las personas y mucho menos a un desconocido a quien, además, tendría que pagarle. Pero aun así, la mente de Ricardo comenzó a volar entre los diferentes recuerdos escondidos que tenía en su mente; su primer beso, su primera vez, su primer día de clases, su primer día en el trabajo, su primer amor; su primer corazón roto, el recuerdo más fuerte y más vivido que se juró jamás olvidar.
Llevaban dos años de noviazgo y, en aquel entonces, pensaba que ella era su amor eterno, la chica indicada. Sus sentimientos hacia ella se habían anidado muy dentro de su ser, estaba bastante enamorado. Mi chica ideal, era la descripción dada cuando le preguntaban por su novia. Pero no lo fue.
Los problemas surgieron, el tiempo que pasaban juntos era o demasiado o muy poco. Las amistades los absorbían demasiado o ni siquiera las frecuentaban. El sushi ya era motivo de división y no de alternativa de comida. Las relaciones con tal o cual amigo que influían de manera negativa eran escondidas o mostradas abiertamente, dependiendo de los estados de ánimo. Todo iba tornándose gris e incómodo. Poco a poco ella empezó a tener secretos, molestias de “privacidad invadida”, como si Ricardo fuera un ente que buscara eliminar la privacidad del internet. Nadie pensaría que un ¿Con quién chateas?, podría desencadenar una pelea tan fuerte que al final el tuviera que terminar pidiendo perdón (aunque no tuvo la culpa).
Decidido, él le ofreció un cambio pero ella le dio un final.
Él pidió otra oportunidad y ella le dijo que las oportunidades no se pueden dar entre quienes las diferencias son tan abismales, era lo mejor para los dos. Entonces él le dijo que no soportaría la soledad de estar con ella.
Ella le dijo que no podía soportar la soledad de estar con él.
Días más tarde, ella estaba olvidando la soledad en los labios de otro hombre.
Las promesas hechas de puro amor sonaban tan lejanas que le parecía raro que su eco le doliera tanto y tan profundo, como aquel dolor previo a un infarto o como la falta de agua en el cuerpo. Las palabras que fueron forjadas entre tiernas miradas y suaves besos se fueron convirtiendo en polvo que se llevaba el viento.
Escuchó un “crac” en su ser y, en aquél momento, entendió el por qué se decía que el corazón se rompía y no simplemente se hablaba de que el corazón olvidaba al viejo amor.
-¿La primera vez, doctor?- dijo Ricardo.
-Aquella primera vez que te haga recordar algo muy fuerte- le contestó el doctor.
-Creo que por ahora no recuerdo nada- dijo Ricardo.
Miró a la ventana y sintió alguna lágrima salir del ojo y deslizarse por el cachete. Si recordar le era difícil, hablarlo con un desconocido aún más. ¿Para qué diablos vine al psicólogo? Se preguntó en ese momento.
-No te preocupes Ricardo, poco a poco saldremos adelante-
-Claro que sí doctor- contestó entre dudas y nubes de recuerdo. Jamás se puede salir delante de un corazón roto, pensó Ricardo. Porque a un corazón le rompe un ser ajeno y es, de igual manera, un ser ajeno quien lo repara.