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jueves, 30 de mayo de 2019

LA FELICIDAD

El creacionista del día. Adán Echeverría.







Hoy amanecí sin dinero
y mi hijo sonreía.


Ayer
al caer la noche
hablé por el móvil con mis pequeños
que viven al otro lado del país
y mi perrita me daba lengüetazos en las mejillas
y no me dejaba explicarles la angustia
de estar lejos.


No podía sino reír y escuchar que
Esteban había terminado la tarea
y que Alex
logró meter dos goles hacía unas horas
y se preparaban para dormir
tan lejos de mis brazos.


Por la tarde leí unos cuentos malos de Bolaño
y de nuevo “Historia del Ojo” de Bataille.


Di unas horas de taller literario,
comí unos tamales
dormí abrazado a mi mujer
con mi bebo a nuestro lado
y la perra
siempre encima de nosotros.



Hoy desperté con la certeza
de la felicidad
paseando por la casa.





jueves, 16 de mayo de 2019

MATY

El creacionista del día. Rodolfo Bertoni F.







Yo estaba muy cabizbajo y taciturno sentado en la acera; lo único que recuerdo en ese momento fue ver pasar a muchas personas corriendo con palas, cubetas y herramientas para escombro, no eran sólo policías y paramédicos sino también personas que conozco, simples civiles; gente con el rostro en lágrimas, preocupaciones e impotencia de no poder hacer nada. Vi mucho humo y estaba muy confundido, una tierna chica se acercó a mí y creo que vio mi cara con lágrimas y mucho espanto, ella me abrazó y me dijo mientras acariciaba mi cabeza, que todo iba a estar bien.

Todo lo que pasó fue muy fugaz. Mi mamá estaba lavando, a un lado del departamento y por casualidad dejó abierta esa puerta, mi papá escuchaba en su computadora música estridente (de ese cantante argentino en coma, no recuerdo) estaba haciendo cosas casi rutinarias. Hubo algo raro en el ambiente, percibí el rápido aleteo de muchas aves, como si mi sangre fluyera más deprisa, cuando repentinamente todo empezó a sacudirse, e instintivamente salí primero del departamento, escuché como se caían cosas, bajé las escaleras y oí gritos ansiosos, los muebles y ventanas rechinaban e igual caían vasos, platos, cosas de cocina y los adornos de las salas de los vecinos; para mí fortuna el portón de los departamentos estaba abierto y salí lo más aprisa que pude, los vecinos también lo hacían, pero yo solo corrí y corrí sin mirar atrás, no me percaté qué tanto, hasta que llegué a una calle donde nada me era familiar, el lugar era extraño, con personas extrañas, olores extraños, y lo peor es que un edificio estaba colapsado. Me senté en la cornisa de la banqueta llorando, porque me había extraviado por el temblor y porqué había perdido a mi familia. Entré en un estado de shock sin saber qué hacer y mi mente quedó en blanco.

La chica me preguntó si sabía de dónde venía, la miré consternado. Ella me cargó entre sus brazos y caminó. Empecé a reconocer el lugar, los colores (un poco grisáceo y café por lo mismo del humo) olores, incluso a las personas; me bajé de sus brazos abruptamente y fui llorando hacía ese edificio donde vivíamos mi familia y yo, estaba totalmente destruido, y lloraba más y más. Conforme llegaba a las ruinas me subí a una biga mal puesta, rascaba y rascaba. La impotencia de no poder ayudar me invadió, quería ver que todo estuviera bien, olerlos nuevamente.

Insistí en mi búsqueda, la chica me gritó que no lo hiciera, hasta que me tomó de nuevo en sus brazos y lloramos juntos; creo que se conmovió más al verme hacer eso. Escuché que mi papá a lo lejos gritaba ¡Maty, Maty! Volteé mi cabeza rápidamente porque reconocí su voz grave, no pude contenerme, era mi papá y mi mamá que corrían y se tambaleaban con llanto de felicidad porque venían a recogerme. Veloz, me solté de los brazos de la chica e inmediato empecé a mover mi cola de izquierda a derecha de tanta felicidad y a ladrar en forma de reclamo y alegría, les lamí la cara de tanta emoción, para mí aquellos minutos fueron la eternidad.




jueves, 9 de mayo de 2019

EL BECARIO

El creacionista del día. Ricardo Durán





Nos conocimos en aquella oficina gris en donde ambos trabajábamos. El mismo gris del edificio era el color de todos los mediocres a los que contrataban. Sin aspiraciones, sin sueños, sin deseos ni ganas de crecer. Yo era peor que todos ellos, porque yo no cobraba ni un puto centavo. Era el becario del lugar. Me dedicaba a ir por los mandados u otra cosas que se ocuparan en la oficina. Sin embargo, me conformaba y me gustaba ver llegar todos los días a las cinco de la tarde a la maestra de arte a impartir su taller de artes plásticas para niños. La profesora Zúñiga era sumamente puntual y muy mamona. No hablaba con nadie, al menos que no fuese de trabajo. Era delgada, estatura media y fea, sin embargo, usaba un piercing en la nariz que le daba un sexy toque a su figura. Tenía la suerte de hablar con ella de vez en vez, porque regularmente me mandaba a comprar algún tipo de material para su clase a la papelería y repentinamente me regaló un par de sonrisas.


 Todos en la sección salían a comer de lunes a viernes de 3 de la tarde a 4:30pm. Me gustaba cuando se iban y me quedaba completamente solo. Comía algún sándwich que traía de casa y bebía vino barato con jugo de naranja que metía en algún termo de café. El subdirector de esa área sabía que lo hacía, pero no decía nada porque más de una vez lo encontré cogiendo en su oficina con la secretaria de la directora. Siempre me ponía a fisgonear en las computadoras y sin que ellos lo “notaran” les ayudaba con la edición de algunas capsulas informativas. Un viernes me encontraba fisgoneando en la computadora de Paquito, un editor de gran experiencia. La abrí y en su disco duro había un vídeo porno de él y su novia. Su novia estaba muy buena y me enganché viendo el vídeo. Sabía que no habría problema porque todos regresaban dentro de una hora y media a la oficina. Mientras en el vídeo Paquito se cogía a su novia, comencé a sobarme el pene sobre mi pantalón. Comenzó a ponerse dura y no pude más y me la saqué. Le puse pausa al vídeo cuando la novia de Paquito comenzó a mamársela. Se miraba que disfrutaba tenerla en su boca y que sabía hacerlo bastante bien. Comencé a movérmela de arriba abajo. Se sentía bien hacerlo en un lugar prohibido. Ahora sabía lo que sentía el hijo de puta del subdirector. 

Sin hacer ruido, llegó la profesora Zúñiga. Se paro delante de mi y vio lo caliente que estaba. Intente guardarla inmediatamente pero ella se acercó. 

—¿Qué estás haciendo, cabrón? — Deja te la chupo o te reporto para que te corran en este instante. 

Se agachó y se la llevó a su boca. Cerré los ojos y disfruté mientras me acordaba de la novia de Paquito. La profesora Zúñiga seguía chupándomela toda. 

A lo lejos escuche voces. La aparte unos segundos y me estiré para asomarme. La profesora se hincó de nuevo y siguió chupándomela más rápido. Los chicos de la sección se les había ocurrido llegar temprano esa tarde y estaban por llegar a la sala de edición. No pude contenerme más y me vine. Terminé en la boca de la profesora. Me salí y salpiqué de esperma el teclado de Paquito. 

Paquito y Gerardo entraron a la sala y me vieron con la profesora. Todas las computadoras estaban apagadas. La profesora me ensañaba a pegar alguna parte de una marioneta. Paquito llegó a su lugar y vio algún liquido blanco en su lugar y me miro molesto. 


—Pinche becario, si vas a aprender a pegar tus mamadas, que no sea en la sala de edición.


 Agarré el teclado y lo desconecté del CPU. Le puse windex y comencé a limpiarlo.


 La profesora Zúñiga agarró su marioneta y salió riéndose discretamente. 


Regresé con el teclado limpio y lo conecté. 


Paquito encendió su computadora y se puso a trabajar.