Debajo de tu ropa hay un tesoro
ofrecido
a la menor palpitación, a la mínima
señal de gusto.
Trepo a ti, estatua viva, a
colocarte la corona de mis manos
que sólo quieren, como es natural,
divertirse. Hay
todas las cosas que merezco por ser tu amigo en las buenas,
todas las cosas que merezco por ser tu amigo en las buenas,
plácidas cosas que nos ofrece,
con su faz de fruta abierta y
desgajada, la vida.
Por ser la otra mitad de tu naranja
apetitosa.
Tus calcetines enfundan pies tan
hermosos que vulneran la mirada.
Tus calzoncillos dejan, cuando
quieren,
entrever unas nalgas exactas en su
formación
de músculo tenso y grato a los mordiscos;
de músculo tenso y grato a los mordiscos;
tu camisa, unas tetillas rosadas
que simpatizan con mi palabra
lujuriosa.
Tus pantalones guardan las mayores
de todas las preciosuras:
el duro metal púbico, los
testículos suntuosos.
Debajo de tu ropa se escribe una
historia, día a día,
con la tinta purpurina de nuestro
pacto sensual,
historia de cariño y miel de los
panales desbordados
de nuestros corazones que no saben
negar su delectación.
Pero no es sólo lo que hay debajo
de tu ropa
lo que provoca, estimula mis ansias
amatorias.
Porque cuando no te tengo en
presencia, amor,
cuando sales de mis brazos para
luchar de nuevo contra el mundo,
toco olfativamente tu ropa
toco olfativamente tu ropa
para brindarme un momento conmigo
y con tu rastro.