A Emilio le gustaba ir
a pescar al lago quieto y gris que estaba cerca de la escuela. Me fascinaba
mirarlo desde lejos hasta que tuve el atrevimiento de cargar con mi caballete y
mis óleos y pintarlo a la orilla del lago. Cuando se dio cuenta no dijo nada.
Solo miró largamente el boceto y una sonrisa escapó de sus labios abultados.
[El agua turbia de mi sueño es el fango de mi inconsciente.]
Tardé tres semanas en
terminar el cuadro. Pinté el lago con la más amplia paleta de grises que pude
combinar. Emilio aparece de pie con su caña de pescar. Lleva una gabardina
amarilla y larga que le cubre hasta las rodillas. En lugar de su rostro, descansa
en sus hombros la cabeza escamosa de un pez anaranjado, con los ojos viscosos, abiertos,
desnudos.
Al
anochecer, los gansos que habitan alrededor del lago graznan horriblemente. Los
vigilantes nocturnos dicen que no son los gansos, sino la banshee. El cuadro tardó en secar más de lo normal y cuando por fin
secó, unos cuantos días después, se empezó a desprender la pintura. Incluso
hallé algunas gotas de agua al pie del caballete.
[No sé por qué ella pintó ese cuadro, pero me horrorizó descubrir que es
exactamente igual al sueño que tengo todas las noches: estoy de pie a la orilla
del lago, pescando, y no puedo soportar la vista de mi rostro sucio y maldito
en el agua turbia. Entonces saco con mi caña de pescar una enorme cabeza de pez
que coloco sobre mis hombros. Me convierto en una especie de Dios Pez y sólo
así logro esconder el lodazal de mis pensamientos cuando escribo.]
La pintura sigue
desprendiéndose del cuadro, y donde debiera aparecer la cabeza del pez hay una
mancha informe y negruzca. No sé qué pasa. He usado los materiales de siempre.
[Mi inconsciente quiere salir todo el tiempo y cuando me convierto en el
Dios Pez de mi sueño sólo logro que todas mis pulsiones oscuras y sucias se intensifiquen.
He intentado el retiro, la meditación, pero el lodo de mis profundidades no
hace sino empujar las puertas con que lo encierro para querer salir. Y ella, al
pintar ese maldito cuadro, no ha hecho más que adivinar mi pesadilla.]
La tela del cuadro que
hice de Emilio está oscureciéndose, y otra vez hay agua sucia alrededor del
caballete. Esta noche una tormenta azota la escuela y los sauces que hay
alrededor del lago se agitan como los cabellos de una bruja que agoniza en la
hoguera. Los gansos graznan horriblemente: dicen que anuncian la muerte.
[Las palabras me controlan cuando escribo, como si fuera su esclavo, y
me conducen a los sitios más oscuros de mí mismo. Busco entonces el trance, la
transformación, como los antiguos brujos y chamanes, y me visto con mi máscara
de Dios Pez para que todo lo que salga de mí emerja a la superficie sin culpa,
como un barco naufragado y limoso que ha estado sepultado durante siglos. Sólo
con la máscara soy libre y puedo dejar de horrorizarme de ser lo que soy.]
Llevamos tres días de
tormenta y ventarrones. No podemos salir de los dormitorios. El lago plomizo se
agita y tiembla, y los gansos graznan en la madrugada como una banshee hambrienta.
[No puedo seguir fingiendo. Ni siquiera sé quién controla mis
pensamientos. Las palabras no transmiten lo que dicta mi consciencia, sino que
escupen todo lo que guardan mis rincones más oscuros. El pez simboliza la
verdad profunda que se oculta, y finalmente descubrí que en mi interior habita
la locura, la entrega total a la muerte. Ella lo descubrió cuando pintó ese
cuadro, como si hubiera podido ver en mi interior. Es inútil esconderme de mí
mismo. El lago que arrojó mi reflejo en sus aguas turbias se agita con la
tormenta. Las ramas de los sauces braman con el viento. Los gansos disfrazan
los gritos de la banshee que clama mi sangre. No los haré esperar. La pintora
me descubrió.]
La tormenta cesó al
cuarto día, pero nos despertamos con una inquietante noticia: los vigilantes encontraron
en la madrugada el cuerpo de Emilio flotando en el lago. Y esa misma mañana encontré
lodo al pie del caballete, y vi que la cabeza del pez que yo había pintado sobre
los hombros de Emilio había desaparecido. En su lugar se dibujaba un cráneo negro
con las órbitas oculares grandes y profundas, cuyas mandíbulas estaban abiertas,
en un grito de horror infinito. Pero no fue eso lo que más me sacudió: el
cadáver de Emilio estaba cercenado a la altura del cuello y, cerca de él, en el
agua gris del lago flotaba la enorme cabeza de un pez
anaranjado.