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jueves, 13 de febrero de 2014

Leda Cat

El creacionista del día.  Noodle Kattepón Váiz






Conocí a Leda mientras yo pateaba una piedra rumbo a mi casa, entonces ella me solicitó ayuda, pues se había quedado atorada en la rama de un frondoso árbol.

Me gustó desde que lamió mi cachete izquierdo y por la restregada de su frente en uno de mis hombros. Yo no sabía qué hacer ante sus extraños movimientos, lo único que se me ocurrió fue alborotar su cabello, Leda volvió sus ojos a mí. Eran enormes. Y, me gustó desde entonces.

Después de cursar el último año de preparatoria, Leda y yo decidimos buscar suerte en la misma universidad. Ella estudiaría la carrera de psicología avanzaba para tratar a mascotas con trastornos mentales, no comprendía bien por qué deseaba aprender una profesión tan extraña, yo ni siquiera sabía si hallaría empleo, pero decidí apoyarla de todas maneras.

A mí me fue muy bien, logré aprobar el examen para la carrera que seleccioné como primera opción. Ante el hecho, mi abuelita mandó a hacer un imán que tenía grabado el número de mi matrícula para ponerlo sobre su refrigerador.

Yo estaba contento, mi vida tomaba rumbo y comenzaba al lado de una hermosa señorita, en una escuela de aulas bonitas y un departamento que pagábamos entre los dos. El único inconveniente de nuestro nido de amor temporal era que Leda había adornado más de la mitad con postes de madera que tenían un largo cordel que sostenía en la punta una bolita de estambre, no existía un sólo rincón que no tuviera un gato en bulto; de porcelana, barro o construidos con chatarra. Demasiados gatos en la casa.

Resultó que cierto día rentaron el departamento que estaba justo frente a nosotros, el casero se alegró de tener llenó todo el edificio, Leda estaba poco contenta, la noche anterior pudo escuchar a los hombres de la mudanza meter los muebles y quien sabe que más cosas, pero lo importante. Escuchó los fuertes y vivarachos ladridos de un perro.

―No puede haber un perro tan cerca de nosotros.

―¿Por qué no?. Mientras no moleste la planta que tenemos en el pasillo todo estará bien.

―Sí… mientras esté lejos. Supongo que no habrá problema.

La primera vez que Leda hizo la imitación de un gato, fue cuando un pajarillo azul se detuvo a cantar cerca de la ventana del baño, ella dejó de cepillar sus dientes para acercarse sigilosamente al lugar, el pajarillo bailó un par de veces al verla, pero, se asustó de inmediato cuando Leda se erizó toda al tiempo en que emitía un Geeeee. Cuando el ave se hubo marchado, mi adorable novia dijo ―Miau, miau ―con algo de tristeza. La verdad es que no quise iniciar una pelea, Leda era muy sensible y hacerle bromas acerca de su comportamiento la hubiera puesto seria todo el día. Así que ignoré el raro comportamiento. Esa misma noche me dijo algo de lo más extraño.

―Quisiera atrapar un ratón. Te lo ofrendaría de trofeo.

―¿Y cómo piensas atraparlo? ¿Con una trampa?

―Claro que no tontito. Lo agarraría entre mis dientes y le apretaría con fuerza su adorable cuellito. Buenas noches.

Lo siguiente fue de lo más vergonzoso, todas las mañanas desde que decidimos vivir juntos, Leda y yo íbamos al parque que quedaba a unas cuadras del edifico a practicar básquetbol, aquel día fuimos cuando el sol ya brillaba tenuemente por todo el lugar. Nos divertíamos, tranquilos, normal… hasta que apareció la mariposa roja.

Las pupilas de Leda volvieron a hacerse enormes, luego lamió sus manos y comenzó a juguetear con el animalejo que hacía lo posible para escapar de los zarpazos de Leda. Mi novia comenzaba a llamar la atención de los que iban a practicar ejercicios matinales, yo intenté detenerla pero se me escapó rápido; iba a la velocidad del aleteo de la mariposa. Grité aterrado al ver que casi la atropellaba un vocho amarillo.

―¡Leda, por dios!

Me parece que fue la primera vez que discutimos hasta el grado de no querer vernos en días, ella se marchó a su casa con ojos llorosos. A la quinta salida del sol Leda regresó, pero no me habló, fue a nuestra habitación y se cambió de ropa para irse a la escuela.

Los problemas de actitud felina de Leda aumentaron cuando conoció a Rufo, el perro carlino pug de los vecinos, era en verdad una mascota adorable, aunque un poco peligrosa, no sé por qué rayos le gustaba dormir junto a la maceta que teníamos a un lado de nuestra puerta, Rufo era tan negro que se confundía con la oscuridad del pasillo sin luz, también salía de su casa tan rápido como los ratones huyendo de algún depredador.

Leda tropezó cierta noche con él, prendió la luz para ver de qué se trataba, el perrito ladró a todo pulmón, tal vez no le gustó la forma en que ella lo vio, especialmente cuando pronunció uno de sus tradicionales Geeeee y luego comenzó a perseguirlo por el pasillo. Su dueña y yo salimos casi al mismo tiempo, tuvimos que separar a los dementes a la fuerza. La espantada vecina metió a Rufo a su casa y nos quedó viendo realmente feo, yo moría de pena mientras Leda me rodeaba, restregando su cabeza y diciendo ―Prurr, prurr, maraurrr ―no pude hacerla entrar en razón y toda la noche durmió al borde de la cama, hecha bolita. También roncó.

Las correteadas entre mi novia y Rufo se convirtieron en el espectáculo oficial del edificio, nunca había tenido problemas con los vecinos, por vez primera odié al perro y al extrañó comportamiento de Leda, ¡ya no me parecía gracioso!

―¡Esto se detiene ahora mismo! ―le grité a ella cuando la vi tendida en el suelo jugando con la pelotita de un afilador de garras felinas color morado.

―¿De qué hablas? ¡Esto es muy divertido! ―contestó sin dejar de jugar.

―Leda. Escúchame ―dije, levantándola del suelo―. Me parece que necesitas ayuda, no está bien que continúes portándote como un gato. Creas un alboroto a donde sea que vamos, sin olvidar las veces que te has lastimado. ¡Incluso de gravedad! Así que ¡Esto se detiene ahora!

Deseaba con todo el corazón que entendiera, pero…

Ella se me quedó viendo, estirada a lo largo del sillón, bostezó un par de veces antes de pronunciar:

―Tengo hambre ―entonces se levantó para ir a la cocina a comer una lata con atún en agua y un vaso de leche fría. Y, por supuesto, ignorando lo que le había dicho.

El siguiente fin de semana decidí hablar seriamente con su familia, así que no dudé ni un poco en aceptar la invitación de Leda para ir a su casa. Sin embargo mi seudo discurso de psicoanalista se fue por el caño debido a la fiesta que había en su domicilio.

Todos estaban contentos. Bebían, cantaban y bromeaban. Perdidos en el alcohol de las cervezas, en los trozos de carne frita al carbón y la música duranguense.

Nadie se dio cuenta hasta que escuchamos el tremendo golpe, Leda se había caído desde la azotea de su inmensa casa, su delirio gatuno la llevó arriba… perseguía un pajarillo azul. Logró atraparlo, aún lo tenía en la boca. ¿Qué habrá pensado la pobre? ¿Que también tenía siete vidas?, definitivamente olvidó que era humana.

Lo triste es que no logró estudiar hasta descubrir cómo controlar su problema de personalidad. Ella siempre me decía que trataría de ayudar a los felinos atrapados en cuerpos humanos. Nunca entendí a mi novia que se creía gato. Y eso le costó la vida.