(En la espesura de una selva, sin fecha.)
Resuena en mi cráneo el estallido del
último obús.
Hiede a gangrena
y lentamente comprendo
que se extinguen las numeradas provisiones.
Monótonamente se encienden los últimos
cigarrillos.
Lejos resuena un río mojando mis
pensamientos,
refrescando heridas grandes como el
cansancio;
y mi sueños emigran a vivir a sus pacificas
playas.
Cantan las aves estridentes lamentos.
Lejos resuena el río. –¿Es también de
sangre? –
Tengo visiones hermosas. De niños de
ondulantes arias desnudas,
de ciudades enteras y jardines sin orillas,
de madres que no gritan la inminencia de la
muerte,
de hermanos felices que se abrazan.
Y por momentos olvido los coágulos
pulsantes
y la angustia
y el terror de estar despierto y pensar.
Este agujero en la tierra es mi morada.
Monótonamente se enciende los últimos
cigarrillos.
De niño la ilusión de la guerra era
ferviente como el amor.
El licor escasea. Los cadáveres se apilan
y monótonamente se encienden los últimos
cigarrillos...