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martes, 14 de enero de 2014

Marinero de las letras

El creacionista del día. Gerardo González Aikas 







Una palabra llega tras de otra, a veces sin sentido, a veces formando oraciones que se transforman en versos o párrafos que luego terminan por convertirse en cuentos y poemas, por ahora nada de novelas. Llegan, pasan, van y vienen. La lluvia de palabras nunca termina, al llegar a un punto, que podría parecerse a ser el punto final, el párrafo carece a veces del sentido que uno en verdad quería darle. Se borra y empieza de nuevo.
Y no solo son las lluvias de palabras sin sentido lo que atormenta el alma a escribir, también los ruidos, los quejidos de la gente, las peticiones, el vibrar del celular; ideas de otros proyectos, pendientes de trabajo, problemas familiares, problemas personales, falta de pila en el ordenador, cansancio y ganas de dormir. Pero aun así las palabras siguen fluyendo. Como si fueran un río incansable que no cesa de transitar en todos los rincones de nuestro cuerpo.


El parpadeo intermitente de la marca del procesador de textos a veces se vuelve algo torturante, una pausa obligada para poder pescar las palabras correctas de nuestro río.
Y no solo es el río y la lluvia, también están los pensamientos; a veces arrojados y perversos, sucios o resplandecientes, nos atormentan pensando si cada palabra que imaginamos no es un pensamiento sucio y pecaminoso, o todo lo contrario. Si a veces la imaginación y la inspiración se presentan en forma de río y lluvia, los pensamientos podrían ser un inmenso mar donde podemos encontrar monstruos marinos o hermosas sirenas que jamás serán nuestras.


Podríamos ser un barco que navega a través de corrientes en medio de una lluvia dentro de un mar inmensamente enorme cuyo fin es tan conocido como lo es el tamaño del universo; por eso es fácil perderse, borrar todo lo escrito y volver a empezar, cerrar bruscamente el portátil por la falta de inspiración o la abrumadora lluvia de ideas que invade nuestra cabeza o a veces solo quedarse viendo el tintineo de esa pequeña línea vertical, saber que cada pausa suya de un segundo es un preciado segundo donde un torbellino de ideas debe de formarse y dominarse, donde podremos montar y ser un jinete de tormentas. O en el peor de los casos, un jinete de barril.


Si, un jinete de barril, ese término me gusta y espero que al señor Tolkien no le moleste que lo tome prestado. Un jinete de barril, un intento de escritor, un marinero de letras.