Cambiamos espacios, por sentimientos; hicimos de nuestros ratos, retratos, a veces el claroscuro representaba batallas, pinceladas de humeantes quejidos de madrugada. Cierro la imaginación, para no extrañarte, pero el rumor de tu caricia hace inevitable esa tarea a la cual me he propuesto, no contradecirme. El sin querer, ha puesto en mi lenguaje, tanteos de tu rostro y me es imposible no enumerar tu imagen, hasta quebrarme en ansias.
Piel fina, inclusive dura, cuando las posiciones son inconstantes tocando otra piel de textura deseable, de figura firme, inocua; no es desagradable cuando no la sientes venir y sin embargo cuando aterriza a lado tuyo, inhóspitamente te vuelves uno. Tu cabello, aun lo sé definir a la perfección entre la penumbra, tomándolo entre el dedo índice y el pulgar, me quedaba dormida en tu sedosidad y entre ese negro contraste, un poco corto, pero no demasiado para poder halar las riendas cuando era necesario. En relación a tus ojos, fueron la primera provocación de sentimientos hacia ti, podría decir que me es imposible negar no mirarte, cuando tú no apartabas esa insistente contemplación, que me recorría minuciosamente el talle.
El día antes de salir en tren a Barcelona, siendo este mi último destino, antes de regresar a Guadalajara, me hospede en el Hotel paseo del Arte, que queda cerca de la estación de Atocha Renfe; si lo sé, hemos pasado tantas veces por ahí, mirando los alrededores, casi callados y de la mano, transitamos hasta que algún monumento nos sacó del mutismo. Ambos no queríamos hablar, acerca de mi partida.
Ahí en el umbral de la ventana, en esa habitación, repleta de hastió, en donde el aire pesa de tanto cliché, vi como la tarde bajaba el volumen de la ciudad, coloreándola de un anaranjado rutinario. Pensé en ti, se que a esas horas bajas a tomarte a la cafetería, que queda cerca del departamento, un café con un bizcocho ingles; ahí nació nuestra primera conversación la cual tradujiste: místico-intelectual-artística-auténtica, concatenada con mis usuales frases en italiano. Pasamos de la invitación de café al vino, a las risas y a susurrarnos delicias, que terminaban en diminutas caricias debajo de la mesa.
A media noche baje al bar, para aplacar o esta flama que aun no sé si en realidad es tristeza o simple encariñamiento, pero al sostener la copa y beber un poco, me di cuenta que estas evocaciones acerca de ti, no terminarían. Subí a la habitación, en vano pude conciliar el sueño.
Hubiera, hubiera… no quiero que ese vocablo quede en mi corazón, odio esta marejada de duda, quisiera saber que haces ahora, si quedo algo dentro; las horas de la madrugada pasaron repentinas y yo sosteniendo el celular, miro tu numero y me detengo para no llegar a final de la marcación, tu voz, en los recovecos más nimios de mi cabeza.
Pase la noche sentada en la terraza, viendo en dirección al departamento, o al menos eso creía, siempre he sido un tanto despistada, aunque tú tenías la predilección de que me perdiera contigo, en piel y manos. Escuche que tocaron a la puerta; el frio hizo que dormitara unas horas, desperté , avise que bajaba en diez minutos , ni siquiera había desecho un poco la maleta , desde la despedida. Lave mi cara, puse entre mis labios un cigarrillo y jale el equipaje hasta el ascensor, en camino hacia el, mire en el pasillo a una pareja que compartían besos; odio que sobre mi haya nubarrones a punto de predicar lluvia y típico tiene que pasar este tipo de representaciones, todas a base de Cupido. Pase de largo pero fue inútil, me mire en ella y te mire en el, fue tan patético de mi parte, no poder sosegar lo persistente de esta pena.
No tuve espacio para desayunar, la hora se aproximaba tocándome los talones; tome un taxi, ya me daría tiempo de comer algo de camino a Barcelona. La estación quedaba cerca, pero con mis tribulaciones pesándome sobre los hombros, no tenía ganas de caminar.
En el andén, escuchaba varias pláticas, creí oír tu nombre, pero toda esa falacia oral era a causa de mi agonía y de una obsesión instantánea, que pensé desaparecería cuando el tren comenzara su marcha. No me equivoque, aunque sentí un nudo en la garganta, cuando me iba alejando de todos esos lugares que visite, contigo, todo lo llevo guardado y quisiera sacarlo en llanto, en completa soledad.
Me dispuse a dormir un poco, escuchando un poco de música clásica, pude dormir si a caso una media hora, pero no descanse. El tren ha hecho varias paradas y en cada una de ellas, he escrito algo de esta carta, al mismo tiempo me he querido anclar, dejando partes de esta melancolía, con suspiros predecibles y monólogos en silencio.
Son las 2:45 de la mañana y mi vuelo esta próximo, no te veré, ni besare, lo que más me dolerá, es que no podre tocarte, o volver a establecer ese dialogo cuando terminábamos de conjugar piel con piel. Te despediste beso a beso en mis mejillas, me deseaste buen viaje, pero de tu parte, note que algo falto; se que quizá, quieres que regrese, pero aun no estoy segura de lo que intuyo.
Aquel día… yo no me decidía a querer regresar a mi hogar, así que esa última noche a tu lado, tomaste mis labios entre tus labios; uniste las horas y el invierno, apagaste mis dudas por un momento; no mostré miedo, solo deje que deslizaras sobre mi piel, aquellas palabras que se quedaron levitando al fijar el calor de tu mano con la mía, cuando nos presentaron. Ahora mismo, puedo sentir tus dedos detallando pasión cuando desabrochaste mi blusa; quede sumergida en tu mirada, no podía ver nada más; tus manos palparon, piel, botones de rosa sobre mi pecho, de los cuales recogías el néctar con la punta de la lengua y yo me estremecía por devolverte de súbito cada sensación, cada rincón se fue dilatando, llenándose de románticos espasmos sin nombre; son una sola voz que va latiendo dentro y sobre de ti.
No temí pronunciar “te amo” porque en esa opacidad y en la euforia fue creado. Al finalizar el acto, recogiste con la boca pétalos blanquecinos en la comisura de mi pubis, sonreí.
Si describo para ti nuestro encuentro, es para dejarte claro que es absurda es, entre tú y yo la palabra olvido.
Me voy encadenada a esta cárcel de distancia y espera; igualmente se que tendré una respuesta tuya, no diré nada acerca de tu decisión , pero incluso si me llegases a olvidar, se que habrá huellas que recuerdes: un viaje a Madrid, aquellas películas suecas sin subtítulos, invitando al sexo; tu , tumbando en el colchón a medio día, párvulo y medio desnudo, incitando a una doble permanencia, derramando penetración entre mis piernas, mirándonos en el dulce preámbulo del cazador, cuando tiene la victoria sobre la presa.
Quisiera oír que me llamas, que desistes del orgullo, que ata tu personalidad de la cual en cierta forma me enamore. Las distancias nunca son razonables para los enamorados, destierran ilusiones y ponen sobre aviso al corazón de un próximo cataclismo.
Han dado la orden de ponernos los cinturones, no hago caso y sigo escribiendo, hasta el último momento en que despeguen estos sentimientos del suelo. Busco la plegaria precisa, para volver a tu lado, y que en tu memoria pueda esconderme el mayor tiempo posible, antes de que ignores parte de mi existencia en tu recuerdo. Confió en que pronto me des la sorpresa de tu visita a mi país; que lo que creía perdido en sabanas, no se pierdan en letras, en estas que fui hilando con tu fotografía.
La aeromoza es persistente, he ocultado pluma y papel; las turbinas del avión comienzan a zumbar y mi alma quiere quedarse con tu alma, conforme aceleran, mis lágrimas salen y mi quejido quiere cerrarse. Subo poco a poco hacia arriba, ya no estoy en tierra; nos hemos estabilizado, pero mi corazón sigue en estado contrario, solo ha quedado grabado en el aire, caricias, letras, café cortado y un mensaje tuyo que no leeré porque aun navego entre nubes. Esperare.