Es una cuestión fantasmagórica de carácter posiblemente absurdo la que nos intriga a los lectores, que hasta el momento ninguna ciencia se ha ocupado de proceder con determinadas investigaciones. Por esa razón, no existe concretamente un objeto de estudio al cual abordar. Eso sí, pueden darse disparatadas ideas e hipótesis para finalmente conseguir hablar de algo. Supongo que toda ciencia, incluso la lingüística misma, nació de la especulación. Otra de las hipótesis admisibles podría ser la extenuación de la Edad Media, es decir la verdad absoluta adherida a la Iglesia, y la Inquisición, un complejo que terminaría de prolongarse con el nazismo del siglo XX.
Ocurre
que a finales del siglo XIX F. de Saussure dio cuenta de que la
lingüística comparada no iba a hacia ningún lugar. En 1913 dictó un seminario
llamado “Curso de lingüística general” que finalizaría con la segunda
etapa de la lingüística. Saussure descubre el esqueleto de las lenguas, Émile
Benveniste décadas después, retomando al sueco, les jodería la existencia a
todos los estudiantes de Letras.
—Hasta
la propia sintaxis se ve atemorizada al desenmarañar incógnitas de la
literatura— le había comentado Flaubert a Guy de Maupassant, mientas este
describía un árbol. Y es verdad no se equivocaba el francés, las
consecuencias de calidad en la escritura son tan escasas, que poco a poco la
teoría literaria se esfuma, o se agranda inexactamente. Platón en su obra“La
República” demandó a todos los poetas griegos, acusándolos a cada uno de
falaces. Es obvio que sentía admiración por el poeta de los
poetas, Homero. En cambio Aristóteles en su Poética desarrolló
la significancia y la caracterización de la tragedia. Tenemos entendido que
la Poética fueron una serie de apuntes destinados a la oralidad y no
a la lectura. No de la oralidad contemporánea, chata y pésima, sino de una
persuasiva que acariciase los oídos de la audiencia hasta el punto de producir
en ellos catársis, (del griego κάθαρσις kátharsis,
purificación).
Hoy
día, en la vejez de la posmodernidad tenemos Aristotélicos y Platónicos,
individuos que aman a la literatura y otros en cambio que no la echan de menos.
En principio dijimos que hablar del lector es una cuestión un poco
fantasmagórica, pero nada tiene que ver con lo anteriormente mencionado. La
cuestión aquí es del lector esquizoide que se enamora de la escritura y no
exactamente del escritor. Entre los sintagmas, morfemas, personajes y tramas,
él se convence de conocer a su escritor. Sin embargo, lo que experimenta es un
deseo que ha hecho nacer en su cabeza.
El lector, en una conferencia de literatura, se acerca al escritor y entre los nudos de la garganta le dice:
-Hola… ¿Qué tal? — Suspira y prosigue— Un gusto...—
Él
tiene la certeza de entablar un diálogo majestuoso, y que de inmediato serán
compañeros, y se dirigirán al café más próximo, quizás al “Balcarce Café”,
para luego quedarse hasta a la madrugada discutiendo de los escritores
del siglo XIX. Está claro que nada de esto acontece. El escritor observa
a su lector con suma sospecha sin saber absolutamente nada de quien le ha
estrechado la mano. El lector siente una putada en el pecho, se decepciona al
ver que su escritor es frívolo e insociable. Son así — piensa— señores que
escriben en plena penumbra muriéndose de hambre para acabar un capítulo— y
entretanto le sonríe.
El
defraudador del vínculo no es el escritor. Hace ochenta años atrás Hermann
Bruzio, vagabundo y escritor alemán, en su libro titulado
“Lectores esquizoides” señaló lo siguiente: “…Algunas lecturas
estimulan deseos constructores de mundos quiméricos, haciendo que el lector
cree una figura propia del escritor. Pero es más que normal que éste presencie
una conferencia y revele que un escritor es como todos solamente que, a
diferencia del resto, escribe. Si sus discípulos lectores son
esquizofrénicos, la culpa no puede ser del escritor…”