La invisible intemperancia de la fantasía, teje minucias de realidad en el continuidad del alma.
N.C.
19/02/2009La muerte nunca pareció para mis adentros algo de que preocuparme hasta esa noche. Me encontraba solo en un bar, trataba de beberme de un solo trago todas mis aflicciones. Era 14 de Febrero y con arrojo, quería dejar todas las incipencias del amor en el etílico ámbar de la botella de whisky.
Música y fanfarronería barata se deslizaban por la barra y las mesas del lugar. Decidí entonces pasar las insípidas horas evadiendo el revulsivo romanticismo que se atoraba en mi garganta. Eran cerca de las 2 de la mañana, fue ahí que sentí precipitarse sobre mi nuca una molesta cosquilla. Di la vuelta sobre el asiento y la inhóspita mirada de una joven se posaba sobre mi, escudriñando toda mi figura. A pesar de ser atractiva a mi vista, no mostré interés y regrese a la irreflexión del alcohol.
El cálido refugio de la borrachera hacia mella en mi estado de animo, salí para que el aire despejara mi sentir del abrigo enervante de los tragos. El frio portaba afiladas ráfagas que provocaron que encendiera un cigarrillo. En medio del instante en que daba una profunda calada, al tiempo que me robaban el mágico hálito del tabaco, un beso salio sorpresivamente al paso, por poco me ahogo.
Aquella mujer que llevaba ya rato observándome, quería llevar a cabo la meseta de un cuento iniciado entre sus labios. Llegamos al hotel en donde la atmósfera repetía una y otra vez : sexo rebajado y caricias de ocasión. A la mañana siguiente desperté zombimente en sabanas revueltas por la decepción y sin ella. Un reloj en forma de gato chino daba las 12 a maullidos lastimosos.
No recordaba nada, excepto las manos, las pálidas manos de esa mujer y en la muñeca izquierda, reptando en relieve y con discrepancia tras la cortina traslucida de su piel, una serpiente.
Traté de hacer un esfuerzo por acordarme del arpegio de nuestro esfuerzo físico, no sucedió hasta que no bebí una taza de expresso y así mientras ojeaba el periódico una noticia en particular removió la noche anterior, mi cerebro daba flashes entre ignorancia y fantasía, vino a mi su corta y lacia cabellera negra, su cara, la cadavérica silueta de su frágil cuerpo, los gemidos que no encajaban a ninguna melodía conocida en tantas andanzas mías sobre otras mujeres. No hallaba comparación y luego el beso final, en el que todo se oscureció, inclusive hasta mi juicio. De pronto un retortijón y ganas de vomitar punzaron mi estomago. Dirigí mis pasos al sanitario, vomité y con desesperación lavé mi cara, esperando que todo el torbellino de recuerdos se fuera tras de si con el fluir del agua. Un picor comenzó a desperezarse en mi cuello, revise con prontitud la causa en el espejo, no podía creer lo que el reflejo mostraba, tenía dos heridas encendidas, del mismo tamaño ¿Colmillos? No, claro que no. Esa reticente "imposibilidad" cruzó por mi pensamiento toda la tarde, eso y la noticia que despabilo el recuerdo: Una mujer fue brutalmente degollada en el barrio de Sta Germain. No hubo señales de que se tratara de un robo, hay hipótesis que sustentan que el crimen pudo ser cometido por un asesino serial. Podría haber leído esa noticia sin importancia como cualquier día, pero la foto revelaba el único recuerdo que se arrastraba en mi mente sin dar tregua, el tatuaje en su muñeca.
Con la palabra imposible balanceándose contra mi razón, llegué a casa. La idea de que pudiera tratarse de un ser excepcional no me abandonaba del todo. Quise acostarme para alivianar la cruda que aún retozaba sobre mis rodillas. El amor no existe, al igual que esa mujer es un invento cruel para jugar con los ánimos de un hombre exasperado de la misma mierda romántica.
Estaba a punto de dormirme cuando tocaron a la puerta. Las conjeturas de lo leído, sentido y razonado se agolparon contra mi pecho. Debería dejar que tocaran hasta que se vayan - pensé. En el corazón se iban restando los absurdos de esta situación y mi pensamiento erigía escenas sin sentido. Carne picada - dije para mi mismo - solo soy carne picada. La sudoración embistió mis latidos y reuní todo el valor que sostenía mi patética existencia. Aproximé mi ojo a la mirilla y la superstición se quedo bajo las plantas de mis pies, vi el símbolo de lo utópico, en donde la imaginación del humano supera la reciclada realidad en que vivimos, el regocijo de mis disertaciones, una tinta serpiente.