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jueves, 28 de marzo de 2019

Heissenberg

El creacionista del día. Rodolfo Bertoni F.









Heissenberg Banner era persona normal, común y corriente, con un trabajo  hasta el tedio de  rutinario,  cosa que no le permitía ser o hacer  lo que realmente quería. Pero… ¿qué es lo que realmente quería? Como todas las personas, vivía en una casa pequeña  de ayuda del gobierno, a pesar de no ser esos edificios que son idénticos que siempre otorgan, su hogar era realmente igual al de todas las demás casas; excepto por los colores de algunas que son muy llamativas, todas amontonadas parecen laberintos.

En busca de respuestas fue a su ciudad natal (ya que  trabajaba en la ciudad central hacía varios años).  Caminaba por las calles cavilando y viendo como las hojas de los árboles caían en otoño, pasando por los mismos puestos de comida y bares que recordaba justo cuando era niño.

Creyó  reconocer a alguien.

- ¡Oye!, creo que te conozco (alzó la voz, pero se escuchó como grito).

-Si dime.

-¿Eres Demian, verdad?- En esta edad de la vida los dos tenían aproximadamente 28 años, aquel conocido, totalmente un caballero, cabello negro, afeitado meticulosamente, sus gestos no cambiaban de cuando niño, se movía como gacela pero atacaba como vikingo en acción.

- Íbamos en el colegio de niños, y yo me sentaba aun lado de tu amigo Sinclair, ¿recuerdas?

- Por supuesto, que te trae por aquí de nuevo Heis.

- Ando en busca de algunas respuestas, he tenido pensamientos que me acongojan y ya no puedo incluso trabajar.

- ¿Qué es a lo que temes? No quiero importunar si no estás cómodo con la plática-. Comentó Demian.

-Desde niño eras una persona muy abierta y centrada, sabías lo que querías y eso llamaba la atención a todos…- Mientras él seguía con la adulación Demian solo escuchaba atento, pero parecía que también le cansaba. – Y solo quería preguntarte si acaso ¿tú le has temido algún día a la muerte?-.

- Sabes  Banner, habitualmente te me hacías una persona taciturna, con miedos de niños y hasta ahora los tienes se ve a leguas. No tengo respuestas a tu congoja, pero tanto Buddha como Cristo, decían “La muerte es un paso para la vida eterna”. Dos ideas iguales  tú decides si las crees.

Eso dejó a Heissenberg más confundido. Todo le iba mal al pobre diablo, caminaba muy calmo al cruzar la calle que casi lo atropella un carro rojo (modelo 2015 con placas terminación 78)    – ¡Ay dios!- y mentó madres, aunque no creía en Dios y en ese momento lo invocó, sintió la muerte casi cerca, y se dio cuenta que era un pellizco de la vida, solo uno.



Pasó por la calle dónde tuvo su primer  amor, que fue una total decepción al engañarlo con su mejor amiga. Rememoró los hechos que lo habían marcado de por vida, porque las había  encontrado  en la cama desnudas besándose, en la recámara de su misma casa de cuando fue niño. Pobre ingenuo, nunca vio las señales, se agarraban de la mano entre ellas, y a él no se le hacía raro ya que todas lo hacían como signo de amistad entre amigas.  Se tocaban los senos cada vez que se ponían ropa, claro que lo excitaba, pero a su amiga no. Cada vez que salían los tres parecía que el salía sobrando, no obstante le daba gusto que su  novia  no sintiera celos de su mejor amiga. Incluso una vez, solo una vez, sospechó, cuando fueron a un bar y se agarraron la pierna entre ellas y se miraron de una forma muy rara, pero pensó que habían sido las copas. Poco a poco su novia se fue enamorando de ella, hasta que llegó el momento  que las vio (un impacto total para su ser, que le hizo saber en qué había estado mal). Caminaba  y recordaba aquel vergonzoso y fatal encuentro, un suspiro  a la eternidad,  una marca de por vida; realmente a nadie le dijo, pero eso lo hizo dejar la ciudad, por la vergüenza y para superarse a sí mismo.

La misma usanza en la vida diaria de cuando era joven. Siguió caminando y se reencontró a un amigo del mismo colegio,  lo invitó a tomar una cerveza artesanal, y por supuesto que aceptó. Entraron al bar y charlaban de las mismas suposiciones, hipótesis y cualquier cuestión de la muerte.

-Kromer he tenido miedo a la soledad, a no amar como lo hice la primera vez, no dejar legado, sentirme despreciable, creo que todo esto conlleva a la muerte. No puedo seguir así, necesito algún motivo real para seguir adelante.

-La vida es tan preciosa…. Y empezó a hablar como si fuera el pastor de una iglesia que quiere ganar fieles, Heissenber veía como se movía la boca de su amigo, todo parecía dar vueltas a su derredor,  con ganas de vomitar, y colores muy vivos por todos lados, sintió presión en todo su cuerpo y vio un ser raro, negro, como siempre lo ponen en las movies de ciencia ficción, la muerte. Se acercó a su oído y le susurró algo, imperceptible para cualquier humano, su sonrisa se le aclaró en la cara y en verdad encontró el sentido a su vida, sabía por qué cosas luchar y que hacer, era otro hombre, alguien con determinación.

Se despertó de ese trance y su amigo seguía hablando sin parar ya no de lo que le preocupaba, sino de su patética vida peor que la de él.

-Kromer  (dijo Banner) gracias por todo en verdad me has ayudado a encontrar  un sentido a algo, ahora sé que puedo y quiero seguir viviendo  con alegría, sé que me irá muy bien.

Aunque realmente no le sirvió de nada la extensa plática  de su camarada, se paró efusivamente y  sacó un billete para pagar lo de ambos.  Salió del establecimiento corriendo, gritando y saltando de gusto. Solo él sabe qué le dijo la muerte en ese momento. El pobre diablo, afuera del bar gritaba casi chillando.

-¡Tengo la respuesta!, ¡tengo la respuesta!. ¡Sé  de qué se trata la vida y la muerte!-. 

Justo en ese momento estaba en medio de la calle con las manos en el aire en forma de agradecimiento, cuando repentinamente pasó un carro a toda velocidad que lo  arrolló y murió instantáneamente. 

Antes de cerrar los ojos se dio cuenta que las placas eran las de la terminación 78.