Heissenberg Banner era persona normal, común y corriente, con un trabajo hasta el tedio de rutinario,
cosa que no le permitía ser o hacer
lo que realmente quería. Pero… ¿qué es lo que realmente quería? Como
todas las personas, vivía en una casa pequeña de ayuda del gobierno, a pesar de no ser esos
edificios que son idénticos que siempre otorgan, su hogar era realmente igual
al de todas las demás casas; excepto por los colores de algunas que son muy
llamativas, todas amontonadas parecen laberintos.
En busca de respuestas fue a su ciudad natal (ya que trabajaba en la ciudad central hacía varios
años). Caminaba por las calles cavilando
y viendo como las hojas de los árboles caían en otoño, pasando por los mismos
puestos de comida y bares que recordaba justo cuando era niño.
Creyó reconocer a alguien.
- ¡Oye!, creo que te conozco (alzó la voz, pero se escuchó como grito).
-Si dime.
-¿Eres Demian, verdad?- En esta edad de la vida los dos tenían
aproximadamente 28 años, aquel conocido, totalmente un caballero, cabello
negro, afeitado meticulosamente, sus gestos no cambiaban de cuando niño, se
movía como gacela pero atacaba como vikingo en acción.
- Íbamos en el colegio de niños, y yo me sentaba aun lado de tu amigo
Sinclair, ¿recuerdas?
- Por supuesto, que te trae por aquí de nuevo Heis.
- Ando en busca de algunas respuestas, he tenido pensamientos que me
acongojan y ya no puedo incluso trabajar.
- ¿Qué es a lo que temes? No quiero importunar si no estás cómodo con la
plática-. Comentó Demian.
-Desde niño eras una persona muy abierta y centrada, sabías lo que
querías y eso llamaba la atención a todos…- Mientras él seguía con la adulación
Demian solo escuchaba atento, pero parecía que también le cansaba. – Y solo
quería preguntarte si acaso ¿tú le has temido algún día a la muerte?-.
- Sabes Banner, habitualmente te
me hacías una persona taciturna, con miedos de niños y hasta ahora los tienes
se ve a leguas. No tengo respuestas a tu congoja, pero tanto Buddha como Cristo, decían “La muerte es
un paso para la vida eterna”. Dos ideas iguales tú decides si las crees.
Eso dejó a Heissenberg más confundido. Todo le iba mal al pobre diablo,
caminaba muy calmo al cruzar la calle que casi lo atropella un carro rojo
(modelo 2015 con placas terminación 78)
– ¡Ay dios!- y mentó madres,
aunque no creía en Dios y en ese momento lo invocó, sintió la muerte casi
cerca, y se dio cuenta que era un pellizco de la vida, solo uno.
Pasó por la calle dónde tuvo su primer
amor, que fue una total decepción al engañarlo con su mejor amiga.
Rememoró los hechos que lo habían marcado de por vida, porque las había encontrado en la cama desnudas besándose, en la recámara
de su misma casa de cuando fue niño. Pobre ingenuo, nunca vio las señales, se
agarraban de la mano entre ellas, y a él no se le hacía raro ya que todas lo
hacían como signo de amistad entre amigas.
Se tocaban los senos cada vez que se ponían ropa, claro que lo excitaba,
pero a su amiga no. Cada vez que salían los tres parecía que el salía sobrando,
no obstante le daba gusto que su
novia no sintiera celos de su
mejor amiga. Incluso una vez, solo una vez, sospechó, cuando fueron a un bar y
se agarraron la pierna entre ellas y se miraron de una forma muy rara, pero
pensó que habían sido las copas. Poco a poco su novia se fue enamorando de
ella, hasta que llegó el momento que las
vio (un impacto total para su ser, que le hizo saber en qué había estado mal).
Caminaba y recordaba aquel vergonzoso y
fatal encuentro, un suspiro a la
eternidad, una marca de por vida;
realmente a nadie le dijo, pero eso lo hizo dejar la ciudad, por la vergüenza y
para superarse a sí mismo.
La misma usanza en la vida diaria de cuando era joven. Siguió caminando
y se reencontró a un amigo del mismo colegio, lo invitó a tomar una cerveza artesanal, y por
supuesto que aceptó. Entraron al bar y charlaban de las mismas suposiciones,
hipótesis y cualquier cuestión de la muerte.
-Kromer he tenido miedo a la soledad, a no amar como lo hice la primera
vez, no dejar legado, sentirme despreciable, creo que todo esto conlleva a la
muerte. No puedo seguir así, necesito algún motivo real para seguir adelante.
-La vida es tan preciosa…. Y empezó a hablar como si fuera el pastor de
una iglesia que quiere ganar fieles, Heissenber veía como se movía la boca de
su amigo, todo parecía dar vueltas a su derredor, con ganas de vomitar, y colores muy vivos por
todos lados, sintió presión en todo su cuerpo y vio un ser raro, negro, como
siempre lo ponen en las movies de ciencia ficción, la muerte. Se acercó a su
oído y le susurró algo, imperceptible para cualquier humano, su sonrisa se le
aclaró en la cara y en verdad encontró el sentido a su vida, sabía por qué
cosas luchar y que hacer, era otro hombre, alguien con determinación.
Se despertó de ese trance y su amigo seguía hablando sin parar ya no de
lo que le preocupaba, sino de su patética vida peor que la de él.
-Kromer (dijo Banner) gracias por
todo en verdad me has ayudado a encontrar
un sentido a algo, ahora sé que puedo y quiero seguir viviendo con alegría, sé que me irá muy bien.
Aunque realmente no le sirvió de nada la extensa plática de su camarada, se paró efusivamente y sacó un billete para pagar lo de ambos. Salió del establecimiento corriendo, gritando
y saltando de gusto. Solo él sabe qué le dijo la muerte en ese momento. El
pobre diablo, afuera del bar gritaba casi chillando.
-¡Tengo la respuesta!, ¡tengo la respuesta!. ¡Sé de qué se trata la vida y la muerte!-.
Justo
en ese momento estaba en medio de la calle con las manos en el aire en forma de
agradecimiento, cuando repentinamente pasó un carro a toda velocidad que
lo arrolló y murió instantáneamente.
Antes
de cerrar los ojos se dio cuenta que las placas eran las de la terminación 78.
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