– Los monstruos, las bestias, no siempre son diferentes
del ser humano. Su apariencia bien podría ser la misma. – Solía decir
Estanislao, y bajo esa filosofía vivía prósperamente.
Cuando su condición hubo cambiado no dudó ni siquiera un
poco en arrebatarse el derecho a vivir. Sin embargo, había un rasgo singular
que continuaba en su naciente corazón oscuro y que le recordaba su ya difunto
respiro de vida; el miedo. No era de su sorpresa saber que había muchas cosas
que le seguían atemorizando, aun cuando ahora era una criatura nocturna, un amo
de la oscuridad, y por ende muchos de sus actos en aras de acabar consigo mismo
terminaron simplemente consumidos por la cobardía.
Para cuando había disipado todo rastro de miedo en su
interior era demasiado tarde, había comprendido que si bien la vida es
privilegiada para los humanos su muerte implica algo todavía menos complicado,
el mismo se había encargado de trasladar a alguna que otra alma al más allá, y
la idea de morir se veía ahora como algo inalcanzable. Entonces recordó aquella
frase que solía decir en tiempos pasados y reafirmó la vasta certeza de la que
gozaba.
Una noche lluviosa, en el ruido de su soledad
acostumbrada, Estanislao tomó a su última víctima, una mujer despiadada a quien
no tuvo misericordia a la hora de arrastrarla consigo mismo a los brazos de la
muerte. Después de eso decidió que su vida, carente de sentido, jamás volvería
a deambular por este mundo. Enfiló el camino por las altas montañas y fue a
desaparecer allí, a dormir, a que los siglos pasaran por encima suyo y a que la
naturaleza fingiera por un instante su aberrante muerte.
Pasaron cientos de años, tantos que las montañas mismas
habían olvidado tener noción de buenas nuevas, lo que ocurre con cualquiera que
se atormenta con la conciencia desbordada sin un límite de tiempo establecido.
Con tantos nombres, en tantos años, las montañas suelen
olvidar sus nombres reales.
Fue entonces que ocurrió, un hombre de la aldea había
raptado a una mujer y la subió a las montañas para violar la santidad de su
cuerpo. En una caverna la llevó contra su voluntad, en cambio, la valiente
joven no era del todo indefensa, cuando vio el momento adecuado se lanzó a su
raptor, cuchillo en mano, pero el desgraciado fue hábil y logró arrebatarle del
arma. Sin piedad le abrió el cuello de un tajo y mientras el cuerpo sacudía
descontrolado le violó. Manó toda esa sangre, el maniaco no tenía forma de
saber que sobre la laja en la que su víctima y él se encontraban, yacía el
cuerpo de aquel antiguo que dormitaba. La sangre, con el torrente infame de un
rio desenfrenado se vertió y encontró senda a través de las rocas terminando en
el rostro de Estanislao. Aquello que no tenía vida pronto le fue recobrando.
El vampiro; cuando
hubo bebido la suficiente sangre, cuando el consiente de la joven se hubo
plasmado muy bien entre sus memorias; abrió los ojos. Recuperado enteramente se
levantó de su sepulcro rocoso.
– Aurea. – Musitó el nombre de la joven, aun con la voz
hueca que se recobraba a la acústica.
De algún modo, conocer a una persona a través de su
consiente le hizo ceder al amor, lo único que entre sus visiones poco
congruentes no logró ver fue la muerte de la bella joven. Cuando salió de la
caverna había pasado mucho tiempo y el miserable impío había apartado ya del
lugar el cadáver de Aurea sin dejar rastro alguno.
El vampiro asomó hacia el horizonte donde el sol estaba
ocultando su insultante rostro y suspiró. Comenzó a buscar en la montaña,
teniendo la intención de llevar su búsqueda alrededor del mundo si era
necesario, incluso al mundo de los muertos. Ni un solo sitio quedaría salvo de
su mirada, pues daría con su amada Aurea así tuviera que llegar a los confines
del infierno mismo.
Si bien su incierto destino amenazaba no tener fin ahora
tenía un propósito, y su putrefacto corazón volvió a latir. Después de todo,
las bestias no siempre son diferentes del ser humano.
Su sed ya no era por sangre solamente, sino por el amor
de su amada. Olió sangre a lo lejos, dio un salto y fue en busca de su primer
victima en siglos.