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martes, 14 de junio de 2016

EL DESPERTAR DEL VAMPIRO

El creacionista del dia. Orlando Toral










– Los monstruos, las bestias, no siempre son diferentes del ser humano. Su apariencia bien podría ser la misma. – Solía decir Estanislao, y bajo esa filosofía vivía prósperamente.




Cuando su condición hubo cambiado no dudó ni siquiera un poco en arrebatarse el derecho a vivir. Sin embargo, había un rasgo singular que continuaba en su naciente corazón oscuro y que le recordaba su ya difunto respiro de vida; el miedo. No era de su sorpresa saber que había muchas cosas que le seguían atemorizando, aun cuando ahora era una criatura nocturna, un amo de la oscuridad, y por ende muchos de sus actos en aras de acabar consigo mismo terminaron simplemente consumidos por la cobardía.




Para cuando había disipado todo rastro de miedo en su interior era demasiado tarde, había comprendido que si bien la vida es privilegiada para los humanos su muerte implica algo todavía menos complicado, el mismo se había encargado de trasladar a alguna que otra alma al más allá, y la idea de morir se veía ahora como algo inalcanzable. Entonces recordó aquella frase que solía decir en tiempos pasados y reafirmó la vasta certeza de la que gozaba.




Una noche lluviosa, en el ruido de su soledad acostumbrada, Estanislao tomó a su última víctima, una mujer despiadada a quien no tuvo misericordia a la hora de arrastrarla consigo mismo a los brazos de la muerte. Después de eso decidió que su vida, carente de sentido, jamás volvería a deambular por este mundo. Enfiló el camino por las altas montañas y fue a desaparecer allí, a dormir, a que los siglos pasaran por encima suyo y a que la naturaleza fingiera por un instante su aberrante muerte.



Pasaron cientos de años, tantos que las montañas mismas habían olvidado tener noción de buenas nuevas, lo que ocurre con cualquiera que se atormenta con la conciencia desbordada sin un límite de tiempo establecido.



Con tantos nombres, en tantos años, las montañas suelen olvidar sus nombres reales.




Fue entonces que ocurrió, un hombre de la aldea había raptado a una mujer y la subió a las montañas para violar la santidad de su cuerpo. En una caverna la llevó contra su voluntad, en cambio, la valiente joven no era del todo indefensa, cuando vio el momento adecuado se lanzó a su raptor, cuchillo en mano, pero el desgraciado fue hábil y logró arrebatarle del arma. Sin piedad le abrió el cuello de un tajo y mientras el cuerpo sacudía descontrolado le violó. Manó toda esa sangre, el maniaco no tenía forma de saber que sobre la laja en la que su víctima y él se encontraban, yacía el cuerpo de aquel antiguo que dormitaba. La sangre, con el torrente infame de un rio desenfrenado se vertió y encontró senda a través de las rocas terminando en el rostro de Estanislao. Aquello que no tenía vida pronto le fue recobrando.



El vampiro; cuando hubo bebido la suficiente sangre, cuando el consiente de la joven se hubo plasmado muy bien entre sus memorias; abrió los ojos. Recuperado enteramente se levantó de su sepulcro rocoso.



– Aurea. – Musitó el nombre de la joven, aun con la voz hueca que se recobraba a la acústica.



De algún modo, conocer a una persona a través de su consiente le hizo ceder al amor, lo único que entre sus visiones poco congruentes no logró ver fue la muerte de la bella joven. Cuando salió de la caverna había pasado mucho tiempo y el miserable impío había apartado ya del lugar el cadáver de Aurea sin dejar rastro alguno.




El vampiro asomó hacia el horizonte donde el sol estaba ocultando su insultante rostro y suspiró. Comenzó a buscar en la montaña, teniendo la intención de llevar su búsqueda alrededor del mundo si era necesario, incluso al mundo de los muertos. Ni un solo sitio quedaría salvo de su mirada, pues daría con su amada Aurea así tuviera que llegar a los confines del infierno mismo.



Si bien su incierto destino amenazaba no tener fin ahora tenía un propósito, y su putrefacto corazón volvió a latir. Después de todo, las bestias no siempre son diferentes del ser humano.




Su sed ya no era por sangre solamente, sino por el amor de su amada. Olió sangre a lo lejos, dio un salto y fue en busca de su primer victima en siglos.