Padre:
quiero hablarte
de mis veintidós años
que son como
espuma arrebatada,
como viento que
anda solitario y sin memoria:
hablarte de mí.
¿Recuerdas
cuando yo era niño
y abrazabas mi
timidez sobre un suelo de aserrines
y entre las
olorosas maderas del taller casero
mordías
suavemente mi oreja?
Tú tenías un
calor que yo no sabía comprender,
el calor que
ahora busco darle a mis entrañas.
Cuánto ha
crecido mi talle desde entonces;
más no sé si
creció también mi fortaleza.
Mírame en la
fotografía, reconoce en mí
lo que no sabré
darle al mundo:
el hijo de carne
en que se alarga y permanece.
Pero sé
escribir.
Y mi oficio es
de cuidado.
Hay que luchar
por él
como lucha un
soldado por su patria.
Soy lo que da
palabra a lo que quiere decir,
la boca por la
que habla la piedra, el mar y hasta el éter.
En verdad.
Que si he tenido
éxito… no lo sé definir.
Es tan
complicado a veces… saber.
Las líneas de
esto son invisibles;
y el espacio
donde me he parado
se ha vuelto a
la vez una zona infecciosa
que un portal
dimensional.
¿Que por qué
sufro? No lo sé.
Ando cabizbajo y
aturdido
como el ave que
no aprendió a volar, como gallo de corral
que intenta un
torpe vuelo; ridículo, imposible.
A veces pienso
que no aprendí a ser
y sólo soy a mi
manera, como puedo.
Yo sé que
entiendes.
Aquí todo sigue
latiendo aún:
el ansia por
elevarme a las cumbres luminosas,
el poema rojo
consumiéndose en su propio fuego,
la juventud
desatada que dice a todo sí,
-también a la
desazón y a la falta de gravedad-;
el ritmo extraño
que conduce mi sangre,
mi sangre que es
la tuya y que no sé cómo honrar,
que no sé si es
de verdad sólo mía y no de toda la gente,
de toda esta
gente que me circunda y que amo
y que quiero
abrazar aún sin conocer
y que al mismo
tiempo odio por no saber entenderme.
Mi salud es un
poco frágil.
Mi estado
general no tanto de ruina
por tanto que
aún hay oportunidad. Creo.
Te decía: mis
veintidós años son como el viento o la espuma
o tal vez como
el mar atrapado en su propio poder
o como un ciclón
de ideas obscenas. No importa.
¡Tengo tantos
disfraces en el armario!
En fin, quería
saludarte
y enviarte mi
libro como a un nieto,
para que
pudieras reconocerte en él.
Mi madre te
manda amistad.
Está lloviendo
muy fuerte,
tanto que se ha
desbordado el río
y derribó el
puente que conducía al siguiente municipio.
Ya no hay
hambruna en casa.
Pero los pájaros
caen del cielo intoxicados
¡y circula gente deforme por la
pestilente avenida!