Empiezo el dia con dos gramos de energía artificial,
bebo despacio, como si se tratase de una poción levanta muertos,
dirijo los pasos y entre cierro los ojos, como si la puerta fuese un espejismo,
no hay salida, pienso, solo por un instante.
La calle y las personas, se me figuran a trozos de tiras cómicas,
algunos gritan tanto, que las palabras salen del globo de dialogo.
Cegada por tanta luz y color,
busco un espacio tranquilo donde pueda recuperar la visión.
Entro al Museo y el descorche de blancura que suscita el ambiente,
me devuelve la vista
dos desconocidos, disparan flash y flash entre pestañeo y pestañeo,
tal vez no saben que una fotografía mental, no es adecuada para la posteridad,
sin embargo hay detalles, que parecen más permanentes,
cuando son revelados por un suceso presente.
Las horas se diluyen,
veo y veo, los ojos han realizado su caminata del día.
El estomago toca sobre las tripas, la sinfonía del hambre,
una cremita, un bizcocho ... opciones que parecen deglutirse en mi imaginación,
opto por beberme un manto de capuchino y endulzarme el cuerpo hasta el cobijo mismo.
Regreso a casa extenuada,
por los sonidos de la selva metálica urbana.
Sintonizo de nuevo el silencio,
voy cambiando de piel al quitarme la camisa,
voy cambiando de ambiente, al estar de nuevo en la cueva,
pero aún, detrás de mi, en la nuca,
siento las miradas que florecen en la nocturnidad,
las que después de un día limitado,
parecen quedar inmersas, esperando penetrar algún sueño vagabundo.