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lunes, 12 de noviembre de 2018

EL INSECTO

El creacionista del día. Gerardo Alonso









El despertador no suena aún, no deben ser las seis. Me estiro, bostezo, dirijo la vista al piso en busca de mis pantuflas y, cuando me dispongo a brincar fuera de la cama un impulso nuevo me obliga a retroceder y permanezco así, agazapado dentro de las cobijas, la mirada fija en el bicho recién descubierto a los pies del tocador. Ahí está, atento a mí en posición de ataque. Se mantiene rígido, con todos sus nervios en tensión. Me estudia, calcula. Intento moverme con precaución, sin que él lo note. Estiro un brazo lentamente hasta alcanzar el vaso de agua sobre el buró luego el otro para controlar mejor el movimiento. Lo llevo hasta mis labios y doy dos tragos lentos y prolongados. Lo deposito con la misma cautela en su sitio original y me acurruco dentro de las cobijas pendiente de cualquier movimiento que el insecto pueda realizar.




Un sudor frío me recorre pero nunca separo la vista del intruso. La puerta que da a la calle se abre, la escucho desde mi refugio. Debe ser Beatriz, justo ahora, después de tanto tiempo. Siento alivio y temor quisiera prevenirla. Escucho sus pasos que se
acercan. Me concentro otra vez en el ser abominable, con sus patas largas y delgadas estiradas en completa rigidez dispuesto a atacar. Estoy afiebrado. El sudor recorre mi frente. La puerta de la habitación se desliza lento, veo el rostro sonriente de Beatriz. Quizá me creía dormido. Nuestras miradas se encuentran, intento prevenirla señalando con los ojos el sitio donde está. Se detiene de súbito, permanece expectante hasta que sonríe y se acerca con decisión al tocador ante mi mirada atónita. Mueve al arácnido con la punta del tacón y voltea sonriente; con un movimiento de hombros afirma: “Está muerto.” Tras un suspiro de alivio hago la pregunta: ¿Te quedarás?





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