Le llamaría Ripetti para burlarse de aquel hombre que había abusado de ella en la preparatoria. Por cuestiones de idiosincrasia, moral y esas imposiciones que norma la iglesia mexicana desde la Conquista ella no podía acudir al aborto como sus compañeras de escuela lo hacían, ahí con el Dr Chávez en la colonia Sarmiento. No. Ella era niña de su casa, y como tal tenía que ser bien portada. La continua opresión familiar la acorralaba: Niña, no corras; las niñas no sudan ni andan empujándose; qué juegos son ésos, chamaca, hasta pareces varón. Una señorita tiene que sentarse con las rodillas pegaditas, y cuando uses falda ponte la palma de la mano derecha enfrente, para que nadie pueda mirarte los calzones. "Me hartan los calzones", decía Rebeca refunfuñando mientras corría a su cuarto, tumbándose en la cama para sollozar a sus anchas, al sentirse vigilada por la madre, la abuela, los hermanos.
Tu padre y tus abuelos han construido este apellido que llevas, con mucho empeño, constancia, y buenas relaciones; no vas a venir tú, ahora, a ensuciarlo con tu mal comportamiento. "Dirán que con mucha poca madre ", murmuraba la chica a solas mientras garabateaba en una libreta que llevaba a la preparatoria, harta de la cantaleta de siempre.
Ripetti; así quiero que se llame.
Pero ése no es nombre de cristianos, chamaca, cómo le vas a poner así.
Pues pueden ponerle Jacobo, Manuel, José, o como se les de la gana, pero créame madre, yo le llamaré siempre Ripetti; que no le quepa duda.
Era un reacomodo de letras para recordar a aquel maestro que siempre perseguía a las muchachas y que, a pesar de que Rebeca no era una chica fácil, tampoco se había comportado como una santurrona cuando lo tuvo enfrente y a solas.
Empezaban los ochenta, AC/DC andaba de gira presentando las rolas de Back in black, habíamos sobrevivido la complicada década de los 70; con el mundo llegando a la cúspide de la guerra fría entre el bloque socialista y el capitalismo americano, y poco faltaba de ese año para que John Lennon muriera asesinado. Era octubre, en la preparatoria aquel profesor de filosofía, que pasaba ya de los cincuenta años, comenzó su continua cacería de inicio de curso: "Las muchachas de prepa no piensan", reía frente a sus compañeros desde aquellos días cuando comenzara a dar clases apenas cumplidos los 25: "Viven en una disyuntiva: para sus padrestodavía son niñas, y para sus compañeros comienzan a oler a hembra. Ellas lo saben, y mucho hacen por sentirse atractivas. La libertad del rock que se escucha en las estaciones de radio, el espíritu que camina con la moda, todo aquello de la igualdad sexual que se pregona, las lleva derechito a nuestras camas. Las hacemos brincotear un rato, y luego las mandamos a volar. No falla, gallo; es en serio".
Pero esta idea recurrente que al principio sonaba divertida, dejó de parecerlo para sus demás compañeros porque, como era lógico, crecieron; se hicieron adultos responsables, profesores de cátedra, padres de familia, y con el paso del tiempo, igual se fueron transformando en padres de chicas que estudiarían la preparatoria. Pero el compañero Milton Repatti no pudo entenderlo.
"¡Hey Repatti!", le gritaban los compañeros por los corredores de la prepa cada septiembre: "¡Ya miraste a la chaviza!" Y el profesor Repatti, saludaba cortés, con los ojos persiguiendo siempre algunas pantorrillas, y una sonrisa desencajada metiéndose entre los ojos de las chicas que cada año pasaban por las aulas: "¡Claro que sí, gallo, desde temprano estoy de cacería!"; solía confirmar. Sus compañeros lo dejaban ser, pero aparte, cuando Repatti se ausentaba, entre ellos lo maldecían: Pobre hijo de puta, está casado, con hijas ya casaderas, y sigue en la misma voluntad idea fija. Como su hermano es el mero máster de la Universidad, ni quién lo corra al cabrón. Hay que llevarse bien con él, porque si lo acusas, capaz que eres tú el que se queda sin trabajo.
Poco tuvo que pasar para que el profesor Repatti, coincidiera con Rebeca en aquella escuela. Años después el mismo Roger Bartra hablaría así del 'libre albedrío': "El hombre cree que toma decisiones por sí mismo, y que ésa es su gran libertad; qué equivocados seguimos estando". Y Rebeca no tuvo escapatoria. Odiaba a su madre y a toda su familia, y en la prepa, su segundo hogar, conocería a un profesor de filosofía mayor de cincuenta años, dedicado a perseguir alumnas.
Si te acuestas con él, olvídate de estudiar su materia. Te pone puros dieces. Hasta te ayuda con otros maestros para que te pasen; el viejo está bien parado.
¿Y aquello, también está bien parado?
Jajajaja, pequeño, pero todavía le funciona. ¡Qué importa, tú!; la cosa es aprovechar.
Rebeca escuchaba a sus compañeras con atención, pero precavida; no era santa, claro, pero tampoco una zorra como aquellas; además el viejo pues... era un maldito anciano, que flojera; imaginarlo desnudo le causaba asco. Si se tratara de un maestro joven, de buen aspecto. Pero el tipo apestaba casi a muerto, para qué arriesgarse. Y entonces conoció a Efraín, un compañero de la clase de deportes. Flaco, alto, moreno claro, con el pelo cortísimo, a lo militar, diferente a aquellos greñudos que caminaban por la ciudad presos del ambiente ochentero. El chico era atento, educado. Rebeca no lo pensó mucho, cuando Efraín se acercó para invitarla al centro de la ciudad; para ir a una estación de radio, y aceptó. Un amigo de Efraín, el Ricardo, conocía a un locutor ahí, quien le dejaba poner algunos de sus discos de rock para los radio escuchas. Rebeca lo acompañó varias veces. Dos semanas después de andarse viendo, le permitió dejarla en la puerta de su casa. El chico sabía ser divertido; y ella no quería hacer nada a escondidas de su familia. Su madre lo saludó con tal sequedad, que puso incómodos a todos. Efraín se despidió, con un cálido apretón de manos.
Es la última vez que quiero verte con ese indio, sentenció su madre. Tienes un apellido que cuidar, y cómo te atreves a pasearte con ese mentecato.
¿Qué tiene, cuál es el problema? Es un chico serio y estudia conmigo en la prepa. Tiene buenas califica… Y sintió el golpe en la boca, y la sangre correr por sus labios.
¿No entiendes? ¿Eres estúpida? Tu padre y tus abuelos dirigen muchas empresas. Y la prensa siempre está pendiente de ellos. Y tú, en vez de comprender y cuidar el nombre de tu familia ¿te dedicas a salir con indios? No tienes conciencia de quién es tu padre, tus abuelos, yo misma. Me tienes hasta la madre con tus estupideces. Ya decía yo que era una locura que estudiaras la preparatoria. Debiste entrar a clases de modales, o de cocina, para que aprendieras a comportarte, y te volvieras una buena esposa. Pero esas ideas de tu padre, para quedar bien con "los de abajo". Escúchalo bien, chamaca, no quiero volver a verte con ese pendejo.
El lunes, al bajarse del carro, y caminar hacia la escuela, estaba decidida. No dejaría a Efraín. Pero terrible fue su sorpresa al ver que el chico le huía. En el segundo horario de descanso pudo encararlo. Lo encontró en las canchas haciendo deporte. Estaba de espaldas.
¿Me estás evitando? ¿Qué te hice?, el chico se dio vuelta y Rebeca constató que tenía un ojo aún morado. Luego de dejarte alguien me dijo que no me volviera a acercar a ti, o me iría peor. No quiero tener problemas; no tengo tu dinero, y necesito terminar la preparatoria. Lo siento. Y se fue casi corriendo, dejándola plantada en las canchas de basquetbol. Caminó cruzada de brazos hacia su salón. Al entrar, solo estaba el profesor Repatti.
¿Qué haces acá? Todos se han marchado. Hay una protesta por el arresto de tres estudiantes, en una redada que hicieron los policías en El Chac Mol. ¿No te enteraste? Algunos maestros que
conocen a los estudiantes, organizaron la marcha, y se dirigen hacia el Ayuntamiento a exigir su liberación. Se va a poner… Pero Rebeca no podía escucharlo. No acertaba a pensar con claridad.
¿Qué te pasa, pequeña? Y la chica comenzó a llorar amargamente.
Repatti supo que era su momento. "Las chicas cuando andan tristes, son mucho más fáciles. Un poco de ternura y terminan entregándose", era uno de sus postulados. Se acercó a ella; y para que se calmara comenzó a acariciarle los cabellos, consolándola. Le ofreció su pañuelo. Le pidió que le dejara comprarle un refresco, para que se sintiera más tranquila y pudiera contarle todo. Vamos, mi carro está en el estacionamiento.
Rebeca no sabe exactamente cómo pasaron las cosas; las casas cruzaban ante sus ojos al avanzar en el vehículo, pero se sentía desorientada. Sus ideas iban del rostro de Efraín a las palabras de su madre. Recuerda la charla, el refresco, que el profesor la escuchaba, pero no supo cuándo aceptó ir a su casa, que se encontraba cerca de la salida a… Lo que si sabe, es que terminó consintiendo al sexo. Nadie la obligó y no se sintió forzada. Las palabras de sus compañeras, el golpe de su madre y sus gritos, el ojo morado de Efraín, el calor mismo en la ciudad, la fueron conduciendo de la mano a esa situación; pero fue ella, sin la ayuda del profesor, quién se quitó la ropa, y abrió las piernas: No soy una chamaca como todos creen. Decidió permitir que las cosas pasaran. Y el profesor se había mostrado gentil.
Luego de esa tarde la relación entre Rebeca y el profesor Repatti se volvió más estrecha. Rebeca comenzó a desinhibirse, su lenguaje vocal y corporal se hizo diferente. Su propia madre lo notó, y entre sorprendida y temerosa de aquel cambio, decidió dejar de retarla, para ver por dónde iba la muchacha. Hasta que se dio cuenta que estaba embarazada.
Ripetti se va a llamar, y al que no le guste, puede irse al cuerno.
¿Quién es Ripetti? preguntó el padre de Rebeca, cuando al fin estuvo a solas con su esposa; eran un matrimonio que ya no solían compartir intimidad más que en sesiones programadas y puestas en agenda con tiempo. "No tengo la menor idea", contestó la esposa, que gateaba desnuda sobre la cama.
El profesor Repatti también notó aquellos cambios en la conducta de Rebeca. Primero la observó dejar de consumir refrescos, ahora pedía los mismos preparados de alcohol que él, si la llevaba a un restaurante; y no solo uno, varios; le gustaba mucho fumar; y en la cama, sabía manejarse con mayor soltura. Cuando el embarazo comenzó a notarse, las murmuraciones vinieron acompañadas del crecimiento abdominal de la muchacha. El director terminó llamando a
sus padres, y citando al profesor Repatti a la dirección; la comidilla en los corredores era inaguantable. Rebeca sólo sonreía mientras veía el rubor, en el acalorado rostro de su madre. Tuvieron que llamar también al máster de másters de la universidad, el hermano del profesor, porque aquello se había salido de las manos; y los gritos y amenazas de los padres de la chica de 16 años rebotaban por todas las paredes de la escuela. Reclamaban su despido. La esposa del profesor interpuso una demanda de divorcio. Repatti estuvo a poco de ir a la cárcel acusado de estupro. Pero no lo golpearon como a Efraín, porque el padre de Rebeca, sabía la clase de persona que era el hermano del violador de su hija. Para aquel papá la chica no existía y con sus 16 años aceptó por su propia voluntad casarse con un viejo de 56. Absurdo: "Las chicas de preparatoria no piensan", había gritado montado en cólera sobre el rostro del director, lo que ocasionó que toda la planta de profesores de la preparatoria, estallaran en risas: Lo mismo decía Repatti.
Rebeca había consumado su venganza. Pensó que todo terminaría en un aborto con el Dr Chávez, como hacían sus amigas, pero su familia se opuso. La encerraron en su cuarto, ayudaron al profesor Repatti a conseguir su divorcio; y tras el nacimiento del pequeño Ripetti, la casarían con aquel hombre que parecía su abuelo.
Pero no ocurrió. El profesor Repatti fue encontrado asesinado en El Chac Mol, a donde había ido a festejar su anhelado divorcio. Se quiso poner exquisito con las chicas del lugar, y ya entrado de copas se llevó a una de ellas a los cuartos del hotel que tenía anexo aquel lugar. Al darse cuenta que no era una chica, sino un hombre travestido, Repatti se hizo el indignado. Pero el joven exigía la paga, porque el acto había sido consumado: No reclamaste cuando me la metiste, ¿verdad?
Pensé que era tu gusto, no que no tenías entrada frontal. Fueron las últimas palabras del profesor. El chico le azotó la cabeza contra el suelo, tantas veces, que terminó asesinándolo.
Al saberse libre de aquel casamiento estúpido, que la llevaría al manicomio con el paso de los años, Rebeca pudo sonreír gustosa. Era todavía 1981, se había librado del profesor, del matrimonio, y de que sus padres la trataran como niña: ahora podía encararlos. Podía incluso abandonar la preparatoria, si lo deseaba, para hacerse cargo de su hijo. Era una mujer adulta, madre soltera, con toda la vida por delante. Además había sido convertida en víctima de las circunstancias, la fecha de la boda ya había sido fijada y anunciada por la prensa; y ninguno de los fatales acontecimientos eran culpa suya.
Ripetti se llamará, dijo complacida.