El creacionista del día. Adán Echeverría
Tía Magda siempre creyó ser una mujer libre, locuaz
y divertida, capaz de alegrar la fiesta, y tener la última palabra en toda
discusión de la familia. Tomaba sus decisiones con firmeza, y uno tiene que
reconocerle la confianza en sí misma, aunque la realidad sea que todos, yo
incluida, la detestamos.
Desde niños, cuando nos quedábamos a su cuidado, tía
Magda nos gritaba para beneficiar a sus hijos; y eso que sus hijos nunca fueron
un problema para mí; mis primos y yo nos queríamos lo suficiente como para
saber que todo pleito de niños se olvida minutos después de iniciar otro juego.
Pero ella lo hacía todo insoportable, a mí, a sus hijos, a todos.
Nos reíamos de sus ocurrencias, pero no bastaba;
continuaba molestando y chingando hasta que algún familiar se sentía humillado,
y la fiesta terminaba en llanto. Cuando hizo abortar a su hija su mundo se
cerró. Se fue quedando sola. Se jactaba de que su hija era un ejemplo de
alumna, jovencita pura, de buenas maneras, y me restregaba lo mejor chica que
era respecto de nosotras, las tontas mujeres de la familia.
Mi prima sufrió la decisión que su madre había
tomado, pero sus 16 años no le dieron el valor para enfrentarla. Sin dignidad,
sobajada como una rapazuela inocua,
terminó haciendo lo que su madre quiso. Aún hoy noto la tristeza en sus
ojos.
Era sobre todo en cuestiones de fe y amor que la tía
Magda manipulaba a sus hermanas, sobrinos y sobrinas. Presumía su sagrado
matrimonio, su perfectísima familia. Pero ese castillo de ideales terminó por
caer. Su esposo la dejó por una mujer veinte años más joven. Días después mi
prima se largó de casa con el señor que les arreglaba el jardín, y su hermanito
confesó ser homosexual. Abandonada por sus hijos, desesperada, busco refugio en
sus hermanas, pero éstas, liberado el yugo, le cerraron la puerta en las
narices.
Uno tiene que ser firme en sus convicciones, sin
embargo, la vida nos permite ir para atrás y para adelante las veces
necesarias, con el fin de entendernos a nosotros mismos y recomponer la ruta si
lo deseamos. Odio a la tía Magda, la odio hasta el cinismo, y me causa alegría
llevarle de comer a su casa, donde vive recluida en el abandono. Lo disfruto.
Su semblante desorbitado es una delicia para mi
pequeña venganza. Al verme, sonríe tierna. Carcajea y carraspeando grita: Pasa
hija, pasa, la tarde es espantosa para que te quedes en la calle con este sol.
Bebamos refresco de jamaica para que te refresques… y bien… cuéntame como va
todo.
Yo le platico, con prestancia, hasta los detalles
más insignificantes de sus hijos y de la familia. Ella es un cuervo detenido en
el tiempo, al que es fácil arrancarle las plumas.