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jueves, 28 de diciembre de 2017

Siento no agradarte




El creacionista del día. Adán Echeverría 




Tía Magda siempre creyó ser una mujer libre, locuaz y divertida, capaz de alegrar la fiesta, y tener la última palabra en toda discusión de la familia. Tomaba sus decisiones con firmeza, y uno tiene que reconocerle la confianza en sí misma, aunque la realidad sea que todos, yo incluida, la detestamos.

Desde niños, cuando nos quedábamos a su cuidado, tía Magda nos gritaba para beneficiar a sus hijos; y eso que sus hijos nunca fueron un problema para mí; mis primos y yo nos queríamos lo suficiente como para saber que todo pleito de niños se olvida minutos después de iniciar otro juego. Pero ella lo hacía todo insoportable, a mí, a sus hijos, a todos.

Nos reíamos de sus ocurrencias, pero no bastaba; continuaba molestando y chingando hasta que algún familiar se sentía humillado, y la fiesta terminaba en llanto. Cuando hizo abortar a su hija su mundo se cerró. Se fue quedando sola. Se jactaba de que su hija era un ejemplo de alumna, jovencita pura, de buenas maneras, y me restregaba lo mejor chica que era respecto de nosotras, las tontas mujeres de la familia.

Mi prima sufrió la decisión que su madre había tomado, pero sus 16 años no le dieron el valor para enfrentarla. Sin dignidad, sobajada como una rapazuela inocua,  terminó haciendo lo que su madre quiso. Aún hoy noto la tristeza en sus ojos.


Era sobre todo en cuestiones de fe y amor que la tía Magda manipulaba a sus hermanas, sobrinos y sobrinas. Presumía su sagrado matrimonio, su perfectísima familia. Pero ese castillo de ideales terminó por caer. Su esposo la dejó por una mujer veinte años más joven. Días después mi prima se largó de casa con el señor que les arreglaba el jardín, y su hermanito confesó ser homosexual. Abandonada por sus hijos, desesperada, busco refugio en sus hermanas, pero éstas, liberado el yugo, le cerraron la puerta en las narices.

Uno tiene que ser firme en sus convicciones, sin embargo, la vida nos permite ir para atrás y para adelante las veces necesarias, con el fin de entendernos a nosotros mismos y recomponer la ruta si lo deseamos. Odio a la tía Magda, la odio hasta el cinismo, y me causa alegría llevarle de comer a su casa, donde vive recluida en el abandono. Lo disfruto.

Su semblante desorbitado es una delicia para mi pequeña venganza. Al verme, sonríe tierna. Carcajea y carraspeando grita: Pasa hija, pasa, la tarde es espantosa para que te quedes en la calle con este sol. Bebamos refresco de jamaica para que te refresques… y bien… cuéntame como va todo.

Yo le platico, con prestancia, hasta los detalles más insignificantes de sus hijos y de la familia. Ella es un cuervo detenido en el tiempo, al que es fácil arrancarle las plumas.




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