Cuando
dijiste que no éramos amigos entendí que era mejor seguir los planes solo.
Decidí no hablar de la realización de mis fantasías. Tuve que agarrarme al
recuerdo de Paco. La tarde cuando los agentes llegaron por él y lo sacaron de
su oficina, había dicho: “Cuando robes... hazlo solo...” y este recuerdo hizo
que me diera cuenta qué debía hacer contigo. Paco intentó expulsar el rencor
acumulado hacia sus compañeros que compartieron aquel fraude de computadoras y
lo habían dejado solo durante la auditoría; a mi primo le costó la cárcel. Su
excesiva confianza en ellos lo perdió. Pagó el resultado de ser tan putañero.
En una ocasión le dije (pa que repetírselo): “Me vale que andes con hombres,
pero que no te gigoleen, no seas pendejo”. ¿De qué sirvió? Yo era el menos
indicado para aconsejarlo. Desde la cárcel me depositó un buen billete, y le
cumplí los encargos. Me encantó el rostro de esos mayatitos cuando les quebré
la mandíbula. ¿Lo recuerdas?
Quédate
sentado, no te me caigas. Mira a Patricia. Calladita como debió estarlo
siempre. Mírala por última vez. La remojaré en agua caliente, mientras tú y yo
vemos el video, hay que checar las partes que habrá que editar. Igual y esta
película también la vendo. No por ti voy a abandonar el negocio. ¿Qué creíste?
¿Qué podías hacerme pendejo? Vamos Jost. La dulce Patricia, su primer y único
video. Después de hoy sólo será una chica más de una película casera.
Sí,
esos mayatitos. Me gustó ver como jalaban aire. Se veían como peces bagre
intentando respirar sobre la playa. Paco era mi familia, por eso lo ayudé. Pero
no creí tener que hacerlo otra vez, Jost. No estaba en mis planes. Te tuve
confianza. Te platiqué la idea de ganarnos una lana utilizando la candidez de
los feligreses, y estuviste dispuesto enseguida. ¡Cómo hemos disfrutado los
billetes, Jost! El único sacrificio ha sido la faramalla de portarnos ante los
demás como destacados líderes juveniles. Pero que chido es gozar a esas niñas
de carita tierna que llegaban al grupo. ¿Acaso no te encantaba igual que a mí?
¿Recuerdas cuando Sofía se desmintió de toda esa basura de: Ni creas que me voy
a acostar contigo... se dicen tantas cosas de ti? Fue el inicio del negocio. Y
qué películas nos ha regalado la
Chofi. ¿Quién podía imaginar el negocio que teníamos con los
jovencitos que acudían a la iglesia?
Si
algo debo agradecer a Dios, es la inteligencia. Me hace estar atento, para no
cometer los errores de Paco, ni los tuyos. ¿De qué te sirvió sentirte culpable?
Para este ritmo de vida hay que tener bien puestos los huevos. Me encanta
pensar en ese pasaje cuando Salomón pide Sabiduría, me identifico. Es increíble
lo fácil que es manipularles el cerebro a los jóvenes.
Tenemos
todo controlado ¿por qué salirte? Te enseñé todas las mañas para convencer
tanto a las niñas como a los jovencitos. Pa que negarlo, a todos nos mueve el
deseo y la sexualidad. Usemos su mente, dije y te enseñé cómo. Para mí, el amor
no es más que una utopía. Lo sabes bien. La amistad, Jost, eso es lo que no debe
romperse. La confianza en los amigos, ya vez en que acabó Paco. Cinco años, y
al salir se fue de acá, para no toparse con la verdad de haber mandado asesinar
a sus amigos. La confianza entre él y yo sigue firme.
Paco
no me va a traicionar. Me debe tanto. Nos hemos beneficiado. En el extranjero
mueve las películas con agilidad y cuidado. Pero tú, Jost, de verdad te creí
más astuto. No pensé que el amor te pegara tan fuerte. Sí, reconozco que
Patricia es hermosa. Pero ¿y todo lo qué habíamos compartido? Para que esa
noche me salieras con la estupidez de: “No eres mi amigo”.
¿Cómo
pudiste dejarte manejar por Patricia? Te conocí tantas mujeres. Las tenías a la
mano. El negocio funcionaba a pedir de boca. A la iglesia nunca van a dejar de
llegar niñas tiernas, lo sabes. Y siempre ha sido chingón estrenarlas. La Paty te ha cegado y mírate
ahora. ¿No respondes?, ¿qué vas a responder?
Por
eso te advertí esa noche: “No me importa que estés loco por Patricia, aún así,
no le cuentes nada de lo que hacemos. Si no quieres seguir, adelante, deja
todo. Pero no me tuerzas. Se supone que eres mi amigo”.
Te
olvidaste de esa niña que llegó exigiendo la ayudásemos o nos denunciaba. Sus
papás la estaban buscando. Casi se te muere. Tuve que intervenir para limpiar
las cosas: encubrir a la niña, hacer que saliera de la ciudad y se fuera a
vivir con Paco al extranjero. Ayudé al estudiante de medicina a practicar el
aborto. Volví a ver la sangre en mis manos sin sentir asco. Lo recuerdas,
imbécil. Casi se nos muere. Una vez pasado el susto, cuando nos reíamos del
suceso, me dijiste en la cantina: “No importa qué pase, siempre estaré contigo;
si vuelas, volaré a tu lado. Si caes, caeré contigo”. ¿Lo olvidaste? Yo no.
Para que por una zorra me digas: “No soy tu amigo, ni lo creas”. Chinga tu
madre, Jost.
Por
eso apenas tu relación con Patricia patinó, supe que debía actuar. Quizá no lo
pensé al instante, porque la amistad que te tenía era gruesa, al menos para mí.
Esa mañana cuando me pediste que hablara con ella, que habían terminado, quise
actuar a tu favor. Aún me veo escuchando tu voz en el auricular: “Siempre toma
en cuenta lo que dices, háblale. Hazlo por mi”. Vaya sorpresa con la chamaca.
No pude más que pensar: Todas son iguales.
Tal
vez si pueda verte, le dije a Patricia, después que se lanzó con descaro. No
importaron los argumentos que le expuse, esos rollos de: “Todo lo que han
vivido. No dejen que se vaya al caño”. Y, ah qué chamaca, solo repetía: “Es a
ti a quien siempre he querido”. Y tú enamorado de ella, pero que pendejo fuiste.
No te preocupes Jost, nunca me han interesado las tontas. Casi me vomito por la
cursilería. Que ganas de repetir los estúpidos diálogos de las telenovelas: “El
hombre de mi vida”.
Cuando
colgué el teléfono hice la reconstrucción. Según ella tú habías provocado todo
el teatrito con esas mamaditas de querer ser seminarista: no mames. Si estabas
hundido en el lodo igual que yo. Seminarista, mis huevos. Y con una hembra tan
fogosa.
Si
dudé. Lo sospeché todo. Recordé las palabras de Paco: “... hazlo solo... cuando
robes... hazlo solo” Quizá sólo fue un momento nada más, pero lo hice. Y esa
forma de ajedrecista que tengo al pensar. Me preparé para cualquier movimiento:
¿Y si están de acuerdo para sacarme de la jugada? ¿Qué hay con esta confesión
insospechada de Patricia? ¿Porqué hablaste en la mañana pa decirme que tronaste
con ella? Patricia jamás ha demostrado una actitud coqueta hacia mí. Por eso
vine preparado. ¿Acaso creyeron que soy tonto?
Se
que todo debió quedar en haberme cogido a tu novia como venganza. Pero ella
insinuó que estaba enterada de “a qué nos dedicamos” y quería ayudarme a
continuar. ¡Qué descaro! Así fue, tu zorrita quería meterse al negocio y
reclutar otras niñas de la escuela de monjas donde había estudiado la prepa.
Quizá era buena idea. Pero no soporté que le contaras todo.
Mira
la pantalla, ¡mírala! No cierres los ojos. Cuando entré a su cuarto se cubrió
las tetas y se metió al baño. Aproveché para poner la cámara entre las cosas
del tocador. Voy a adelantarla. No te quiero aburrir con la parte erótica,
¿para qué? Quiero que veas el momento clímax. Acá... Es ella suplicando. Ese es
el momento cuando, ya enojado por sus idioteces, la tomo de los cabellos. Mete
las manos para defenderse. Sí, esta parte es chida, cuando la golpeo con la
lámpara. Ahora le hago el amor ya muerta. Bueno ¿qué?, uno tiene sus gustos.
Hay que explorar de todo. Lo vez. Es la sangre de su rostro embarrada en mi
pecho. Ahora te hablo por teléfono. Voy a adelantarla de nuevo por que no pasa
nada mientras te espero, y eso será aburrido para los compradores. Lo editaré.
Ah
que mi Jost, ni siquiera lo dudaste, ¿eh, puto? No tardaste en llegar. Abres la
puerta y miras a Patricia sentada en el colchón. Ve el asombro de tu cara. Ella
recargada en la cabecera, no te devuelve el saludo, no contesta. ¿Acaso notaste
la rigidez de su rostro? ¿Qué quieres? No soy buen maquillista; se le ve bien,
¿no? Estoy seguro que no te diste cuenta que estaba muerta. ¿Lo hiciste? ¿Qué
vas a contestar ahora? Corres hacia ella y ahí voy detrás de ti con el cuchillo
en la mano, ni siquiera lo imaginaste: una... dos..., caes de rodillas...
cuatro... seis...
Claro
que no. Ahora puedes ver que no necesito a nadie.