Y estás ahí de pie
en medio de la alberca. El aire sopla suavemente un tenue y húmedo frío que
recorre tu piel. Ese hormigueo que tanto conoces comienza a recorrer las
terminales nerviosas de tu cuerpo. La fuerte lluvia de apenas algunos instantes
ha aminorado, hasta solo ser un húmedo recuerdo traído por el viento.
Ella también está
ahí, a unos escasos metros de distancia. La luz blanca de los reflectores
ilumina toda el área de la alberca. No hay sombras, no hay donde esconderse ni
lugar alguno para ocultarse.
Por más que lo
intentas, sus expresiones te hacen mirarle. También, de pie en la misma alberca
ella te mira. Su cabello largo y negro acaricia con sus puntas el nivel de agua
de la alberca.
El arrebato de
correr durante la lluvia y lanzarse corriendo a la piscina ha disminuido pero
aún los corazones se encuentran acelerados. Lo sientes, ese bombeo intenso que
lleva tu sangre por todo tu cuerpo, como si cada glóbulo rojo fuese un
automóvil de la Formula 1.
El agua de la
alberca está tibia pero a veces hay pequeños pinchos de agua fría que acarician
tus piernas. Las gotas remanentes de agua de lluvia, se funden para siempre por el momento; inmensa distancia te separa de ella.
Tu respiración no
puede relajarse, sigues estando acelerado. Tratas de bajar la mirada pero al
mínimo intento, aquellos labios que tienes frente a ti te obligan:
-Mírame.
No puedes dejar de
hacerlo, te lo ha ordenado. Le miras y
sientes una descarga eléctrica a través de tu cuerpo, como si un rayo
hubiese impactado en la alberca. Su playera blanca se adhiere a su cuerpo como
una segunda piel y su cabello se pasea suavemente entre las caricias del
viento. El frío hace lo suyo y se levantan orgullosos sus finos pero no
pequeños pezones.
Hace un amago de
cubrirse y por instinto, pena y vergüenza tratas de mirar a otro lado.
-Mírame.
Obedeces de nuevo.
Ella mete sus manos
bajo el agua y las junta como si quisiera llevarse algo de agua a la boca pero
te das cuenta que se detiene justamente en el pecho y comienza a darle de beber
a su pecho.
Tragas saliva, algo
está carburándose en su interior. Lo sabes, sabes cómo va a terminar esto y una
lucha comienza en tu interior. Tu pulso aumento y dejas de tener frió. Sientes
como tu respiración se acelera e inmediatamente cierras la boca. Le miras
directamente a los ojos y esperas su respuesta.
-Ven.
Sabes lo que viene y
ella también. Tu cuerpo comienza a prepararse para el éxtasis que se avecina. A
pesar del agua fría que sientes a cada paso que avanzas, tu calor no disminuye,
tu pulso no baja, tu respiración no se relaja. Te acercas hasta sentir el fino
rose de sus pezones en su pecho y el aliento de su boca en tu barbilla. Sus
miradas no claudican, las manos de ella caen a ambos lados de su cuerpo en
señal de rendición, de apertura. Las tuyas se levantan poco a poco hasta
tomarle del cuello. Acaricias sus mejillas con tus pulgares y levantas su
rostro hacia el tuyo. La piel es tersa y suave a pesar de estar algo mojada.
Acercas tus labios a los suyos tan lentamente que sientes como su aliento se va
convirtiendo en tu respiración. Apenas se tocan pero tú ya sientes toda la descarga
de sensaciones en tu ser, en tu alma.
Finalmente tras
aquel prolongado intercambio de vida, la besas.
Tu lengua se
entrelaza con la de ella y caen como dos gotas de lluvia más que se funden en
la inmensidad limitada de aquella piscina se sensaciones.
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