"La
noche está muy fría, corre un viento inclemente, sube las escaleras de mi casa,
y quédate conmigo para siempre", esta frase de un poema primordial, estaba
pegada como postick al cerebro de Lucía; todas las mañanas, se empecinaba en
buscar en las lecturas algo que la hiciera vivir, pues el amor, tal y como ella
algún vez lo percibió − al mismo tiempo
que lo perdió − se quedo contenido en esa frase. El tiempo se fue
estirando, la liga de sucesos contenía dolor, sin embargo, pareciera que nunca se rompería.
Ella
tenía tan solo 20 años, sabía que todo pernoctaría en su suicidio; las rimbombantes
frases, lagrimas de papel, hambruna de comentarios inteligentes y una sucesiva
y estúpida repetición de lo “buena que era”, cuando por dentro, ella solo era
ella.
El rompimiento
se fue dando a la edad de 3 años, cuando entre garabatos circulares, a modo de profecía,
ponía sobre el papel, lagrimas espirales; su trayecto en este mundo fue una
colmada gota, derramándose todos los días, de un vaso, que no podía saciar la
sed de los demás; con el tiempo, la sal le fue procurando heridas invisibles,
que nadie sabía que existían, hasta esa madrugada, con el zumbido angelical y
repetitivo de You Know You're Right de Nirvana, Lucía quedaría impresa, como una muestra de
laboratorio, enclaustrada para siempre en la frontera del ensayo y error.
Sus
alas se desplegaron vertiginosamente, la mañana del 15 de Octubre del 2016; con
las flamas carcomiéndole la piel, supo que podría volar con más facilidad, la metamorfosis a cenizas le infundió
confianza, ahí, en el atavió de la
muerte, supo que jamás embotonaría sus ojos con lagrimas, pues ahora, ya no le hacía
falta observar, sentía todo, porque Lucía ya no era de este mundo, ahora podía respirar
a su ritmo.
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