C

C

martes, 11 de agosto de 2015

LOS MANIFIESTOS DE MANIFESTARSE

El creacionista del día. Adán Echeverría




…el áspero sonido rasgó telas, resquebrajó vidrios e hizo a la manifestación disgregarse como en un tiro de billar. Los cuerpos de los manifestantes iban de un lado a otro, golpeándose entre sí, y los gritos no podían distinguirse de forma individual, sino como un enorme amasijo de sonideros, que subían fundiéndose bajo el terrible acto despellejante del calor solar.
Era casi medio día y el pavimento no respetaba la piel de las jovencitas que, pecho en tierra, moqueaban aterrorizadas por la ráfaga de -tres o cinco- balas que se habían soltado. Jóvenes de pinta oscura, de estandartes rojos o anaranjados, tatuadas pieles, de piercings en el rostro y en salvas sean las partes, ademanes de “soy un radical rojísimo”, ahora pedían el refugio de los brazos de mamá.
El alarido crecía y los iba abrazando y sujetando con violencia, para luego lanzarlos por la avenida, como se lanza un trompo, disgregándolos en la carrera. Los débiles cayeron y fueron abandonados a su suerte. Los listos, así como los abusones, fueron los primeros en levantar polvareda tras sus pies y, sin voltear, no les importó abandonar monumentos o estatuas de sal que fueran quedando al cimbrarse, con los disparos, en esa parte de la ciudad.
Pocos vieron la llegada de las camionetas antimotines, ellos observaban de cerca. Pocos se percataron de los pasos del comandante hacia el centro de la multitud, abriéndose camino a codazos, para intentar tomar la palabra.
La protesta era debido al insulto cometido al pueblo por la imposición de ese fallido monumento. Se trataba de una burla que reafirmaba el colonialismo. Apretar la herida moral de los caídos que, durante siglos, habían luchado contra la opresión del rico sobre el pobre, del conquistador sobre el conquistado. Un monumento a la barbarie, levantar en bronce una estatua que dignifica el racismo, la discriminación.
Apenas el comandante logró acercarse al centro del barullo, una detonación desató la furia y el terror de la masa que, como gigante herido, se sacudió arrojando sus células, a manera de cuerpos humanos. El comandante, por instinto de supervivencia, extrajó su pistola tipo escuadra del cinto y levantándola, hizo un esfuerzo ante los empujones que lo iban arrastrando en la barahúnda, lanzó tres disparos al aire para que la gente se replegara.
Uno de los oficiales, parapetado junto a las camionetas antimotines, con los demás policías, como espectador de la protesta, no pudo controlar el miedo a que un proyectil lo alcanzara, y tras escuchar el estallido y las balas disparadas al aire, abrió fuego hacia la multitud que intentaba escapar; cerrando los ojos, y sin dejar de pensar en sus dos niños que a esa misma hora se encontrarían cómodos y alegres en su salón de clase en una escuela primaria del sur de la ciudad. Tuvo que pensar: a que lloren en mi casa a que lloren en la tuya, que lloren en la tuya.
Más adelante se supo que tres víctimas fueron alcanzadas por las balas: aquel viene-viene que ayudaba a acomodar los carros en esa zona de la avenida, junto al café Impala, la señora del silbato que siempre anda sucia y alcoholizada y que constantemente suena que suena una botella de plástico donde tiene metidas algunas piedritas, y un hombre de poco más de cincuenta años que limpiaba las ventanas del banco HSBC, enfrentito del monumento.
Los primeros que huyeron, no tardaron en llegar a El Templo. Se trataba de la mayoría de los organizadores, junto con algunos jóvenes que corrieron en la estampida, siguiendo los pasos sin saber a dónde se dirigían, en busca de refugio. El calor y la carrera habían sido tremendos. Nada como llegar a la sombra y bajo la frescura del aire acondicionado que ofrecía el bar mencionado, en el que constantemente se realizaban las reuniones, cargadas de ideologías, y desde donde se había lanzado, dos meses atrás, la convocatoria para la protesta, que exigía sin miramientos y sin retroceder un palmo, a las autoridades del Ayuntamiento retirar de forma inmediata aquel monumento, signo de la deshonra a un pueblo maya que todos teníamos latiendo en nuestras venas.
Las reuniones habían comenzado en un café; luego las redes sociales acrecentaron el número de seguidores, las columnas en periódicos, las bitácoras electrónicas, los mensajes a celular, y la transmisión de slogans en estaciones de radio de la Internet poco a poco hicieron mella en la conciencia pública.
En los cafés del Centro Histórico se escuchaban las mismas pláticas. Era el tema de todos los días y todo aquel que se preciara de conducirse como ente izquierdoso, sabiendo a pie juntillas la vida del Ché Guevara, hasta llevarlo tatuado en la mente, el pecho, hombro, tetilla o nalga, tendría que aceptar como deber el apoyar la causa.
Ay de aquellos ilusos que no querían sumarse a la protesta. Cómo podían dormir sin utilizar su pluma con el coraje que implicaba ser escritor. Cómo escribir sobre la hoja en blanco sin señalar, junto con toda la masa creciente, la deshonra con que, a mansalva, la administración pública, había golpeado a la sociedad justo cuando iba a entregar la alcaldía a sus sucesores.
Los tipejos que soltaban sus diatribas en contra de la protesta no eran más que unos fariseos ilusos, que hacen la cruz en la frente y se santiguan al ver el color rojo y el dorado del martillo y la hoz ondeando en las banderas, besa oligárquicos, ladrones o estafadores. Cómo se hacen llamar escritores, por eso nadie lee sus libros, jamás publicarían en la verdadera prensa escrita de la Gran Ciudad, esa de la dignidad y qué se yo.
Ya en El Templo, donde las reuniones se hicieron continuas e intimistas, donde de ser desconocidos con el tiempo fueron considerándose familiares, hermanos, compañeros todos, hasta convertirla en Centro Cultural Alternativo, y no refugio de vagos marginales, como algunos reporteros vendidos acostumbraban señalarlos; ya en El Templo, y a buen resguardo, fueron acercando las mesas para sentarse a departir sus testimonios. ¿Cómo pudieron dispararnos? Algunos aun estaban a la espera de que llegaran por ellos y los arrestaran. El dueño del sitio, que los conocía a todos, escuchó y tomó al aire muchas de las historias que, de manera dispersa iban soltando cada uno para ir tejiendo la imagen de lo que había pasado.
Pusó a los meseros a servir de inmediato cervezas heladas que mitigaran sed y miedo, para que la adrenalina fuera bajando, y pidió que se cerrarán las puertas. “Si alguien más llega, que se identifique o se vaya a la chingada; nadie mas entrará que no sea conocido”. Una vez que los refugiados hubieron empinado las botellas para refrescarse, y después del ahh, necesario en el suspiro, la calma volvió a todos y el silencio se hizo presente.
La mañana de ese día era prometedora. Los estudiantes llevaban semanas esperando la fecha, y una vez que sus padres o madres los dejaron en la puerta de sus escuelas, fueron juntándose por las esquinas, engrosando minuto a minuto el contingente. En la cháchara mañanera, discutieron estrategias, platicaron las noticias nacionales – era necesario estar informado  encendieron cigarrillos, trazaron sus lemas y consignas en cartulinas rosadas, amarillas, verdes, tratando de dejar en claro que su rebeldía y rayar las clases ese día, era por una causa que justificaba totalmente su vida que comenzaba a abrirse a los ideales.
El eco de los mártires del 68 volaba sobre sus conciencias, los acuerdos de San Andrés, la matanza de Acteal, Atenco, todo junto, hasta el rescate de los mineros de Chile, eran motivo de inspiración para tomar el ánimo justo que requería ser partícipe del movimiento.
¡Qué nos duran los narcos!, gritaban, ¡Abajo los políticos! Y alguien encendía una bachita de olor dulzón y la rolaba con las quinceañeras preparatorianas, que se habían arremangado las faldas de tablones, se subían las blusas blancas dejando al aire los ombligos, y exhalaban, muy entronas, el humo verde de la vida verdadera, ¡Qué nos duran los malditos partidócratas! Y metían el humo una vez más para aguantarlo en el pulmón, mientras pasaban el cigarro a sus compañeras.
Fueron llegando al lugar de reunión de manera puntual, agrupándose en la explanada del Impala, en la entrada del Gran Café, en los camellones. Hasta que el oficial que dirigía el tráfico en el crucero tuvo que pensar que era mejor moverse, ya que eran demasiados los jóvenes de aspecto “raro” que se empezaban a reunir a su alrededor. Una patrulla llegó pero sus tripulantes no descendieron del vehículo (algunos manifestantes luego dijeron haberse percatado que hacían llamadas por la radio). Fue entonces cuando dos de los organizadores saltaron al tráfico para pedirle a los vehículos, que transitaban por la calle 47, que no doblaran sobre la avenida. Los manifestantes entonces tomaron la calle en tres movimientos:
Los organizadores previeron con antelación no importunar el tráfico. El reloj marcaba las 8 con 30 de la mañana del 12 de octubre y muchos de los voluntarios cubrieron la entrada al Paseo de Montejo, sobre la calle 60; mientras otros bloquearon la entrada hacia el paso conocido como El Remate. Un grupo más atajó el carril norte-sur de la avenida, desviando el tráfico hacia la calle 45, la de las casas gemelas. El tráfico estaba contenido. Entonces habilitaron un amplificador, micrófonos, altavoces y uno de los ideólogos del movimiento tomó la palabra.
El discurso fue breve pero conmovedor. El ideólogo tenía callo; había formado parte del PSUM y presumía haber trabado amistad, en aquellos días, nada menos que con el mismo José Revueltas, cuando el escritor recorriera el país entero formando a los jóvenes comunistas. Sus días de mozuelo los había pasado entre las filas rojas, había contado innumerables veces como había estado cerca del Charras.
Los primeros años de 1970, cuando el partido oficial era duro con las juventudes. Los estudiantes de la Escuela Secundaria Federal Número 1 se habían rebelado tomando el edificio y sacando a la planta docente a la calle. El mismo Charras había ido a la escuela para ver el movimiento juvenil que se había gestado. El director del centro educativo llamó a las autoridades. La información llegó hasta oídos de los universitarios, y de ahí a sus líderes, que acudieron en apoyo de los alumnos; fue entonces, cuando nuestro orador, de este presente, miró la espigada figura de aquel reformador del sindicalismo yucateco caminar por el patio de su escuela secundaria. Incluso presumía cómo el Charras se detuvo ante él para removerle los cabellos con su morena mano, dedicándole una sonrisa abierta.
Por ello, cuando el cuerpo del Charras apareció descuartizado en el monte, a orilla de la carretera, se le estrujó el corazón como hoy al recordarlo. Ahora sabía que pronto llegaría el momento para pasar la estafeta. Pero así como el mismo Juárez se había dicho innumerables veces que no podía dejar la presidencia por miedo a lo qué sería del país, nuestro orador tenía miedo de abandonar la lucha social, ya que ningún joven demostraba la capacidad de ser un dirigente capaz., mientras aun tuviera fuerzas seguiría trepado en sus ideas, uniéndose a la juventud, y educando en la ideología libertaria.
Nuestro orador rebasa los cincuenta años pero rebosa juventud, lleva siempre pantaloncillos dockers brinca charcos, generalmente color caqui, o de mezclilla furor o levi’s; tenis blancos, las más de las veces, que no pueden ser sino adidas o nike; su tez es morena, por ser digno representante del campo en donde nació, y tanto las canas en su pelo rizado, como las prominentes entradas en su cabeza, junto con sus lentes, beneton, para apoyarle en su miopía, son signos de la experiencia que tiene en sus espaldas.
Una vez que el tránsito vehicular estaba controlado, y que algunos reporteros madrugadores habían llegado y tenían el boletín de prensa que enviaron los organizadores; el orador sacó su blackberry y comenzó a dar lectura a un discurso que conmovió, para concluir su intervención dijo algo mas o menos así: “resulta inmoral e innoble que en esta Muy Leal Ciudad de…, permitamos al grupo de oligárquicos en el poder, la vergüenza de levantar el monumento…, que no hace mas que demostrar, una ciudad dividida entre los del dinero, y los que somos el verdadero pueblo”.
Algunos reporteros, que conocían su trayectoria, se miraban unos a otros no entendían porque el orador señalara aquello, cuando era de todos sabido que gozaba de un sueldo como asesor cultural en el gobierno actual, que había brincado de partido en partido, intentando ser, sin conseguirlo, diputado o alcalde. El orador llevaba años a sueldo en el gobierno, pasando de un sexenio a otro, siempre a tiempo para tomarse la foto con el gobernador en turno, sin importar los colores partidistas, ni las ideologías sociales. Todo un aviador jamás comprometido con otra causa que no fuera la suya.
“Por eso compañeros y compañeras –continuaba- nos hemos reunido acá, con huevos, con ovarios, -la equidad siempre presente-, para gritarles en la cara: Que no levantamos estatuas a los asesinos. No edificamos homenajes a los conquistadores. Decimos: No a la discriminación. Gritamos: Yo no discrimino”.
Los manifestantes se contagiaron de la euforia y levantando el puño gritaban: No a los Montejo, No a los Montejo, y las voces y porras se intercalaban con: Yo no discrimino, Yo no discrimino; es ahí cuando la temperatura sube, y el sonido se levanta como un enorme dragón cargado de decibeles, la euforia se contagia y se transmite piel a piel, de mirada en mirada, y se esparce por los sudores. El griterío era tal que muchas parejas aprovecharon para fundirse en besos, abrazos; otros se acariciaron al sentirse contagiados de estas emociones que los situaban por encima de la historia.
Una mujer delgadísima dio unos pasos adelante, se desprendió de la túnica que la cubría y quedó desnuda frente a todos, solamente portando unos lentes oscuros. Los organizadores junto con algunos voluntarios hicieron retroceder a la gente, y la mujer escaló el monumento, permitiendo que hasta los más lejanos pudieran apreciarla en todo su esplendor. El reloj marcaba las 9 y 40 de la mañana, a esa hora la luz permanece a tonalidades de azul. La mujer, a la distancia, parecía mucho más bella que lo que en verdad es, lo cual resultaba excelente para su representación, por el golpe visual que representaba.

La mujer, que acá llamaremos La Monodidáctica, escaló ágilmente el monumento, se situó de forma tal que pudo tomar con la boca el dedo de uno de los personajes ahí representados en el bronce, el cual mantenía el brazo extendido hacia el frente, cuando tuvo el dedo dentro de la boca comenzó a chuparlo y lamerlo, mientras frotaba su cuerpo contra los bultos metalizados, usando manos, senos y piernas para acariciar todo el bronce, de los dos personajes representados; cuando La Monodidáctica presentó a los organizadores la idea del performance, había explicado que lo que intentaría representar era el sometimiento del pueblo, y el triunfo del amor sobre el odio de los conquistadores. Puede mas un beso que una bala, había dicho, es mejor un orgasmo que un asesinato, recalcó. Lo estaba consiguiendo. La multitud languidecía frente a su representación. La mujer lucía un delgado trasero, muy estético, y llevaba cortado el vello del pubis al rape; entre tanto realizaba la felación al dedo, se contoneaba y gemía, enseñando el culo en todo su esplendor a la miradas silenciosas de los manifestantes, por lo que los suspiros de la multitud crecían y excitaban a los ahí reunidos (¿dije que muchos eran preparatorianos?). No faltaron parejitas que se brindaron arrumacos románticos necesarios en esta revolución de ideas, en consonancia con La Monodidáctica. Pocos vieron a los policías llegar y rodearlos.
Súbitamente, como alcanzando el orgasmo, La Monodidáctica sacudió el cuerpo en varios espasmos, empujando la cadera hacia la pelvis de uno de los monigotes de bronce, de inmediato tomó una lata que oportunamente le habían acercado, y se derramó encima su contenido - pintura roja - sobre sus pequeños y respingados pechos de niña. El efecto del sol en el cuerpo manchado de pintura de la mujer fue un acto erótico que muchos de los que tuvimos la oportunidad de presenciar, jamás nos arrancaremos de la mente; alguien le acercó un listón de color claro, de cinco centímetros de ancho, que llevaba escrito - Yo no discrimino -  lo levantó para luego amarrárselo en la frente. 
El parangón, las pancartas y otros listones que habían sido repartidos oportunamente, fueron levantándose sostenidos por la multitud. Los fotógrafos de la prensa aprovecharon para disparar sus cámaras, y el remolino humano comenzó a lanzar escupitajos sobre aquel símbolo de bronce. Un joven se sacó el miembro flácido y orinó la base del monumento, mientras otros jóvenes intrépidos pegaron, con cinta canela, pancartas alrededor del mismo basamento; eso sí, todo mundo se cuidó de no dañar la obra con pintas o roturas: un poco de orina y algunos salivazos, no importaban.
 El comandante se abrió paso entre los cuerpos juveniles, y la detonación se hizo escuchar causando conmoción y pánico. El acto reflejo del comandante fue disparar al aire, y el terror del agente que creyó que podría morir ahí mismo, dejando a sus hijos huérfanos: “a que lloren en mi casa, que lloren en la tuya”, le obligó a abrir fuego sobre la multitud. Tres personas cayeron por las balas y la multitud, al huir descontrolada, dejó varios desmayados, muchos con raspaduras y laceraciones. El agente fue detenido,  esperaba el regaño en la parte trasera de la patrulla, llevaba la cabeza gacha y no dejaba de llorar.
Hubo más de cuarenta detenidos. Una mujer de larga cabellera de no más de 17 años, corpulenta, llevaba una camisa blanca que tenía pintado en letras verdes - ¡Has patria, mata un…! - fue esposada y trepada con lujo de violencia a una camioneta; la bota de un agente fue a estrellarse contra sus piernas, flancos, brazos, hasta romperle la nariz y los labios - Se lastimó sola - dijeron, durante los empujones la pisoteó la muchedumbre.
Los organizadores habían desaparecido de la escena. La detonación fue un petardo, hecho con pólvora y sosquil, de uso común en las festividades de las iglesias y los gremios, cualquiera pudo soltarlo, pero los 40 detenidos fueron fichados e interrogados durante semanas. Las autoridades acusaron formalmente a la mujer de la camiseta blanca con el slogan al que calificaron como: incitación a la violencia y causa de riesgo para la ciudad.
Mientras eso ocurría en la calle, los organizadores, y los que pudieron lograrlo, se refugiaron en El Templo. El silencio volaba sobre los ahí reunidos que mantenían las caras largas. pocos aún respiraban de manera entrecortada; la cerveza comenzaba a realizar su función, aflojar músculos, relajar el pensamiento, sonreír la travesura. Quizá para romper el silencio, La Monodidáctica dijo:
– Al menos el tiempo alcanzó para que todos miraran el performance…
Uno de los organizadores, muy querido por la banda marginal por que su pensamiento iba de acuerdo a sus actos, perdió los estribos y se volteó hacia ella, con los ojos cargados de ira:
– ¿Es lo único que te interesa? – hizo una pausa intentando contenerse y apretó la mano sobre la botella de cerveza, bebió un trago y sin lograr calmarse continuó  Puede haber gente muerta, pudimos perder a muchos camaradas y tú sólo piensas en tu performance…
El orador del blackberry puso su mano en el hombro de La Monodidáctica y está bebió su cerveza, bajando la cara, mientras lo escuchaba:
– Ella tiene razón. Grabé en video el performance, y el inicio de los disparos. Ya lo he subido a mi Muro. Ahora sí le partiremos la madre al gobierno. Ese contingente de paramilitares que nos atacó no quedará impune, sacaremos de la cárcel a los detenidos, y haremos pagar a los oficiales, empezando por el secretario de seguridad pública. Despídanse de ese maldito monumento – al decir esto no dejaba de levantar en el aire su oficina móvil, mientras que algunos aplaudían y silbaban; los ahí reunidos se arremolinaron junto a los tres que debatían, brindándole mayor importancia al orador que levantaba el blackberry, como si fuera una reliquia que curara todos los males milagrosamente. Alguien preguntó:
– ¿Ya tienes comentarios? ¿Qué han dicho?
– Hay cinco. Uno es de Ciudad Juárez y dice que es indignante, que difundirá el vídeo. Dos son de Cuba, incluso, también hay del Distrito federal, uno te felicita – le dijo a La Monodidáctica empujándole la cabeza gacha hacia abajo, en señal de camaradería, la mujer levantó la vista y preguntó:

– ¿Y qué dice? – entonces el orador mirando hacia el fondo de la cerveza que en ese momento se empinaba, se tomó el tiempo en recostarse en el asiento de la silla, estiró las piernas, se limpió la boca con el antebrazo y sacudiéndose un poco la pereza, dijo:
– Han preguntado si pude tomar más fotos. Que tus tetas son deliciosas.
El silencio los cubrió a todos con su manto.

La Monodidáctica sonrió apenas y dejó que su vista planeara sobre los ahí reunidos sin detenerse a mirar a nadie, hasta que su tímida mirada se perdió en la luz verdosa que cruzaba el cristal de las botellas que estaban en la barra del bar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario