Siempre había estado rodeada de accidentes y fatalidades, y a pesar de que ella los veía con claridad nunca nadie le creyó. Y aquello le destrozaba el alma.
Un don, le había dicho una vieja gitana que había encontrado en un circo a su escasa edad de 8 años. ―Tienes un don, pequeña ―le dijo la anciana― úsalo con sabiduría y mesura.
Pero para Amanda aquello no era más que una maldición. Había visto morir a sus padres en un sueño, una cálida noche de verano, durante sus vacaciones en la playa cuando apenas tenía 10 años. Estaban dentro de un barco pero no se veía a ella con ellos, ellos estaban pescando y de pronto su padre caía por la borda, quebrándose la pierna al golpear con el bote. La sangre comenzaba a emanar debajo del barco y sus gritos el aire brumoso alrededor del barco. Su madre quien se percataba tras varios segundos de la situación de su esposo, brincaba al mar para tratar de ayudarle y poder subir al bote pero, cuando brincaba, unas enormes mandíbulas le prensaban la mitad de su cuerpo, desbaratándole y dejando solamente un par de piernas sueltas flotando en aquél mar de sangre. De aquella impresión su padre se quedaba quieto, en silencio, sin poder siquiera cerrar los ojos ante las mandíbulas que ahora se cernían ahora sobre él. De un bocado desaparecía el cuerpo del padre, la sangre se iba diluyendo en el mar y el barco se mecía solo, sin pasajero alguno hasta que llegaba una tormenta y hundía le barco.
Despertó Amanda bañada en sudor y gritando con todas sus fuerzas.
Pero ni a pesar de lo vívido que se veía el sueño, de las palabras de ruego para con sus padres, ellos le ignoraron al subir al mismo bote de sus sueños al día siguiente. Lo único que había conseguido es que se quedara ella en el hotel. Sabedora del destino que les aguardaba, lloró en silencio desde antes que le llegara la noticia oficial por parte de la policía.
A sus catorce años, en plena secundaria se había enamorado de un chico. Tímido, de lentes, inteligente pero nada sociable. Los compañeros le hacían burla por su estatura, era el más pequeño de la clase.
Ella se había encariñado con él, le esperaba al salir de la dirección para consolarle. Él también se enamoró de ella y a la edad de 14 años, recibió su primer beso. Se veían varias semanas después de la escuela, en una de las viejas estaciones de tren, abandonadas hacía ya mucho tiempo. Una tarde, él le pidió poder tocar uno de sus pechos; Amanda se había desarrollado antes que la mayoría de las chicas de su salón, ella, apenada pero bastante enamorada se dejó tocar por debajo de la blusa.
―Cálida, eres cálida― le dijo aquel niño. Luego le besó.
Aquella noche soñó como otra criatura devoraba lentamente, parte por parte, al chico del que estaba enamorado.
Saliendo de clases, al día siguiente, le pidió que no se vieran ese día y salió corriendo de la escuela. Él le siguió, preguntándole lo que le pasaba, corrieron y corrieron por las calles, ella trataba de evadirlo, gritándole que regresara a su casa y que mañana se verían.
Al día siguiente encontraron el cuerpo destazado del muchacho en un callejón, parecía que le habían arrancado los brazos y la cabeza a mordidas, su cuerpo se encontraba destrozado y todo el callejón estaba repleto de sangre.
Toda la noche siguiente lloró. Cuando cumplió los dieciséis, una chica se había enamorado de ella en su segundo año de preparatoria. Amanda no sentía nada pero quiso experimentar los besos de una mujer, creyendo así poder olvidar a aquél niño del que seguía enamorada. La noche en que se besaron, soñó con ella y a la noche siguiente, un cuerpo devorado apareció debajo de un puente.
Amanda conoció el sexo a sus diecinueve años, cuando salió con un chico del que se había enamorado. Lentes, inteligente y tímido; le recordó a su primer amor, como si fuera el niño que jamás creció y que jamás llegó a ser un universitario. Bebieron de sus cuerpos y conoció placeres hasta entonces desconocidos por sus sentidos. Sintió que se enamoraba otra vez y no durmió por dos días enteros, tratando de evitar que se repitiera la historia.
A la tercera noche cayó fulminada por el cansancio y soñó.
El sueño fue más vívido y despertó bañada en sudor con un sabor extraño en la boca. Se levantó con rapidez, a pesar de que su cabeza le zumbaba, y se dirigió al baño. Abrió las llaves del lavadero para que saliera el agua, abrió los ojos mientras bajaba la cabeza para poderse mojar cuando notó que unas gotas de sangre aparecieron en el lavabo; tomó con fuerza las llaves del lavabo y les cerró lentamente. Cerró los ojos e irguió la cabeza, respiró difícilmente y abrió los ojos para ver su reflejo en el espejo.
―Sangre…―se dijo mientras pasaba sus dedos por sus labios.
Despertó Amanda bañada en sudor y gritando con todas sus fuerzas.
Pero ni a pesar de lo vívido que se veía el sueño, de las palabras de ruego para con sus padres, ellos le ignoraron al subir al mismo bote de sus sueños al día siguiente. Lo único que había conseguido es que se quedara ella en el hotel. Sabedora del destino que les aguardaba, lloró en silencio desde antes que le llegara la noticia oficial por parte de la policía.
A sus catorce años, en plena secundaria se había enamorado de un chico. Tímido, de lentes, inteligente pero nada sociable. Los compañeros le hacían burla por su estatura, era el más pequeño de la clase.
Ella se había encariñado con él, le esperaba al salir de la dirección para consolarle. Él también se enamoró de ella y a la edad de 14 años, recibió su primer beso. Se veían varias semanas después de la escuela, en una de las viejas estaciones de tren, abandonadas hacía ya mucho tiempo. Una tarde, él le pidió poder tocar uno de sus pechos; Amanda se había desarrollado antes que la mayoría de las chicas de su salón, ella, apenada pero bastante enamorada se dejó tocar por debajo de la blusa.
―Cálida, eres cálida― le dijo aquel niño. Luego le besó.
Aquella noche soñó como otra criatura devoraba lentamente, parte por parte, al chico del que estaba enamorado.
Saliendo de clases, al día siguiente, le pidió que no se vieran ese día y salió corriendo de la escuela. Él le siguió, preguntándole lo que le pasaba, corrieron y corrieron por las calles, ella trataba de evadirlo, gritándole que regresara a su casa y que mañana se verían.
Al día siguiente encontraron el cuerpo destazado del muchacho en un callejón, parecía que le habían arrancado los brazos y la cabeza a mordidas, su cuerpo se encontraba destrozado y todo el callejón estaba repleto de sangre.
Toda la noche siguiente lloró. Cuando cumplió los dieciséis, una chica se había enamorado de ella en su segundo año de preparatoria. Amanda no sentía nada pero quiso experimentar los besos de una mujer, creyendo así poder olvidar a aquél niño del que seguía enamorada. La noche en que se besaron, soñó con ella y a la noche siguiente, un cuerpo devorado apareció debajo de un puente.
Amanda conoció el sexo a sus diecinueve años, cuando salió con un chico del que se había enamorado. Lentes, inteligente y tímido; le recordó a su primer amor, como si fuera el niño que jamás creció y que jamás llegó a ser un universitario. Bebieron de sus cuerpos y conoció placeres hasta entonces desconocidos por sus sentidos. Sintió que se enamoraba otra vez y no durmió por dos días enteros, tratando de evitar que se repitiera la historia.
A la tercera noche cayó fulminada por el cansancio y soñó.
El sueño fue más vívido y despertó bañada en sudor con un sabor extraño en la boca. Se levantó con rapidez, a pesar de que su cabeza le zumbaba, y se dirigió al baño. Abrió las llaves del lavadero para que saliera el agua, abrió los ojos mientras bajaba la cabeza para poderse mojar cuando notó que unas gotas de sangre aparecieron en el lavabo; tomó con fuerza las llaves del lavabo y les cerró lentamente. Cerró los ojos e irguió la cabeza, respiró difícilmente y abrió los ojos para ver su reflejo en el espejo.
―Sangre…―se dijo mientras pasaba sus dedos por sus labios.
Me gustaría "Tocados por Ella" como título.
ResponderEliminarTambién hubiera sido un buen título, gracias por comentar. Espero te haya gustado.
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