Muchas palabras, mucho viento; pues, ¿de qué provecho te fueron?
¿Quién sabe como debería vivir el hombre durante los contados días de su vida bajo el sol,
que no tienen sentido y que pasan como sombra?
Eclesiastés 6, 11, 12
Amy de tan solo 23 años, en la edad del miedo, esa noche rompió lo que le tironeaba en el alma a la luz de una vela de aroma vainilla, a llanto abierto recordaba cómo es que mueren los osados, entre perfumes de azahares desconocidos y sangre a medio coagular. Era más de media noche, sentada frente al altar su tristeza le iba consumiendo al igual que la llama de la vela consumía las horas, esperaría, si era necesario hasta el alba, para que su llamado fuera respondido. El reloj dio las 5:30 de la mañana. Amy seguía asiduamente las manecillas, pidiendo en cada golpe del segundero dejar de existir; cuando llego al minuto 36 un viento le soplo en la cara y salió de su taciturna espera poniéndose de pie en el acto. La flama se volvió más grande, el agua se agitaba en el cáliz como si la ondulasen con el dedo, el símbolo de su brazo izquierdo comenzó a arder, después de que ella horas antes lo hubiera trazado con una cuchilla. Una voz grave le ordenó volverse a sentar. Amy se quedó en cuclillas; el miedo quería ganarle y pensó que sería más sencillo deshacer todo aquello, pero sabía que podía molestar al demonio que había convocado, mas allá de lo asustada que se encontraba, su tristeza le tenia ahí, al comienzo de un dialogo que podría costarle la vida, pero no le importaba. Y la voz le hablo:
― ¿Cuánta tristeza cabe en un corazón humano? O acaso sabes si los espíritus del vacío pueden darse el lujo de un corazón? A veces por eso tragamos su alma y corazón para sentir por escasos minutos su podredumbre. Un gusto adquirido, supongo.
―Sabes lo que quiero ¿verdad?
― Tras tu penumbra no hay secretos para mi, entre más oscuro los sienta, más claro puedo verlos, sin embargo jamás podre entender porque desfragmentan su corazón por otra simple alma humana. ¿Enamorada? Si. Sé que quieres un intercambio, pero mi balanza es algo caprichosa, aquí no es la ridícula sátira de Goethe. Lo que deseo a cambio es ver a tu alma y a tu corazón siempre que quiera, siempre abiertos para mis placeres y a la agonía.
―Creo que no tengo nada mas que decir ...
―Exacto Déjame mirarte... si... vaya, tan poco, que minuciosidad. ¿Un 1/4 tan solo? No te creas astuta ¡¿O crees que me tragare tan poco de ti?!
―Por favor no... Quiero...
― ¡Oh no, no me interesa lo que quieras ahora! A lo dicho manos a la obra. Que de la tierra al cielo y al porvenir de los infiernos no hay nada oculto. Sé que tu tristeza ansía extinguirse, dejar secos los sentimientos como te ha dejado esta persona. Febriles los ojos de tanto llorar. No me burlo, pero me gusta ver a través del dolor humano, esa gama de interacción sentimental que solo ustedes, por el simple hecho de sentir algo se meten en la telaraña, no por accidente, sino por puro gusto al dolor y a la insipiencia que pueda causarles.
― Pero...
―No, está bien, seré capaz de contenerme a tomarte toda. He aquí el trato que me ofreces, un 1/4 de tu alma y corazón por el olvido, por matar el enamoramiento, por tomar esa tristeza y el amor que sientes al patético hombre que te hace sufrir, devorar con saña eso que tanto te aqueja. Ambos son patéticos por cierto. No me causan gracia, pero si un poco de divertimento.
―Entonces... ¿el sello de mi brazo funciono? ¿Has tomado la parte acordada de mí?
― Los acuerdos y clausulas las redacto yo. Hábil manera de llamarme: un brazo izquierdo, un hilo rojo “invisible”, un meñique que curiosamente está conectado a la arteria ulnar del corazón y para imprecisiones estúpidas, “unido por el destino a la persona que amaras”. Trazaste una línea del dedo hasta el sello. No sé qué decir, creo que el silencio lo resuelve todo. ¿No? Asiáticos, todos tienen la misma cara, eso asusta más que una horda de demonios de figura original. Tu llamada fue difícil, nada poderosa, pensé ignorarla. En verdad extraño los métodos medievales de invocación, los nigromantes, que empeño ponían en los rituales. Pero nunca es demasiado para nuestra sed, la curiosidad es propia de nuestra naturaleza.
Amy titubeaba ante el demonio, ya que no sabía si era ella misma con quien entablaba semejante dialogo, o es que la tensión de la noche le había provocado, como último recurso invocarlo en el espejo. Dejó las dudas fuera y no se engaño porque el demonio, si bien tenía su faz, no vestía como ella, traía puesto una cota de malla, armadura, y encima un manto blanco que plasmaba una cruz templaria roja. El demonio la miró, sonrió a media luz y dijo:
―Tu cara. Más no tu yo por entero. Tus fantasías, si, un caballero de votos perpetuos y, no cualquiera, en si todos eran unos cerdos, escogiste esto para no infundir temor excesivo a tu alma. Podría haber declinado ese detalle, pero mi forma original es demasiado, hubieras muerto y adiós trato. Ahora, ya que me convocaste con este traje de "rectitud y valentía humana" (y no es burla, por supuesto que no) vamos a dar pie a la entrega.
― ¿Dolerá?
― ¡¿Crees que tener tu cara no duele más?! Humana idiota. Escucha lo siguiente pues no lo repetiré, el sortilegio se habla en esta lengua solo una vez. Y únicamente tu podrás escucharlo.
Puesto que dicho sello el de mi nombre queda constatado bajo aire, sangre, agua, corazón y alma. No volverás a incendiar el amor con el individuo y razón de tu dolor. Amonestaré duramente tu entendimiento, si llegas a caer en el sentimiento con la parte de corazón que me pertenece. No entregarás la parte de tu alma que ha sido dada por consentimiento en espíritu, no podrás inspirar amor con ese cuarto de alma porque es de mi uso mortal, si notara que fallas en tu juramento, todos los días tomare tu aliento, tu alma no volverá a respirar el aire de la inmortalidad y tu corazón quedara expuesto a fallas físicas, hasta que alma y corazón sean completamente míos, por ende toda tu persona pasara a servirme en la realidad humana, para que luego de tu muerte bajes a mi morada, convirtiéndote en uno de mis vasallos, dispuesta a actuar según mis designios.
―...Da...
― ¡Hey! sin decir mi nombre, sin más preguntas, todas han sido contestadas y sabes en el fondo de tu miserable condición humana que así es.
El demonio le besó en los labios. Amy recordó cuando de niña ponía la cara frente al espejo, soñando con aquel primer beso; este no era un beso, era como rebanar la parte inferior del labio con una navaja. El demonio rió , paso de los labios a abrir la carne dibujada en donde aparecía el sello, lo hizo sangrar y tomó la sangre de Amy, para terminar se mordió casi al mismo tiempo la lengua y regresó a la parte inicial, los labios de la triste adolescente mientras decía: Nec dubitabis, utrum erit an non erit (No dudarás de si la verdad será o no será). ¡Concluserat!
Cuando acabó de pronunciar la última palabra un fuerte viento se dejo sentir en la habitación por treinta segundos, seguido del grito de un hombre que se mezclaba con el rugido de un león, y una verbosidad múltiple de un animales hablando y trasgrediendo en gruñidos muchas lenguas. Amy yacía inconsciente sobre el piso, no volvió en sí hasta que el viento desapareció; cuando hubo recobrado el sentido palpó con desesperación su cabeza, el pecho, la cara, para cerciorarse que no había sido una pesadilla, miró la vela que seguía ardiendo a pesar del torbellino provocado por el demonio antes de su partida. El reloj dio las 6 de la mañana. La bruma se dispersaba lentamente dándole paso al sol.
Amy no quiso apagar la vela, la dejo arder hasta que amaneciera completamente, dejando todo en su lugar se recostó adolorida en la cama. No podía cerrar los ojos, ni siquiera intentaba alejar de su mente lo que vio, le parecía una extraña quimera entre realidad y fantasía. El brazo izquierdo comenzó a dolerle, mas no se atrevía a echar un vistazo, los dolores se prolongaron hasta las 7 de la mañana. Cuando Amy ya no pudo mas, levantó la sabana con cuidado, miró su brazo y una luz roja la cegó por un instante, asustada se frotó los ojos y volvió de inmediato a mirar el pacto escrito en su brazo, el sello se había cauterizado. Olía a carne quemada. Amy parpadeó un poco por el cansancio, para luego quedarse profundamente dormida. La tarde la sorprendió con un haz de luz entrando por la ventana. Sus emociones, su tristeza habían desaparecido, sin embargo, no podía sentir felicidad por nada, escudriño con la mirada las fotos que derramaban sonrisas, momentos alegres y recuerdos memorables. Ahora esas expresiones eran simples, vagas, acciones vacías. Al final, Amy sonrió, se recostó de nuevo sin advertir que otra Amy reflejada en el espejo a lado de su cama la miraba regresandole la sonrisa, en tanto saboreaba entre labios la sangre del pacto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario