Apenas habían pasado cinco minutos desde que aquel muchacho de mirada olivácea había entrado a la biblioteca. Parecía no buscar nada en concreto mientras sus nerviosas pupilas se movían de un lado a otro resiguiendo las estanterías dedicadas a las novelas de aventura. Un gran cartel en la puerta rogaba silencio en todo el edificio, así como las pequeñas señales que se encontraban situadas en otros puntos de las diferentes plantas de la gran biblioteca. Allí, entre las estanterías donde corsarios, guerreros antiguos y nobles caballeros eran los protagonistas se vieron por primera vez. Héctor, que así se llamaba ese joven, descubrió concentrada en su lectura a una bella muchacha de ojos color miel y larga melena castaña. El chico la contempló durante unos segundos, sonrió, y se volvió para acabar de decidirse por un libro. “Demasiado perfecta para mí; sería inútil acercarme a ella”, pensó. Mientras, Ángela, la chica con la que Héctor había soñado despierto hacía unos segundos alzó la cabeza para descubrir al muchacho. Lo contempló durante unos segundos, sonrió, y pensó: “Demasiado perfecto para mí; sería inútil acercarme a él”.
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