Son las emociones y sentimientos vertidos como vientos que desaparecen para siempre. Lo que hoy nos sostiene y sentimos fuerte, férreo, intenso, mañana fugazmente se irá. Nuestra memoria es defectuosa, nuestras emociones disparos sin vuelta al cosmos, nuestro cerebro y nuestra alma están hipnotizadas por la supervivencia.
Podemos olvidar el amor que ha durado años hacia una persona en meses, en semanas. Podemos incluso transformarlo en odio o rencor, esas otras personas que se cruzaron en nuestras vidas y fueron únicos y capitales, acabarán siendo un vago y desangelado menguante recuerdo, otras que fueron obstáculos para nuestra felicidad desaparecerán tan pronto se esfumen de nuestra vista. Nada parece perdurar y resonar en nuestro espíritu si no es alimentado a diario en el presente.
Nada es sólido, nada es real.
Vivimos con la sensación de crear algo inquebrantable a través de la experiencia de todos estos sentimientos y emociones, algo así como dar forma y estructura, como crear un enorme templo o un majestuoso palacio. No podemos siquiera plantearnos que esa realidad tan sólida pueda desaparecer con el tiempo. La sentimos hecha de metal, tocamos los suelos y son de mármol, las puertas de gruesa madera, los goznes macizos, las paredes duras como gigantescas montañas de roca. ¿Por qué iba a desaparecer algo tan pétreo cuyos detalles conocemos a la perfección? Es nuestra falta de aprendizaje y de análisis, error biológico, la que no nos hace ver que eso, como tantas otras veces en el pasado, puede pasar de ser de metal a cristal en un solo día de lluvia, y que una vez cristal se vendrá a abajo en un solo día de nevada intensa.
Es el río de nuestras emociones como los pianos tristes y melancólicos de las Gnossienne de Satie, pausados por el silencio, fluctuantes, deambulantes en el tiempo, regidos por una tristeza magnética de la cual no pueden escapar. Es todo frágil, liviano, un fluctuante líquido. La experiencia humana es un líquido vital y caprichoso impulsado por el azar. Las personas, a menudo, somos estrellas fugaces las unas para las otras. Nuestras psiques pulsan teclas que emiten notas musicales al vacío. Solo es real lo que está sucediendo en ese instante, concebimos nada más que el presente a pesar de estar frecuentemente obsesionados con el pasado y el futuro, lo que nos lleva únicamente a prestar menos atención a ese momento de presente.
Animales del hoy, estamos hechos de novela, de ficción avanzante, de vivencia a corto plazo reducida al átomo o al quark temporal. Abocados a la tempestad o a la soledad emocional, no entendemos que esta realidad utiliza otra lógica donde las materias son maleables, donde el acero puede hacerse niebla en un suspiro, como un mundo de física cuántica respecto al de la física tradicional; la mecánica del corazón.
Nada nos pertenece, nada poseemos ni nos posee. Como en el piano de Satie buscaremos - buscamos, en presente - la belleza como fin último y primero, con la diferencia de que perdidos en el éxtasis de la nota que vibra no sabremos cual la continúa.
Bien Alma... me gustó.
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