El creacionista del día. Rafael Pérez De La Cruz
A Pao
¡Esta es la historia de un caníbal de niños generosos! que odiaba todo lo que tenia que ver con compartir y ayudar. ¡Lo odiaba con todo su corazón!, es un decir porque en realidad no sabemos si tenía corazón. El caníbal rebasaba el tamaño de cualquier árbol de navidad, tenia unos dientes filosísimos -mejores que cualquier cuchillo que cortara un pavo mal cocido-, un estomago tan redondo que parecía se había tragado 100 esferas juntas sin masticarlas, sin contar que poseía una nariz muy parecida a un tejocote; la naturaleza no había sido generosa con él. Le parecía repugnante que esos bípedos de mugrosas manos, sorbedores de mocos y con voces más escandalosas que una parvada de cotorros –llamados niños- anduvieran de ridículos dando abrazos y besos a los demás. ¡Bola de hipócritas! gritaba el caníbal enfurecido mientras pensaba que si a la hora de comerse un dedito le arrancaría la uña o no. Por eso y muchas cosas más odiaba los chamacos.
Durante todo el año había esperado la época de “generosidad y paz” para aplicar su plan. La misión: ¡Comerse a todos los niños del mundo! ¿Cómo lo lograría? en primera empezaría por comerse a todos los niños de Puebla, bueno, de un centro comercial de Puebla. ¡Sí! Lo había pensado muy bien y les daría agua de su propio ponche.
- ¡Cacahuates apestosos! Preparemos la formula…
El hombre caníbal de niños generosos, que en realidad se llamaba Josejose –junto y sin acento- planeaba hacer el ponche más delicioso que nunca antes, nadie, hubiera probado. Escogería las mejores frutas e ingredientes, pero añadiría:
- La telenovela de las 10 de la noche, un libro de texto gratuito y como aderezo: ¡muchos cuentos cursis de navidad!
Le pondría todo lo que a un adulto y aún más a un niño pudiera dormirle…
- Todo lo revolvemos muy bien, dejamos que hierva y le añadimos una pisquita de la música de Cristian Castro y ¡Taran! ¡El ponche esta listo niños!… tóquenlo con sus asquerosos labios, para que cuando de mi ¡palmada letal! todos duerman; y en el suelo triture sus pequeñitos huesos y me limpie las sobras con sus sucias uñas.
El salvaje hombre. Iría al lugar donde todos vamos en Navidad… por supuesto el centro comercial. Montaría un pequeño puesto, se disfrazaría con una botarga de pingüino - bastante adorable y apapachable- y con voz de bobo diría:
-¡Feliz Navidad!, ¿quiere un ponche?
¿Quién se atrevería rechazar a un pingüino adorable y apapachable?
El día ansiado llego. Todo estaba listo. Se puso el altavoz en la panza de la botarga y dijo:
-¡Feliz Navidad!, ¿quiere un ponche?
Lo que el come-niños no había calculado es que esa noche era la cena de navidad y todos caminaban apresurados por las compras y los regalos. Enfurecido, por que nadie le hacia caso, grito por el altavoz:
-¡Prueben el ponche, hipócritas, que me los quiero comer…!
¡Se delato!... en realidad no, por que seguían sin prestarle atención. En los ojos de la gente se veían regalos y números. Pensó, reflexiono, hasta que recordó que no había pronunciado las palabras mágicas.
- Es gratis
Todos como una manada de renos se abalanzaron hacia el puesto de la botarga de pingüino. Toda la gente tenía en sus manos un vaso del delicioso ponche. Muchos empezaban a bostezar, poquito a poquito.
El Caníbal comenzaba a saborearse los niños que habían tocado con sus labios la bebida y cual series navideñas empezaban a abrir y cerrar los ojos.
- Ese estomago me lo comeré en un taco, la lengua estará bien en un pastel de cráneo… ¡Eso, sigan bebiendo!
Estaba listo para dar la palmada final, la palmada letal.
¡Plas!... retumbo por todo el lugar y uno a uno se fueron desplomando. ¡Saboreaba su victoria!
Pero un niño, menudito, como un palo de paleta y con unos ojos grandes como de foco no había caído. El caníbal dio otra palmada… ¡plas!... el niño no caía… ¡Plas!, ¡Plas!, ¡Plas!... aplauso tras aplauso y el niño ni siquiera bostezaba.
El niño ojos de foco no corrió, le pareció gracioso que un pingüino –adorable y apapachable- se acercara a él aplaudiendo como en algún baile, de un país, que había visto en la televisión. No le pareció raro que su madre se quedara dormida, ¡pues si se queda dormida cuando le estoy hablando, que le impediría quedarse dormida cuando estoy bebiendo! eso pensó.
El Sr. Caníbal llego a donde estaba el niño, que no se movía para nada, al contrario lo veía con unos ojos de asombro y ternura. Haber si cuando me quite este traje ridículo me miraras igual –pensó. Se quito la cabeza de su botarga. Ni la nariz de tejocote ni el aliento a Cacahuates apestosos, hizo que el niño se moviera. El Caníbal quería que mostrara miedo, que corriera despavorido por todo el centro comercial mientras gritaba ¡auxilio! Estaba decidido a conseguirlo. Así que aflojo los músculos de su cara, para preparar la más fea pose que nunca antes se hubiera visto y grito:
- ¡Soy el caníbal de niños y ahora mismo te voy a comer!
El niño no se movió. El caníbal volvió a repetir la frase con toda su maldad. Pero el niño sólo parpadeo y con una vocecita de violín contesto:
- Yo me llamo Josejose, junto y sin acento.
¡El colmo! El caníbal se enfureció hasta el dedo gordo. Choco sus dientes uno contra otro, doblo las rodillas y como un tigre hambriento se aventó sobre su presa. Cuando estaba en el aire -mas bien a 20 centímetros del suelo, por una grande razón. Recordó el nombre del niño:
- Josejose –junto y sin acento-
Sintió algo que nunca había sentido, algo en el pecho, que latía más o menos de una forma agradable. Sin embargo era demasiado tarde, no podía detener su grandioso vuelo estaba seguro que una vez que cayera encima del niño nada, absolutamente nada, lo detendría.
Cayó encima de Josejose. El salvaje no podía parar. Abrió su boca lo más grande que pudo, su aliento apestoso anunciaba el primer mordisco, cuando el niño rodeo con sus diminutos brazos el cuerpo de aquel caníbal y le dijo con su voz de violín:
- Feliz navidad.
El caníbal, sintió como si una manada de elefantes vibrara y en cualquier momento pudieran salirse de esa parte donde dicen está el corazón. Le gusto tanto la sensación que se puso a platicar con su tocayo. Cuando el niño le pregunto como se llamaba, se sintió sorprendido que se llamaran igual. Después le pregunto que por que se había lanzado así sobre él. El caníbal por supuesto que no le dijo la verdad, le respondió que en su país felicitaban de esa forma cuando era navidad.
- ¿Y donde vives señor Josejose?
El caníbal no sabía que contestar… hasta que, en el suelo, vio la cabeza de la botarga de pingüino y sin más respondió.
- En el polo sur, en un lugar que se llama Pingüinolandia.
Y así fue como los dos Josejose esperaron a que los demás despertaran para desearles feliz navidad y darles un abrazo generoso al estilo Pingüinolandia.
23 / Noviembre/ 10
5º
NAVIDAD
SIN LIMITE DE TIEMPO
Para Dani, por qué el Cajón siga creando:
Todo empezó el lunes a las 9 de la noche. ¡Lucharan a 2 de 3 caídas sin límite de tiempo!... lo escucho y tiro el refresco que estaba a punto de tomarse, mojando a la señora que parece ser amiga de las mamás de los luchadores ya que siempre les hace el favor de recordárselas. Al siguiente día se lo conto a Dumas, su mejor amigo.
Les pareció la idea más sensacional de su vida y es que tenían una bomba de tiempo que no sabían como explotar.
El papá de Chito, científico loco de profesión, había inventado la “Maquindad”. Una maquina del tiempo que servía para alargar la navidad. Y es que el papá de Chito estaba haciendo un estudio acerca de la tristeza, descubriendo que en navidad las personas se ponían mucho más tristes que en cualquier otra época del año, por lo cual la… ¡Bueno, eso no importa!
Había descubierto la maquina de su padre en el sótano de la casa. Las intenciones de los dos eran claras:
- ¡Tener el juguete de navidad deseado!
Por qué como ustedes sabrán en navidad, por extrañas razones, qué hasta los ovnis desconocen, nunca recibimos el regalo que en verdad queremos. No querían repetir esos dolorosos episodios. Programarían la Maquindad para que todos los días, sin limite de tiempo, se repitiera la navidad, todos los días, hasta recibir el juguete anhelado.
Todo estaba calculado. Le propusieron al primo de Dumas, un cuenta cuentos sin trabajo, que se vistiera de Santa Clos, pusiera su trineo afuera de la casa de Chito y que cobrara las fotos que los otros niños quisieran tomarse con él. Cincuenta cincuenta el trato.
El cuenta cuentos, ahora Santa Closs, se acaricio la barba y con su dedo pulgar hizo la señal de que se encontraba listo. Dumas y Chito respiraron profundamente, chocaron sus manos, como símbolo de suerte, pucharon el botón rojo que hacia funcionar la Maquindad. Botones de colores que se encendían y apagaban como estrellas y villancicos navideños eran el síntoma de que la Maquindad empezaba a funcionar. Los dos amigos escucharon los pasos apresurados que indicaban que el papá de Chito venia en camino. Cruzaron los dedos, si el papá de Chito llegaba antes de que la maquina funcionara seguramente ni la caña masticada del ponche les iban a regalar. La puerta del sótano se azoto. Se vieron cara a cara: Chito y su padre, Dumas y Chito, el Santa Clos y el científico… cuando el papá exhalaba palabras de regaño un jojojojojo del pecho del falso Santa Clos salió seguido del tilín, tilín de las campanas. Los ojos del padre de Chito, que parecían un incendio, se apagaron como si les hubieran echado un balde de agua fría, transformándose en la mirada que un papá pone cuando su hijo saca 10 en alguna materia. En un suspiro Chito tenía su regalo de navidad en las manos. Apenas lo vio, sonó el timbre de la casa. Eran los papás de Dumas que traían en sus manos el regalo de navidad de su hijo. ¡Increíble!, pensaron los dos niños. Hambrientos de juguetes desgarraron la envoltura, no importándoles las tarjetas de felicitaciones que sus papás les habían puesto.
¡Oh no!, ¡Decepción! no era ni el carro volador convertible que quería Dumas ni mucho menos el Caliban superhéroe de lo héroes que había pedido Chito. No importaba, mañana volvería a ser navidad.
Se tomaron la foto con el “Santa Clos” al cual ya le esperaba una inmensa fila de niños, entusiasmados, por retratarse con él.
Segunda navidad y… ¡Oh, decepción! pero que más da, mañana otra vez será navidad, volvieron a pensar. Pasaron 3 navidades, 4, 5, 6, 7, 8, 9… ¡estaban enloqueciendo!, el regalo no llegaba. Parecía que no lograrían su objetivo. Por sus mentes paso el comprarlo ellos mismos y cambiarlo por los que les darían sus padres. ¿Pero a quien le gusta saber que es lo que le regalaran en Navidad?, querían devorarlo con los ojos y escuchar como se rasgaba la envoltura por la emoción de descifrar el misterio. Amarlo o ponerlo en el rincón de los juguetes no deseados.
La navidad 10 llegó. El diez soñado en matemáticas, el 10 de la camisa del jugador de futbol favorito, el 10 de los dedos de las manos, el diez de la perfección, el diez, el diez, el diez. Decidieron rendirse si es que no tenían hoy, en el decimo intento, el juguete perfecto.
Y ahí estaban, una vez más, con el regalo en las manos, ya no querían destrozarlo hasta que el papel se volviera un simple recuerdo, no. Olieron el papel de envoltura, quitaron con cuidado el moño… y… allí… sí…¡el Carro convertible volador que siempre había querido Dumas! Turno de Chito, mismo procedimiento y… ¡Caliban superhéroe de los héroes!.... saltaron de felicidad, aullaron, chocaron las palmas. ¡Tenían sus juguetes deseados!
Los dos amigos estaban vueltos locos por que la navidad sin límite de tiempo había sido la mejor idea que pudieron haber tenido. Aunque ya tenían sus juguetes preferidos, decidieron dejar unos, pocos, días más la navidad porque ¿a qué niño no le gusta recibir regalos todos lo días?
Esos pocos días se convirtieron en 49. Parecían realmente muy contentos pues tenían el regalo que querían y seguían recibiendo muchos más y lo mejor la escuela era una palabra que no existía. Era un sueño en vida.
Hasta que por allí de la navidad 70, la risa del Santa Clos y las fotos empezaron a caerles gordas, estaban hartos de recibir tantos juguetes y regalos. Las muelas se les habían picado y sufrían de unos dolores de panza terribles por tantos dulces y comida. Querían regresar a la escuela, anhelaban las tareas y la clase de matemáticas.
Decidieron apagar la Maquindad. Fueron hacia el sótano, vieron aquel botón rojo que en algún momento creyeron era la más brillante idea.
Cuando estaban a punto de apachurrarlo, un campanazo hincho la mano de Chito impidiéndoselos. Se apareció un Santa Clos furioso. Era el primo de Dumas, el cuenta cuentos disfrazado. El Santa como reno descarriado empujo a los niños, los aparto de la Maquindad advirtiéndoles que ni siquiera se atrevieran a mirarla, que podían pagarlo muy caro. Los niños le dijeron que estaban cansados de la navidad, que no querían más regalos, que querían volver a la escuela…
- ¡Nunca! La navidad es el mejor negocio que me pudo pasar. Todos se toman fotos conmigo, quieren abrazarme y hasta me piden que les cuente un cuento. No lo permitiré.
Armado de valor Dumas le dijo
-¡Tú y quien más!
El Santa clos toco 10 veces su campana y un ejercito de 10 duendes con esferas y arboles de navidad -como armas- se apareció ante ellos. Yo y mis amigos sindicalizados, ¿otra pregunta? dijo el falso Santa Clos.
¡Pesadilla! Los duendes se abalanzaron contra ellos, querían hacerlos esclavos por siempre, obligarlos a maquillarlos, ponerle las botas, limpiar el falso trineo. Los niños se resistían, eran muchos duendes, no podían contra ellos, quisieron no haber cometido ese error. ..
- No más navidad, no más navidad… ¡No más navidad!
A Chito lo despertó su papá que le dijo que no iba a pagar un boleto de primera fila para que se quedara dormido sin ver las luchas. Chito vio su reloj, eran las 9 de la noche del 23 de diciembre. Suspiro, feliz de que la navidad fuera con límite de tiempo.
3ª
20 de Noviembre 2010
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