El creacionista del día. Agatha Cervantes.
La alarma de mi reloj suena. Otra vez con el presagio del miedo; otro día de celo por la competencia, en ojos vacíos. Salgo a la calle con media taza de café, retenida a gritos en la garganta. El tequila de anoche ayudo a mi alma, a mi estomago lo noqueo con fuerza; son unas cosas por otras.
Llevo en mi espalda la incomprensión del mi universo, reflejando en el mirar la incomprensión de otros tantos individuos, extranjeros, todos los son. Extranjeros de sentimientos, de agonías dormidas, de sueños en espera, de pasados que todavía tienen ese sabor a presente; prisioneros angulosos de la calamidad pintada sobre la pared de la conciencia.
Al final de la semana, solo queda esperar el llanto. No entiendo a quienes me rodean, sus sonrisas, su lamento, la queja fría en el pavimento, la esperanza gasificada, repetida en un intento de mala digestión ideológica.
Mañana, mañana, mañana gafas oscuras y el aullido silencioso en alguna estepa lejana de mis contradicciones. Hoy sonrío, mis ojos no son los mismos; hoy vuelvo con el pesar de los otros, mudo haciéndolo hablar de alguna manera, tras esta cortina de palabras.
Manifiesto o no manifiesto, los valientes, los cobardes, todos padecemos incomprensión. ¿Y la cura? Al alcance, sin embargo, se prefiere dejarla ahí como recordatorio de que la humanidad necesita una historia que contar. Sin complicidad en la complicación, ¿Acaso podría crearse una buena historia?