Miguel Ángel Crespo Jiménez
La anciana Selit vivía a las
afueras de la Villa recibiendo a hombres y mujeres que requerían sus servicios.
Había muchos rumores sobre ella; Bruja para unos, maga, hechicera o curandera
para otros, pero para la mayoría de sus vecinos era únicamente la solución a
sus problemas. Entre sus clientes se encontraban los aquejados del mal de
amores, los que buscaban un remedio para su fatiga, los que deseaban conocer su
suerte, mujeres jóvenes embarazadas que deseaban abortar, madres solteras que
buscaban ayuda para sus hijos… y en general, los más pobres del lugar, que
buscaban una solución a sus problemas o enfermedades. Todos salían contentos
tras ser atendidos por la anciana, ya que procuraba remedio real y consuelo
para todos.
Un día aciago de Octubre, se
denunciaría injustamente a Selit bajo el delito de brujería. El Tribunal de la
Santa Inquisición sería el organismo que ejecutaría la pena. El fallo: Culpable
de brujería. Todos los aldeanos se opusieron a la pena, pero no podían hacer
nada frente al poder de la Iglesia. La Villa estaba triste. Selit fue apresada
y llevada al calabozo del puesto de guardia para ser interrogada, aunque su
destino ya estaba fijado. Al amanecer sería condenada a arder en la hoguera.
Esa misma noche, su casa y todos sus recuerdos fueron consumidos por las
llamas. De madrugada, una melodía resonó por toda la Villa: era la voz de
Selit, que pese a los golpes del interrogador de la Inquisición, sonaba dulce y
serena. Era la misma canción que cantaba a sus clientes mientras atendía sus
males. De esa forma quería hacerles llegar que no se preocuparan.
El amanecer llegó, y en la
plaza de la Villa ya estaba preparada la pira donde sería quemada la anciana.
Algunos gritaban:” ¡Bruja! ¡Bruja! ¡Arderás en el infierno!”, otros pedían
clemencia, y la mayoría simplemente callaban y rezaban en silencio por la
suerte de su vecina y amiga. El Inquisidor emitió la sentencia en voz alta e
hizo la señal a un guardia para que prendiera fuego a la hoguera. Algunos
aldeanos lloraban, ella reía. Selit, atada al poste central comenzó a cantar.
En unos segundos el fuego había envuelto el cuerpo de la condenada, y las
llamas más altas parecían llegar al cielo. Selit no mostró ningún síntoma de
dolor ni quejido alguno. Antes de ser consumida por las llamas su rostro era
sereno y sonriente.
Muchos dicen que mientras la
pira se convertía en una gran bola de fuego, un rayo de luz se proyectó en el
cielo; otros que han visto a la anciana rondar por el bosque tiempo después.
Pero la gran mayoría afirma que las noches de luna llena, una figura luminosa
canta la canción de Selit, inundando la Villa de los dulces recuerdos que dejó
en vida esta “Bruja blanca”.
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