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viernes, 24 de agosto de 2012

PROSOFOBIA

El creacionista del día. La mal llamada "Musa Negra" Laura Leyva







En honor a un sueño perdido
                                                                                                                  2:23 AM


Se le erizó la piel cuando escuchó en las noticias:

Se aprueba la ley en pro de la tecnología y la modernización. No se fabricarán más libros ni cuadernos.

Una gota de sudor frío se escurrió lentamente  por su marchita frente. ¿Cómo? –pensó-  y salió de su casa con la fe y disposición para protestar contra dicha ley, mas se encontró sólo caras de alegría. Personas en todas partes ancladas a un teclado, atrapadas, felizmente en el monitor.

Estudiantes, amas de casa, policías, doctores e incluso escritores se habían limitado a que sus letras y pensamientos no fueran más que datos vagando errantes por una red invisible. El escenario era aterrador.

Sin querer rendirse se dedicó a organizar a los círculos intelectuales  del lugar; quienes en un inicio le apoyaron firmemente, pero desistieron luego de sr amenazados con la confiscación de sus respectivas bibliotecas.

La noticia, como todo hecho significativo causó revuelo un par de días, mas la costumbre de lo cotidiano la absolvió bruscamente. Quedaba él, en completa soledad. Sus amigos le abandonaron, su familia jamás le hizo falta, las personas lo miraban con extrañeza y discriminación; como si mirarán al chimpancé que rehúsa a evolucionar por amor a lo sencillo.

Jefes de la policía lo buscaban. Así que, ensimismado, asustado y enojado con el mundo que parecía jugarle una broma, no encontró otra opción mejor que encerrarse en su biblioteca, único lugar  cálido y seguro. Olía las páginas amarillas de aquellos volúmenes, los leía y otra vez. Llegó a saborear tanto el sabor de la buena literatura, la que conserva esos tintes de arcaísmo romántico en cada palabra, en cada renglón de cada página. Su tacto aprendió a valorar las diferentes texturas de aquellos pequeños tesoros impresos y su corazón se llenaba de dicha cada minuto que permanecía allí.

Todo parecía seguir un rumbo tranquilo y fijo hasta que, una a una, las personas notaron que su vista disminuía a medida del incremento en el uso del ordenador; además de lo que estos comenzaron a fallar y los archivos ahí guardados se borraron.
La organización se reflejó claramente en el inicio de las manifestaciones públicas.
                                                                                                     
La policía le acusó de atentar contra el orden público agregándole un cargo más: subversividad, y en alianza  el gobierno confiscó su biblioteca. Todos esos volúmenes que él amaba tanto, todos esos grandes mudos maestros  fueron agredidos, rotos y finalmente ante sus ojos; tan amarrados como sus propias manos.

Ya no quedaba nada. Ni libros llenos de enseñanzas, ni páginas, ni olores, ni texturas, ni recuerdos.

Al borde de la locura escribió en todas las superficies que tenía a su alcance; las paredes inundadas de palabras complejas, de ideas, suyas y de otros, que hubieran hecho lo mismo que él. Sus sabanas se convirtieron en lienzos, en enormes hojas que pronto fueron llenadas, su ropa, sus mesas, sus platos, su techo. Todo, absolutamente fue escrito, hasta el último rincón donde su cansada vista le permitió llegar. Ya no había más espacio.

Así que una noche lluviosa y de persianas caídas, cuando la desesperación  ocupó el lugar primero en el fondo de su alma, supo que no había más y comenzó a escribir letras con un afilado cuchillo que manaba tinta roja en las páginas de su piel. Versos de un grito desgarrador. Lleno de dolor y de la más turbia  nostalgia terminó atestando el último hueco que sus manos encontraron, colocando un tajante punto final que le cercenó el corazón.



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