C

C

jueves, 23 de agosto de 2018

SIN DEJAR EXPLICACIÓN

El creacionista del día. Addy Castillo













La cara amoratada e hinchada pendía en un ángulo inverosímil e incompatible con la vida; desde abajo, se veían los parpados edematizados y entreabiertos, la lengua negra a través de la comisura de la boca, las mejillas sin color y el cuello hendido por la cuerda que lo sostenía de la trabe del techo.



Lo miraba y trataba de imaginarme sus últimos momentos; el preciso instante en que dejó la silla donde se encontraba sentado, asentó el vaso de whisky en las rocas que tomaba, se alejó de la mesa, abandonando el resto de la botella de esa deliciosa cosecha. Traté de visualizar el movimiento pausado, pero determinante, con el cual movió la silla hasta el lugar donde la encontramos tirada; justo debajo de sus pies, que aún oscilaban levemente, a la altura de nuestros ojos. Un hilillo de orina seca se marcaba desde el pubis, hasta el borde de los zapatos, dejando su huella sobre el piso y el olor en mis fosas nasales.


Casi podía verlo estirando los brazos regordetes, con la cuerda entre ellos, para colocarla por encima de la trabe, parado sobre la silla, quizás de puntillas, cuidando de no caer. Es ilógico pensar que quien está haciendo estos preparativos, se cuide de una caída. Quiere morir, pero no quiere lastimarse. No sé, quizás sea un primitivo instinto de sobrevivencia.



Imaginé sus manos temblorosas sosteniendo el vaso para un último trago, quizás lo elevó hacia un desconocido imaginario, o un conocido ausente; y mientras su boca esbozaba una sonrisa sarcástica, con una leve desviación hacia la izquierda, mientras los ojos miraban desde abajo, y hacia el frente, y torcía el cuello a la derecha.


Quise recordarlo sonriendo o feliz, pero solo obtuve la luz opaca de sus ojos fijos, sin vida, que miraban entre la apertura palpebral. Las moscas se paraban descorteses sobre él. Hice un ademán para espantarlas que de poco sirvió. Las que rondan los cadáveres no les temen a los vivos.



Hice el intento de sonreír, y devolverle el gesto con un vaso imaginario de whisky en la mano. Me detuve a medio gesto, con el miedo ancestral de que me contestara la cortesía. No soy bueno para lidiar con el terror. Casi al mismo tiempo, mi boca trató de imitar la mueca suya, mientras incrédulo veía como sus ojos se evertían, y sin luz se dirigían hacia mí. Su lengua negra, empezó a relamerse los labios, secos y descamados y su mueca harto conocida por mí, se hacía más amplia, Una voz gutural que parecía provenir de él, se dejó escuchar:



–Aquí estamos los dos, frente a frente, al fin.



La voz me heló la sangre en las venas y sentí cómo mi columna se congelaba en la postura de sorpresa y terror total, de ése que te incapacita para huir. Traté de pensar, de razonar que era imposible, que era producto de mi imaginación, una broma de alguno de los tramoyistas, un trabajo excelente de los ingenieros de efectos especiales, una jugarreta de muy mal gusto, pero la voz siguió:




–Alcánzame el ultimo sorbo de mi whisky, ¡cabrón! ¿O ya te lo tomaste?




Mi orina se mezcló con el charco de orina que él había dejado. El intenso olor a amoniaco me inundó las fosas nasales, y sentí cómo algunas neuronas aturdidas se medio despertaban. Tragué saliva, y un hilillo de voz apagada salió de mi garganta y se dirigió a aquel esperpento que colgaba de la viga:



–¡Aquí está! ¿Bajas por él o te lo subo?




–¡Por eso me caes bien! Tienes huevos, y un sentido del humor retorcido- continuó mientras extendía la mano yerta hacia mí, y sujetaba el vaso que todo tembloroso le ofrecía.




–¿Sabes por que estoy aquí? –continuó– No me dio la gana de escribir nada, me dije que después de todo, yo ya no estaría para darles explicaciones, ¡culeros! Pero te lo diré, solo porque aquí sigues, y por que me gusta que aunque te has meado del susto, no has salido corriendo.



No supe si su discurso ameritaba respuesta o no; así que solo asentí lento, y puse cara de estar atento; aunque definitivamente no dejaría de mearme mientras estuviera frente a él.



–La primera vez que te encontré con esa puta, quise colgarte de esta misma viga; en vez de ello, ¿recuerdas?, me di la vuelta y salí del cuarto mientras terminabas dentro de ella. Esperé con un vaso de whisky en la mano, en la sala de estar, cerca de una mesita como ésta, a que derramaras todo tu semen dentro de ella y te relajarás. Así me encontraste y casi te cagas en ese momento. ¿Te acuerdas?



–Quise golpearte, quise matarlos, despedazarlos; pero el whisky y la no sorpresa de descubrir que la palabra puta, para ella no era insulto sino su mejor definición, me hicieron sonreír, y te vi cruzar la estancia, saboreando mi bebida con tu cara de culpa y extrañeza por mi falta de acción.



–Esperé que desaparecieras y entre a la habitación. Ella aún se encontraba semi desmayada en la cama, las piernas abiertas, y sobre su pubis, gotas de tu leche todavía brillaban y se deslizaban por sus muslos y sus labios. Me empalmé, como hacia muchos años no lo hacía, y me dirigí hacia ella con mi erección firme. La penetré antes de que pudiera abrir los ojos, la monté sin ira, pero con firmeza, vi la sorpresa reflejada en sus ojos, seguida del placer orgásmico con el que me regaló su último suspiro. Me vine dentro de ella (igual que tú), mientras le degollaba, y la sangre nos bañaba a ambos sobre la cama.



–Cuando mi cuerpo se relajó, la dejé enfriándose en el maravilloso contraste que hacía su sangre sobre las sábanas blancas, y preparé la botella de whisky que me traje de la última excursión. Ya estás sintiendo el efecto, ¿verdad cabrón? Ahora sabes que no es el miedo; es el efecto del veneno entrando a tu sistema, paralizando lentamente cada uno de tus músculos, ya no puedes respirar, ¿verdad? Ni te molestes en intentar gritar. No hay forma de que alguien te escuche y llegue a tiempo para ayudarte. Después de todo, el crimen perfecto sí existe, ¿verdad?



Su ojos volvieron a cerrarse, y su boca calló de nuevo; esta vez para siempre. Yo dejé de pensar mientras mi respiración se detenía, y mi vida se iba igual que el hilillo de orina que corría entre mis piernas.














viernes, 17 de agosto de 2018

LA BAILARINA DEL RELOJ

El creacionista del día. Alma Preciado








Anita, una pequeña y solitaria niña, vivía en casa de su abuelita, ubicada en Avenida Obregón, cerca del Parque Revolución, en uno de los más antiguos barrios de Ensenada, era el año 1961. Las largas ausencias por trabajo de sus padres, la obligaban a permanecer ahí durante el periodo escolar.



La abuela de Anita era una maestra de piano entrada en años. Chicos y chicas de edades diferentes entraban y salían de la casa a diferentes horas del día, llenando el ambiente con notas musicales. Cuando la música le resultaba agradable, Anita se detenía en la puerta de la sala de piano para escuchar; cuando los acordes eran altisonantes se iba a recorrer la vieja casona llena de ornamentos. Cuadros, con jinetes y bellas y elegantes damas, colgaban en la mayoría de las paredes. Había figuritas de porcelana en casi todos los muebles de la casa: pastorcitas, caballitos, unicornios, más jinetes, y otras bellas damas, así como caballeros vestidos a la usanza de Luis XV, que maravillaban la imaginación de Anita al recorrer la casa para observarlas.



Le encantaban todas las figuritas de la casa, pero admiraba una en especial: la bailarina de ballet encerrada dentro de una esfera de cristal de un de un antiguo reloj de mesa, colocado encima de una gran cómoda de madera de nogal café obscuro, en la sala de estar. Al dar cuerda al reloj, la bailarina, con tutu rosa y delicadas zapatillas de satén rosado, giraba en un eterno baile con una música sin fin.


Una de esas raras y calurosas tardes de verano de Ensenad, Anita más triste y solitaria que nunca, sumida en un calor agobiante, hizo su habitual recorrido por la casa para mirar las figuritas de porcelana. Platicaba con ellas conforme las iba encontrando e imaginaba como sería su mundo. En su recorrido llegó hasta su figura favorita, la bailarina; para su sorpresa ésta no estaba en su lugar. La esfera estaba vacía, el reloj detenido no daba la hora de aquel momento.


─ ¡Oh no!─ grito, y corrió a buscarla a toda prisa por toda la casa. Fue inútil. La bailarina no apareció por ningún lado. Se había ido. Anita desconsolada, deseó ser pequeñita para ir a buscarla en aquellos sitios en que su altura no le permitía entrar a mirar.



Más tardó en darse cuenta de aquel deseo, cuando un ruido extraño la hizo darse cuenta que no estaba en casa de su abuelita. Se hallaba en un lugar diferente a todos los que había conocido. Caminó sigilosamente para averiguar donde se encontraba. El sitio semejaba una casita con mesas y sillas de madera rústica, y una gran chimenea encendida en la que colgaba una gran olla que despedía un olor muy agradable a comida. Se percató que se encontraba en el mundo de las de las figuras de cerámica.


─Es la casa de uno de los pastores. ─dijo sorprendida─ Podré buscar a la bailarina del reloj.



Y recorrió la casa de arriba a abajo para ver si la encontraba, pero no había nadie, ni siquiera los dueños, para poder preguntarles. Salió muy triste de la casa y tomó un sendero que la llevó a un hermoso bosque de cedros y pinos. Se internó en él y caminó hasta llegar a un riachuelo de agua cristalina.


─ Y yo con tanta sed.


Se agachó a beber agua y refrescarse después de la caminata. Un ruido le hizo mirar de reojo y ver cerca de ella a un pequeño unicornio blanco con una hermosa y larga crin rizada, que bebía agua del arroyo. Anita quedó asombrada por la presencia de aquel ser y su tanta belleza. No pudo vencer la tentación de tocarlo y el animalito no se asustó.


─Que bello eres, como me gustaría que me llevaras en tu lomo a buscar a mi amiga la bailarina del reloj que se ha perdido.


──Claro que te puedo llevar, súbete a mi lomo y andando.


── ¡Hablas!─ exclamo Anita atónita y rápida, subió al lomo del unicornio y juntos emprendieron el viaje.


Recorrieron la campiña a paso lento, preguntando a todos los que encontraban a su paso si habían visto a una bailarina con un tutú rosa y zapatillas del mismo color. Pero todos contestaban, no.


Siguieron su camino hasta llegar a un pequeño pueblo en donde había niños jugando en las calles y gente caminando de aquí para allá y de allá para acá. Les preguntaron y nada. Nadie había visto a la bailarina. Cuando ya casi habían perdido la esperanza, se escuchó una melodía muy conocida para Anita. Era la música del reloj que venía de una casa al cruzar la calle.


Bajó del unicornio y silenciosamente se asomó por la ventana. La bailarina del reloj con los ojos llenos de lágrimas bailaba y bailaba a las órdenes de un feo ogro.



──Tengo que rescatarla. Debo pedir ayuda── pensó. Y salió galopando en el unicornio blanco, de regreso a las calles del pueblo. Pero nadie les prestó atención pues le temían al ogro.


Cansada de pedir ayuda decidió ir a rescatarla ella misma, no importaba el peligro que corriera. Iba decidida, cuando escuchó la voz de un pequeño niño que decía que él la podría ayudar a rescatar a su amiga. Anita le pidió que montara al unicornio y regresaron a casa del feo ogro.


── ¿Cómo vamos hacer para rescatar a mi amiguita?


──Mientras yo le hago cosquillas al ogro con esta pluma de pavorreal, tú te llevas a tu amiga, ¿sale?


──Sale,- contestó Anita.



Entraron a la casa de puntillas para no hacer ningún ruido. El ogro dormitaba en un enorme y cómodo sillón, harto de ver a la bailarina bailar. El pequeño se acercó al ogro y cuando iba a hacerle cosquillas, el ogro se movió y lanzó un ronquido. El niño retrocedió del susto, pero el ogro tan solo estaba poniéndose cómodo en su suave sillón. El niño continuó con su tarea, hacerle cosquillas en la nariz al ogro. Éste, al sentir las cosquillas en su nariz empezó a retorcerse y a reírse a carcajadas.


Anita sintiendo los pequeño piquetitos en la nariz, despertó. Era su pequeño hermanito que le hacía cosquillas con la pluma de un plumero. Habían regresado de su viaje y todos estaban a su alrededor mirando como dormía. Anita se puso muy contenta al verlos, y los abrazó feliz. Le habían traído regalos de los lugares donde habían estado, muy hermosos, pero el mejor regalo era su hermanito que había crecido bastante ya.



Después de haberse repuesto de la sorpresa, corrió al lugar donde se encontraba aquel reloj. Y ahí estaba, quieta, silenciosa y sin bailar, como si estuviera descansando. Anita se puso feliz. Contenta regresó a divertirse con su familia sin darle cuerda al reloj por mucho tiempo. No quería que la bailarina se escapara de nuevo.






lunes, 13 de agosto de 2018

LA PISTOLA DE MATÍAS

El creacionista del día.  Marta Aragón R











A Matías Jenssen le gustaban mucho las armas. Entre sus posesiones más preciadas estaba un viejo revolver Smith & Wesson, modelo 1899, con cañón de cinco pulgadas y cacha de madera, que conservaba desde su juventud, y que siempre mantenía guardado en un cajón del tocador de luna redonda, en donde Clara, su mujer, guardaba la ropa interior. 




Matías tenía un carácter díscolo; era impredecible y con más vueltas que la cola de un alacrán, pero para su fortuna se había casado con una mujer paciente, que hacía de la tolerancia su mejor gala. Nadie extrañaba que él encabezara los pleitos que mantenían con la Ramirada, quienes eran mayoría en el Ejido Simón Berthold, del que Matías también era ejidatario. 




Los problemas surgieron por la posesión de Rancho Escondido, terreno propicio para la cría de ganado, que los Jenssen habían usado desde muchísimos años atrás. Primero fue Henry Jolliff, tío de Felipe Jenssen por su lado materno. Joliff se lo cedió a su sobrino para que criara ganado, pero vino el tiempo en que las tierras, antes federales, se volvieron ejidos. Oso Viejo pasó a formar parte del Ejido José María Leyva, y ante la imposibilidad de tener tierras ejidales en ejidos distintos, Felipe convenció a su hijo Matías de que fuera posesionario de tierras en el Ejido Simón Berthold. Y al paso del tiempo recibió dictamen presidencial firmado por el Presidente de la República en turno que lo nombraba como legítimo posesionario. 




Rancho Escondido era un sitio agreste, con valles en donde podría medrar el ganado sin desbalagarse por la región circundante. Un lugar protegido entre las montañas, tenía agua suficiente, aunque ferrosa, y pastos abundantes; ideal para la cría de ganado, de acceso difícil y no había otro asentamiento humano en muchos kilómetros a la redonda. Podría decirse, que aquella hoya entre las montañas de San Pedro Mártir formaba un potrero cercado de forma natural. 


Por años los Jenssen mantuvieron sus hatos de ganado en Rancho Escondido. Alberto García Grijalva, viejo sonorense, era el encargado de cuidar el lugar. Vivía en una cabaña hecha de piedras y allí, más solo que el número uno, pasaba la mayor parte del año. Durante las primaveras, García elaboraba sus famosos quesos azules que nadie comía porque adquirían ese color gracias a que colaba la cuajada en lienzos de mezclilla. El viejo recibía visitas en las temporadas de la corrida del ganado, o en esporádicas ocasiones si llegaba algún vaquero que anduviera buscando sus reses en aquel sitio. 



Los Ramírez, por otro lado, eran una familia completa que acapararon los derechos del Ejido Simón Berthold. Originarios de Sonora. El primero en adquirir un derecho fue el padre, y de allí siguieron los hijos varones y las hijas; los nietos mayores, hasta que el ejido era prácticamente de los Ramírez. Ya que todos los integrantes del Comisariado Ejidal se apellidaban así. Matías Jenssen, y unos cuantos ejidatarios, eran minoría. No tradaron mucho las dificultades: los Ramírez empezaron a pelear la posesión de Rancho Escondido, al mismo tiempo que luchaban por desposeer de grandes extensiones de terreno a los kiliwa. Los Ramírez eran gente conflictiva y de armas tomar. 




Sucedió que Matías, Enrique y Armando Jenssen, andaban campeando sus animales en Rancho Escondido. Montaban mulas alazanas. Matías iba armado con su viejo revólver calibre .38, por si salía una víbora y espantara a las bestias; pero en lugar de aquella sabandija, a quienes encontraron fue a los Ramírez; iban liderados por Melchor, el mayor de los hermanos. Llevaban amarrados en los tientos de las monturas un par de Winchester 30-30. Melchor increpó a los Jenssen con arrogancia y despotismo. Exigiéndole el permiso del comisariado ejidal para campear en sus tierras, a sabiendas de que Matías no contaba con uno, pues si los Ramírez conformaban el comisariado ejidal, sabían que no habían emitido ningún permiso. 





Se hicieron de palabras y entrados en calor, Melchor lanzó un puñetazo en la cara a Matías; éste detuvo el golpe metiendo el brazo derecho, pero la yompa de mezclilla se desgarró. La sangre se le subió a la cabeza y rápido sacó el viejo revólver Smith & Wesson y le apuntó al pecho al mayor de los Ramírez. El ambiente se puso tenso y todos se pusieron en alerta. Enrique y Armando quisieron remediar aquella situación. Matías continuaba con actitud amenazadora con el revolver sobre al pecho del contrario. Las palabras de Armando ablandaron a Matías. 




—No dispares. Vas a causarle un disgusto a padre. Sabes que está muy enfermo; un disgusto de estos lo va a empeorar. 



—¡Vámonos para Oso Viejo! 


Matías bajó el arma y la regresó al bolsillo de la chaparrera. El problema se diluyó en el acto, todos regresaron a sus lugares de origen. 



En Oso Viejo, Felipe Jenssen los recibió sorprendido; no esperaba que regresaran tan pronto. 



—Tuvimos problemas con los Ramírez. Matías y Melchor se pelearon porque no querían dejarnos campear en Rancho Escondido. Melchor intentó golpear a Matías, que sacó la pistola y lo amenazó; nosotros calmamos la cosa y mejor nos regresamos. 




Un denso y pesado silencio se instaló entre los cuatro hombres. Los azules ojos de Felipe Jenssen, entristecidos por la enfermedad terminal, recobraron fuerza y un brillo inusitados. Miró por largo tiempo a su hijo mayor, para soltarle en la cara un chorro de palabras airadas. 



—¡Eres un tonto, un idiota, imbécil! ¡Un burro piensa mejor que tú! ¡¿Cómo se te ocurre amenazar de muerte con una pistola a un hombre?! ¡¿Es que no piensas con la cabeza, tonto de remate?! ¡Eres mi hijo mayor, pero eres el más estúpido de todos! ¡Bien dicen que para tonto no se estudia y para ti de nada te sirvió la escuela! 




Matías, de ordinario rezongón y altanero, ante la ira de su padre guardó un silencio hermético, agachó la cabeza con la esperanza de que su padre se calmara; pero Felipe Jenssen se aplacó a medias, aunque su sentencia final se había despojado de ira, era tan contundente que hizo a Matías estremecerse de pies a cabeza. 





—¿No sabes que las pistolas no son para amenazar? ¡Las pistolas son para usarse, soberano idiota! 




El padre regresó a su habitación y Matías Jenssen salió de la casa hecho una furia. Armando fue detrás de él, temeroso de que Matías terminara lo que dejó inconcluso, y regresara a Rancho Escondido a matar a Melchor Ramírez. Con palabras suaves, lo convenció para que le prestara la pistola, porque saldría al amanecer rumbo al desierto a buscar unas reses. No fuera a salirle una víbora de cascabel. 






Al otro día, Armando hizo rumbo para el desierto que se extendía por la vertiente oriental de la sierra. Lo acompañó Melquiades Arce. Mientras Matías y Enrique se fueron a Buenavista por unas reses. 




Ya en el desierto, una tarde en la que sesteaban al amparo de la sombra de una roca enorme, Armando sacó el revolver para tirarle a unas latas oxidadas que había encontrado junto al aguaje. Acomodó los blancos y la distancia, le apuntó a las latas y tiró del gatillo: la pistola no tronó. Volvió a apuntar al blanco y tirar del detonador y de nuevo no salió el tiro; hasta que al quinto intento el disparo del viejo revólver Smith & Wesson calibre 38, modelo de 1899 con cañón de cinco pulgadas, disparó y el estampido resonó por el desierto. Un frío estremecimiento recorrió la espina dorsal de Armando Jenssen, al recordar los Winchester 30-30 amarrados de los tientos de las monturas de los Ramírez.











miércoles, 8 de agosto de 2018

CERRADURA

El creacionista del día. Alma A. C. Carbajal Guzmán















Cerradura,
ojo turbio
parte pequeña de la verdad,
que limita con el miedo,
la aserción de un secreto.




Las dos caras de la moneda
quedan a merced de la imaginación.





Nunca supe a donde mirar.
Observé el mar de otros,
y solo vi tempestades.


Miré el corazón del cielo,
y me di cuenta que estaba ciego.
Busqué la sonrisa de la luna,
y vi sus labios planos, de naturaleza melancólica.


Miré de cerca el rostro de la oscuridad,
 y solo vi un par de ojos cerrados.
Observé la luz detenidamente,
solo vi la nada en su forma más perfecta.



Miré y miré,
por largo tiempo,
hasta que las miradas de todas las demás cosas
se las tragó el firmamento.



viernes, 3 de agosto de 2018

CREACIÓN - BRÚJULA. Magnetismo Literario









Siempre se ha creído que existe algo que se llama destino, pero siempre se ha creído también que hay otra cosa que se llama albedrío.
 Lo que califica al hombre es el equilibrio de esa contradicción.

Gilbert K. Chesterton 






Porque la creación es la brújula que guía a nuestro corazón a crear cosas grandiosas, aberrantes, y a la incitación de nuestros demonios. Que las emociones lleven a tus letras al puerto acertado, para que todos puedan apreciar y asombrarse tanto con las sombras y   con la luminosidad que surge de todas y cada una de tus experiencias.

Agosto y Septiembre son para arriesgarse y entrar al océano de nuestras memorias, de todo lo que aconteció y que lleva eco, a los distintos géneros de la literatura. Atrévete a crear y comparte con toda la comunidad de Creacionistas, todo lo que tienes para decir a través de las letras.

Invitamos a todos los Creadores, en cualquiera de las artes en las que se complementen, a que nos compartan por medio de las #letras, #pintura, #teatro, #danza etc... alguna #creación que sea de su agrado. Este espacio lo conforman tus colaboraciones, y no solo está destinado a la creación literaria,  también está abierto a las artes en general.


Esperamos sus creaciones, al correo que ya conocen: elcreacionista_@hotmail.com o al correo de las principales redes sociales: https://www.facebook.com/creacionista, https://twitter.com/creacionista.