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jueves, 23 de marzo de 2017

La imposibilidad de perderte

El Creacionista del día. Adán Echeverría










Cuando dijiste que no éramos amigos entendí que era mejor seguir los planes solo. Decidí no hablar de la realización de mis fantasías. Tuve que agarrarme al recuerdo de Paco. La tarde cuando los agentes llegaron por él y lo sacaron de su oficina, había dicho: “Cuando robes... hazlo solo...” y este recuerdo hizo que me diera cuenta qué debía hacer contigo. Paco intentó expulsar el rencor acumulado hacia sus compañeros que compartieron aquel fraude de computadoras y lo habían dejado solo durante la auditoría; a mi primo le costó la cárcel. Su excesiva confianza en ellos lo perdió. Pagó el resultado de ser tan putañero. En una ocasión le dije (pa que repetírselo): “Me vale que andes con hombres, pero que no te gigoleen, no seas pendejo”. ¿De qué sirvió? Yo era el menos indicado para aconsejarlo. Desde la cárcel me depositó un buen billete, y le cumplí los encargos. Me encantó el rostro de esos mayatitos cuando les quebré la mandíbula. ¿Lo recuerdas?

Quédate sentado, no te me caigas. Mira a Patricia. Calladita como debió estarlo siempre. Mírala por última vez. La remojaré en agua caliente, mientras tú y yo vemos el video, hay que checar las partes que habrá que editar. Igual y esta película también la vendo. No por ti voy a abandonar el negocio. ¿Qué creíste? ¿Qué podías hacerme pendejo? Vamos Jost. La dulce Patricia, su primer y único video. Después de hoy sólo será una chica más de una película casera.


Sí, esos mayatitos. Me gustó ver como jalaban aire. Se veían como peces bagre intentando respirar sobre la playa. Paco era mi familia, por eso lo ayudé. Pero no creí tener que hacerlo otra vez, Jost. No estaba en mis planes. Te tuve confianza. Te platiqué la idea de ganarnos una lana utilizando la candidez de los feligreses, y estuviste dispuesto enseguida. ¡Cómo hemos disfrutado los billetes, Jost! El único sacrificio ha sido la faramalla de portarnos ante los demás como destacados líderes juveniles. Pero que chido es gozar a esas niñas de carita tierna que llegaban al grupo. ¿Acaso no te encantaba igual que a mí? ¿Recuerdas cuando Sofía se desmintió de toda esa basura de: Ni creas que me voy a acostar contigo... se dicen tantas cosas de ti? Fue el inicio del negocio. Y qué películas nos ha regalado la Chofi. ¿Quién podía imaginar el negocio que teníamos con los jovencitos que acudían a la iglesia?


Si algo debo agradecer a Dios, es la inteligencia. Me hace estar atento, para no cometer los errores de Paco, ni los tuyos. ¿De qué te sirvió sentirte culpable? Para este ritmo de vida hay que tener bien puestos los huevos. Me encanta pensar en ese pasaje cuando Salomón pide Sabiduría, me identifico. Es increíble lo fácil que es manipularles el cerebro a los jóvenes.


Tenemos todo controlado ¿por qué salirte? Te enseñé todas las mañas para convencer tanto a las niñas como a los jovencitos. Pa que negarlo, a todos nos mueve el deseo y la sexualidad. Usemos su mente, dije y te enseñé cómo. Para mí, el amor no es más que una utopía. Lo sabes bien. La amistad, Jost, eso es lo que no debe romperse. La confianza en los amigos, ya vez en que acabó Paco. Cinco años, y al salir se fue de acá, para no toparse con la verdad de haber mandado asesinar a sus amigos. La confianza entre él y yo sigue firme.

Paco no me va a traicionar. Me debe tanto. Nos hemos beneficiado. En el extranjero mueve las películas con agilidad y cuidado. Pero tú, Jost, de verdad te creí más astuto. No pensé que el amor te pegara tan fuerte. Sí, reconozco que Patricia es hermosa. Pero ¿y todo lo qué habíamos compartido? Para que esa noche me salieras con la estupidez de: “No eres mi amigo”.

¿Cómo pudiste dejarte manejar por Patricia? Te conocí tantas mujeres. Las tenías a la mano. El negocio funcionaba a pedir de boca. A la iglesia nunca van a dejar de llegar niñas tiernas, lo sabes. Y siempre ha sido chingón estrenarlas. La Paty te ha cegado y mírate ahora. ¿No respondes?, ¿qué vas a responder?


Por eso te advertí esa noche: “No me importa que estés loco por Patricia, aún así, no le cuentes nada de lo que hacemos. Si no quieres seguir, adelante, deja todo. Pero no me tuerzas. Se supone que eres mi amigo”.


Te olvidaste de esa niña que llegó exigiendo la ayudásemos o nos denunciaba. Sus papás la estaban buscando. Casi se te muere. Tuve que intervenir para limpiar las cosas: encubrir a la niña, hacer que saliera de la ciudad y se fuera a vivir con Paco al extranjero. Ayudé al estudiante de medicina a practicar el aborto. Volví a ver la sangre en mis manos sin sentir asco. Lo recuerdas, imbécil. Casi se nos muere. Una vez pasado el susto, cuando nos reíamos del suceso, me dijiste en la cantina: “No importa qué pase, siempre estaré contigo; si vuelas, volaré a tu lado. Si caes, caeré contigo”. ¿Lo olvidaste? Yo no. Para que por una zorra me digas: “No soy tu amigo, ni lo creas”. Chinga tu madre, Jost.


Por eso apenas tu relación con Patricia patinó, supe que debía actuar. Quizá no lo pensé al instante, porque la amistad que te tenía era gruesa, al menos para mí. Esa mañana cuando me pediste que hablara con ella, que habían terminado, quise actuar a tu favor. Aún me veo escuchando tu voz en el auricular: “Siempre toma en cuenta lo que dices, háblale. Hazlo por mi”. Vaya sorpresa con la chamaca. No pude más que pensar: Todas son iguales.


Tal vez si pueda verte, le dije a Patricia, después que se lanzó con descaro. No importaron los argumentos que le expuse, esos rollos de: “Todo lo que han vivido. No dejen que se vaya al caño”. Y, ah qué chamaca, solo repetía: “Es a ti a quien siempre he querido”. Y tú enamorado de ella, pero que pendejo fuiste. No te preocupes Jost, nunca me han interesado las tontas. Casi me vomito por la cursilería. Que ganas de repetir los estúpidos diálogos de las telenovelas: “El hombre de mi vida”.


Cuando colgué el teléfono hice la reconstrucción. Según ella tú habías provocado todo el teatrito con esas mamaditas de querer ser seminarista: no mames. Si estabas hundido en el lodo igual que yo. Seminarista, mis huevos. Y con una hembra tan fogosa.

Si dudé. Lo sospeché todo. Recordé las palabras de Paco: “... hazlo solo... cuando robes... hazlo solo” Quizá sólo fue un momento nada más, pero lo hice. Y esa forma de ajedrecista que tengo al pensar. Me preparé para cualquier movimiento: ¿Y si están de acuerdo para sacarme de la jugada? ¿Qué hay con esta confesión insospechada de Patricia? ¿Porqué hablaste en la mañana pa decirme que tronaste con ella? Patricia jamás ha demostrado una actitud coqueta hacia mí. Por eso vine preparado. ¿Acaso creyeron que soy tonto?


Llegué a su casa a las cinco. La ciudad se inundaba por una lluvia que se dejó caer desde el medio día. Estaba empapado y me encantó la cortesía que tuvo Patricia al dejar la puerta abierta. Por el interfón me pidió que subiera la escalera de servicio. Caminé con sigilo y al llegar arriba, la vi. Estaba de pie junto al espejo, desnuda, peinándose. Hicimos el amor al menos dos veces. Siempre alerta por si llegabas por la espalda. No fue así. No había plan. Eso dijo Patricia. Repitió que me quería e idioteces como esa, pero el enojo que traía pudo más que sus ñoñerías. Ahora su piel irá quedando suave por el agua de la tina en que la he remojado. No merece ver la película. Esto es entre tú y yo.

Se que todo debió quedar en haberme cogido a tu novia como venganza. Pero ella insinuó que estaba enterada de “a qué nos dedicamos” y quería ayudarme a continuar. ¡Qué descaro! Así fue, tu zorrita quería meterse al negocio y reclutar otras niñas de la escuela de monjas donde había estudiado la prepa. Quizá era buena idea. Pero no soporté que le contaras todo.

Mira la pantalla, ¡mírala! No cierres los ojos. Cuando entré a su cuarto se cubrió las tetas y se metió al baño. Aproveché para poner la cámara entre las cosas del tocador. Voy a adelantarla. No te quiero aburrir con la parte erótica, ¿para qué? Quiero que veas el momento clímax. Acá... Es ella suplicando. Ese es el momento cuando, ya enojado por sus idioteces, la tomo de los cabellos. Mete las manos para defenderse. Sí, esta parte es chida, cuando la golpeo con la lámpara. Ahora le hago el amor ya muerta. Bueno ¿qué?, uno tiene sus gustos. Hay que explorar de todo. Lo vez. Es la sangre de su rostro embarrada en mi pecho. Ahora te hablo por teléfono. Voy a adelantarla de nuevo por que no pasa nada mientras te espero, y eso será aburrido para los compradores. Lo editaré.


Ah que mi Jost, ni siquiera lo dudaste, ¿eh, puto? No tardaste en llegar. Abres la puerta y miras a Patricia sentada en el colchón. Ve el asombro de tu cara. Ella recargada en la cabecera, no te devuelve el saludo, no contesta. ¿Acaso notaste la rigidez de su rostro? ¿Qué quieres? No soy buen maquillista; se le ve bien, ¿no? Estoy seguro que no te diste cuenta que estaba muerta. ¿Lo hiciste? ¿Qué vas a contestar ahora? Corres hacia ella y ahí voy detrás de ti con el cuchillo en la mano, ni siquiera lo imaginaste: una... dos..., caes de rodillas... cuatro... seis...

Claro que no. Ahora puedes ver que no necesito a nadie.



jueves, 16 de marzo de 2017

One End

El creacionista del día. Agatha Cervantes.








10, 9, 8... de mis manos despiertas caen travesías de miradas abyectas. Ayer la llamada telefónica no dejo charcos de reflexión, por más que lloré  - lloramos explicaciones -  el amanecer no aclaró las dudas, éstas, invisibles,  surcaban el cielo despejado de mis pupilas.


7, 6, 5... la aflicción se despinta de la cara con una buena taza de café. No es cierto. Bebo un sorbo, dos - todavía siento la tristeza en el paladar - tres, cuatro - tal parece que ya va haciéndome efecto - cinco, seis - no, no funciono,  me he quedado vacía al igual que la taza. Parece que tendré que beber un poco más, para ver si es verdad eso de panza llena corazón contento. Aunque al rato, al final tenga hambre de felicidad. No mucha porque empalaga al alma.


4, 3, 2... la efervescente tarde, se va consumada tras una cortina ámbar. Retocandome los labios por los disparos innecesarios -  ya que varias palabras no dieron en el blanco -  dejo en el espejo el ultimo reflejo de mi enamoramiento.

1... hoy,  una parte de mi  va a mis espaldas, recordándome que no debo morir, ni resucitar de esperanza. ¿Yo?una serie de hálitos descompuestos, romances descompasados, besos desarraigados y cantos a la luna con lagrimas en procesión.




jueves, 9 de marzo de 2017

EL PASO DE LAS HORAS

El creacionista del día. Adán Echeverría












Las cinco y, como tú, son miles que por todos lados corren a saturar las oficinas. Visten la misma ropa ajustada, las botas industriales y el mismo corte de cabello al rape; van y vienen por las calles y avenidas; dentro de los túneles, en los elevadores, adheridos al calor de los amaneceres; corren hacia el trabajo pero con la mente, igual a ti (al menos siempre lo has sospechado), en el deseo que su turno concluya sin sobresaltos.


Cuando comienza el día te das prisa porque los relojes siempre se adelantan. Necesitas escuchar el acostumbrado zum del láser al deslizar la tarjeta, que te recuerde que sólo eres alguien más a enfrentar su ineficiencia.


Despertares amodorrados en que los noticieros de la televisión empiezan puntuales (cuatro de la mañana). Servir el desayuno en esta oscuridad que retrocede. Células desprendidas por el vaporizador y salir hacia el trabajo. Cumples la rutina con exactitud, necio ante la idea de que ella pueda enterarse: has cambiado, recapacitas sobre tus ideas que la consumieron en esa angustia de perderte. Ese sentimiento corriendo por el sueño: despertaba a intervalos, sudorosa, presa del pánico porque te quitaras la vida. Ella no está más en casa, ni en la cocina ni dentro del vapor que exhala el cuarto de baño. La noche se mantiene pero, en el horizonte, esa blancura anuncia la mañana.

Miras las mujeres a tu alrededor, y reniegas ante los colores tristes que el gobierno les permite vestir. Recuerdas los días de juventud, cuando todo era un despuntar de curvas, prepararse a soportar el deseo en las pieles agitadas; ellas enarbolando, sin censura, el centelleo de la moda. Sonríes por el recuerdo de los errores a que se dejaban arrastrar cuándo, sin complejos, abarrotaban las discotecas ávidas de explorar el mundo. Qué mejor sitio para perseguir y sitiarlas como presas de tiro. En los corredores de la disco, los hombres bebiendo y fumando mientras traman la celada. Que diferencia con las actitudes feministas de ahora, cuando las mujeres que desean procrear acuden a los bancos de semen a diseñar el modelo de hijo que quieren tener. Someterse al implante, y esperar. ¿Dónde quedó la algarabía del recorrer las pieles, la sudoración de los jadeos?


La viste reír en un rincón apenas iluminado de la discoteca. Bebías, solitario, en la barra. Los ritmos y el juego de los láseres chispeando sobre los espejos y las cabelleras ondulantes. Una luz platinada mostrándote su faz, la cuadratura de su cara, nariz pequeña; esa redondez de ojos remarcados por el maquillaje. Los medianos labios pintados de negro. Ella igual te miraba mientras carcajeaba por alguna broma. Un remolino circuló tu pecho y salió por los ojos cuando leíste en la distancia aquel Hola repentino.


Continúas junto a las mujeres de este día en que todo parece tan lejano e ilusorio. En el sonido ambiente dictan la hora: cinco y diez minutos; otra vez la música instrumental de la programación diaria. “Ni colores en la ropa ni excesos en los decibeles, para manejar los impulsos del carácter hay que dominar los pensamientos”. Les miras las piernas, los senos oprimidos, ¿dónde la coquetería de antaño?, la piel al natural y los rostros áridos. Sabes que en alguna guardería han quedado sus pequeños a enfrentar su propio mundo, sin imaginar los cambios que acentuará el tiempo en sus vidas. “Cómo quieres que piense en tener hijos, no te das cuenta que están hurtando las emociones”. Quizá debiste acceder a su petición y depositar el semen en el banco, o al menos mostrarte interesado en construir una familia. Tal vez todo hubiera sido distinto.


Nunca estuviste de acuerdo con ella cuando dijo que se apresuraron a compartir casa, aunque quizá tuvo razón. Tenían planes diferentes: ella y sus clases de yoga, voluntariados, servicios en la iglesia, el tai chí de todos los días; mientras tú disfrutabas pasar el tiempo en el campo, ofreciendo proyectos a los comuneros, recorriendo las veredas donde el olor a hierba húmeda se trepaba a las botas y los pantalones, era mejor que permanecer pegado al escritorio de la oficina entre paredes blancas y cajas con papeles de archivo rodeándote.


No te enojó que persiguiera cuanto mecanismo de autoayuda le sugirieron. Al principio la idea era aceptable; la habías conocido como chica disco y ahora recuperaba el tiempo “buscando el interior de su alma” como solía decirle a sus prolongadas meditaciones. Al menos no tendrías que regresar a esos lugares que nunca fueron de tu agrado. Muchas veces has imaginado que quizá sólo acudiste a la discoteca, esa única vez, porque tenías que encontrarla.

Nada hubiera ocurrido si no le hubiesen dado ese trabajo en el gobierno para impartir capacitación sobre la unificación de los procesos para alcanzar la extrema calidad de los trabajadores. Todos los días hablando de la importancia de las igualdades, documentar cada una de las acciones de los empleados. Aplicaba esas filosofías de procedencia japonesa hasta en cuestiones caseras, que si el seido para tal cosa, el seiketsu debe prevalecer en armonía, hasta cuando vas a entender que el seiri nos ayudará a planear mejor nuestras actividades. Era castrante tanto orden recién establecido. Sin embargo, nunca la viste tan plena.

Ya no cabe más gente en los vagones. Se realizó la última parada y enfilamos hacia el centro de la ciudad. Aprietas los dientes para no gritar y cuentas números impares hasta el quince, mientras respiras con lentitud, debes acostumbrarte a olvidarla. La voz electrónica del sonido ambiente señala las cinco treinta; tu reloj marca cinco veinte, esa manía de robarse los minutos. El gris de los trajes sastre cruzando a tu alrededor ensucia la claridad del amanecer.


Esta soledad te consume. Con esto de las igualdades, desde que ella decidió partir, tuviste que acostumbrarte al sexo en la intranet. No quedan sitios para el esparcimiento, y las aglomeraciones lúdicas son tan vigiladas cómo para que pretendas escapar a un antro a ver qué pasa. Siempre de por medio los ordenadores y la señal del satélite si quieres alcanzar el orgasmo.


Alguien enciende un cigarro y las alarmas se activan. Adelantas la nariz para inhalar un poco y gozar la rebeldía de algún extraño que no tardarán en encontrar para darle un escarmiento. El bajo mundo continúa su mercado negro de tabaco y a veces te gustaría infiltrarte con estos revolucionarios, pero nunca has tenido el suficiente coraje. Ella vuelve con esa delgadez tirana, esas manos como vidrios, el amarillo en los dedos, su aliento fétido a tabaco. Los días de asueto sólo despertaban para hacerse el amor y fumar cigarrillos. Compartías todo con ella, era tuya hasta que se la tragó el sistema y se fue, te abandonó porque no querías ceder a dejar tu independencia por el futuro que proponía el gobierno recién electo.


Los miles de transeúntes con sus ya gastados buenos días, arrojados sin ánimo, te hacen sentir como un personaje de esos artículos de las revistas mormonas que ella acostumbraba leer, donde podía verse gente, en algo parecido al paraíso cristiano, hermanada “hasta con las bestias”, pero en esta realidad, con los rostros pendientes de ignorarse unos a otros en el colmo del protocolo establecido, tal vez porque todos caminan con miedo y prisa.


Es verdad que en ocasiones, ella y tú, coincidían sobre lo hermoso que era despertar juntos, llenar de aire los pulmones, palparse, saberse vivos y con el entusiasmo de no ceder ante las imposiciones sociales. Por eso cuando comenzó con lo de “sólo significar una parte en el proceso”, aturdido ante el cambio que comenzaba a operar en su comportamiento, quisiste imponerte aduciendo: “de esa forma se deja de Ser uno mismo para ser la pequeña parte de un todo”. Quién diría que junto con los compañeros, de la logia que frecuentaba, lograrían plasmar esas ideas en la ciudad, que serían puestas en práctica. Peor aún, cuando el partido que formaron ganó las elecciones y se dictaron las leyes que nos tienen en este mundo artificial privado de individualidades.


En el fondo no has dejado de resistirte. No quieres aceptar esta fantasía utópica de poner todo en manos de la tecnología y los valores preestablecidos: “Nos ha tragado el sistema, los cerebros están vacíos porque todo lo resuelven las máquinas”, te quejabas apenas la oías llegar a casa. Y cómo tú, los rebeldes son solitarios que deambulan en el anonimato, nadie puede reunirse con otro fuera de las oficinas o los lugares públicos. Cada quien en su lucha interna.


Tu reloj marca las cinco cuarenta y cinco. Deshaces los recuerdos mientras caminas rumbo a la oficina. Ella estaría orgullosa de verte acomodado al sistema, por eso la odias, y a ti por que nada puedes hacer.

Ante los primeros triunfos de su partido, ella se entusiasmaba y no podías compartir esa alegría. “A costa de qué...” sentenciabas. Apenas asumieron el poder, las cosas fueron cambiando drásticamente. No más viajes al campo. Pasar las horas adherido a un monitor. Tener que compartir el escritorio. Cada día hace falta deslizar la tarjeta y dejar que un sensor te lea la pupila para que la computadora compruebe tu asistencia y las puertas del edificio deslicen permitiéndote el paso. En el turno que te toca cubrir contestarás correos electrónicos para satisfacer las demandas de algún consumidor situado en cualquier punto de la ciudad. Pero esta mañana al llegar al trabajo te percatas de las adecuaciones: se preparan para recibir nuevos empleados. Las cinco cincuenta y ocho cuando deslizas la tarjeta de registro.


Con los proyectos de automatización del campo, que se han estado promoviendo en este régimen, todos los poblados se han abandonado y la gente viene a radicar a la capital. En lo que eran los pueblos, se han levantado bodegas para almacenar los productos que van a exportase. En fotografías que llegan por correo, o en los noticieros, has visto las cúpulas doradas de los laboratorios para la clonación de esos conglomerados de células que sirven para el alimento; invernaderos y jardines de hidroponía surten los mercados.

- ¿Cómo no puedes estar de acuerdo con el sistema?

- Nada es natural. Nos arrastran hacia lo inanimado.- No consigues olvidar la repetida discusión. - Esto de recluir a todos en las ciudades.

- ¿Y quién querría ir al campo, si en la ciudad puedes encontrarlo todo? Qué la naturaleza se quede ahí. Nosotros vivamos esta civilización en qué alguna vez teníamos que desembocar- ella remataba en el hartazgo.

A veces piensas que la necedad hizo que ni uno de los dos cediera. Pero ante el aparato burocrático que dicta el ritmo de vida actual, sabes que ella tiene las de ganar, es parte primordial del nuevo estilo de vida. En cambio tú, no eres más que un disidente fracasado. Con su partida, un aniquilante vacío creció en la mente.

La mantenías en constante congoja al vivir con un hombre con el cual no compartía ya ni un ideal. Se la pasaba siempre entristecida porque buscabas pretexto para sentirte mal, hasta que se hartó de tu nostalgia.

Hoy tu tarjeta no activó el dispositivo que te permite entrar. El edificio sigue creciendo con las adecuaciones y no sabes dónde acudir a solucionar el problema. Rompieron las paredes para acomodar a los de reciente contratación, más de cinco mil personas.

Caminas por diversos corredores en busca de una ventanilla para avisar la imperfección de tu tarjeta. Has dado tu número una y mil veces por el telefoto. “Debe haber un error” te dicen “Nunca había pasado. Son tarjetas irremplazables que no caducan”. Ocho y cuarto. Los minutos te atraviesan y el sensor activando a otros empleados.

De pie junto a la ventanilla de control y evaluación, te sientes herido por los rostros de los demás empleados que cruzan, ignorándote.

- Jamás había sucedido- nueve y media.

Sentado en el rincón del cuarto de entrada, todos los relojes te miran. Los días son los mismos hombres y tú sigues esperando que concluya la búsqueda en la memoria del ordenador.

Todas las fotografías con el mismo traje y corte de cabello. No van por el cincuenta por ciento de la revisión de la base de datos cuando otro grupo de hombres llega a comenzar su labor. Son las diez en punto. No te has presentado a cumplir tus obligaciones y es hora de partir a casa para el almuerzo.

- En tu bandeja dejaron este sobre para ti – te dice el compañero de escritorio y guardas el papel en la bolsa trasera del pantalón.
Se activaron las impresoras por que no estuviste para contestar tus correos.
- No tiene caso esperar, nos pondremos en contacto con usted.

De nuevo hacia las calles desiertas del centro de la ciudad. Diez quince. Apenas de vez en cuando cruza un carro. Han desmantelado los semáforos confiando en la capacidad de civismo de los automovilistas.

Regresas a casa. Los empujones de la gente te impulsan hacia dentro del vehículo público. En el sonido ambiente las noticias sobre los nuevos trabajadores que llegaron temprano a la ciudad, movidos por la idea de las mejoras que se producirán en su vida que el gobierno, con toda la maquinaria publicitaria, se ha encargado de inculcar en las conciencias. Piensas en esos pueblos fantasmas, que no volverás a mirar.

“La aglomeración es responsable del bloqueo en el sistema”, piensas, “han comenzado los errores, y tú no me creías; ahí tienes tu sistemita comenzando a caerse”. Pero ella está muy lejos para escucharte. Piensas en todas las tarjetas que habrán fallado este día. Quieres disfrutar el triunfo.

Quién iba a imaginar que llegaría este momento, ver caer esta pesadilla de igualdades. “Tendrán que extenderme otra tarjeta con un nuevo número. Seré diferente a todos éstos seres que me rodean”.

Once treinta. Ya en casa, te desnudas, dejando la ropa regada por el suelo, y entras al vaporizador. Descubres el sobre que contiene el papel impreso.
Comienzas a rasurarte la barba del medio día.
El espejo empañado; le echas agua pero ni así logras ver tu imagen nítida.
Sientes mareos.


El teléfono se ha encendido: Le informamos que la computadora ha terminado (el vapor te ahoga y sales del baño) la búsqueda en la base de datos de los trabajadores del Estado (caes junto a tus pantalones, y te llevas las manos a la garganta por el olor que raspa; vomitas y te revuelcas sobre tus ropas); su fotografía y datos personales no aparecen entre nuestros afiliados (alcanzas a ver el sobre, lo rompes con los dientes y sacas el papel); no es necesario explicarle que en este país la seguridad es inviolable, y no entendemos de dónde obtuvo esta tarjeta que no concuerda con la lectura de su pupila; y por la protección de nuestros conciudadanos (miras el contenido, y alcanzas a leer los caracteres:) no necesitamos gente que intente violar los estatutos y leyes que nos brindan paz (Lo siento, si no estás con el sistema estás en contra). Terminas de leer cuando la fuerza abandona el cuerpo. Ya inmóvil, la imagen de ella, sentada bajo la luz, en ese rincón de la discoteca, se apodera de tu mente y el reloj pulsera por fin se detiene.



miércoles, 1 de marzo de 2017

MARZO: LETRAS PROVOCANDO LETRAS













La temática del mes de Marzo abre nuestra visión a la creación, desde los confines de otras letras. Todas las semanas de Marzo estarán desplegándose en las redes sociales, párrafos, fragmentos de novelas poemarios y hasta ensayos, con el fin de que nuestros Creacionistas se animen a coquetear con la propia creación, relacionada con estas letras de otros autores. 


Esperamos que la provocación sea benéfica a favor de la imaginación,  de todos aquellos que una frase o una imagen, les incita a crear o recordar otra serie de eventos fantásticos, donde la literatura se nutre. 




Les recordamos que pueden enviar todas sus colaboraciones al correo: elcreacionista_@hotmail.com o en mensajería de las distintas redes sociales. 


Agradecemos a todos los escritores y creativos que hacen de este espacio en la red, más que un lugar de encuentro con la creatividad y el desarrollo de una literatura libre. 





Grazie Mile 

El CReacionista  ^_^