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jueves, 19 de marzo de 2015

La máscara del pez

El creacionista del dia. Georgina Mexía-Amador







A Emilio le gustaba ir a pescar al lago quieto y gris que estaba cerca de la escuela. Me fascinaba mirarlo desde lejos hasta que tuve el atrevimiento de cargar con mi caballete y mis óleos y pintarlo a la orilla del lago. Cuando se dio cuenta no dijo nada. Solo miró largamente el boceto y una sonrisa escapó de sus labios abultados.

[El agua turbia de mi sueño es el fango de mi inconsciente.]

Tardé tres semanas en terminar el cuadro. Pinté el lago con la más amplia paleta de grises que pude combinar. Emilio aparece de pie con su caña de pescar. Lleva una gabardina amarilla y larga que le cubre hasta las rodillas. En lugar de su rostro, descansa en sus hombros la cabeza escamosa de un pez anaranjado, con los ojos viscosos, abiertos, desnudos. 

Al anochecer, los gansos que habitan alrededor del lago graznan horriblemente. Los vigilantes nocturnos dicen que no son los gansos, sino la banshee. El cuadro tardó en secar más de lo normal y cuando por fin secó, unos cuantos días después, se empezó a desprender la pintura. Incluso hallé algunas gotas de agua al pie del caballete.

[No sé por qué ella pintó ese cuadro, pero me horrorizó descubrir que es exactamente igual al sueño que tengo todas las noches: estoy de pie a la orilla del lago, pescando, y no puedo soportar la vista de mi rostro sucio y maldito en el agua turbia. Entonces saco con mi caña de pescar una enorme cabeza de pez que coloco sobre mis hombros. Me convierto en una especie de Dios Pez y sólo así logro esconder el lodazal de mis pensamientos cuando escribo.]

La pintura sigue desprendiéndose del cuadro, y donde debiera aparecer la cabeza del pez hay una mancha informe y negruzca. No sé qué pasa. He usado los materiales de siempre.

[Mi inconsciente quiere salir todo el tiempo y cuando me convierto en el Dios Pez de mi sueño sólo logro que todas mis pulsiones oscuras y sucias se intensifiquen. He intentado el retiro, la meditación, pero el lodo de mis profundidades no hace sino empujar las puertas con que lo encierro para querer salir. Y ella, al pintar ese maldito cuadro, no ha hecho más que adivinar mi pesadilla.]

La tela del cuadro que hice de Emilio está oscureciéndose, y otra vez hay agua sucia alrededor del caballete. Esta noche una tormenta azota la escuela y los sauces que hay alrededor del lago se agitan como los cabellos de una bruja que agoniza en la hoguera. Los gansos graznan horriblemente: dicen que anuncian la muerte.

[Las palabras me controlan cuando escribo, como si fuera su esclavo, y me conducen a los sitios más oscuros de mí mismo. Busco entonces el trance, la transformación, como los antiguos brujos y chamanes, y me visto con mi máscara de Dios Pez para que todo lo que salga de mí emerja a la superficie sin culpa, como un barco naufragado y limoso que ha estado sepultado durante siglos. Sólo con la máscara soy libre y puedo dejar de horrorizarme de ser lo que soy.]

Llevamos tres días de tormenta y ventarrones. No podemos salir de los dormitorios. El lago plomizo se agita y tiembla, y los gansos graznan en la madrugada como una banshee hambrienta.

[No puedo seguir fingiendo. Ni siquiera sé quién controla mis pensamientos. Las palabras no transmiten lo que dicta mi consciencia, sino que escupen todo lo que guardan mis rincones más oscuros. El pez simboliza la verdad profunda que se oculta, y finalmente descubrí que en mi interior habita la locura, la entrega total a la muerte. Ella lo descubrió cuando pintó ese cuadro, como si hubiera podido ver en mi interior. Es inútil esconderme de mí mismo. El lago que arrojó mi reflejo en sus aguas turbias se agita con la tormenta. Las ramas de los sauces braman con el viento. Los gansos disfrazan los gritos de la banshee que clama mi sangre. No los haré esperar. La pintora me descubrió.]

La tormenta cesó al cuarto día, pero nos despertamos con una inquietante noticia: los vigilantes encontraron en la madrugada el cuerpo de Emilio flotando en el lago. Y esa misma mañana encontré lodo al pie del caballete, y vi que la cabeza del pez que yo había pintado sobre los hombros de Emilio había desaparecido. En su lugar se dibujaba un cráneo negro con las órbitas oculares grandes y profundas, cuyas mandíbulas estaban abiertas, en un grito de horror infinito. Pero no fue eso lo que más me sacudió: el cadáver de Emilio estaba cercenado a la altura del cuello y, cerca de él, en el agua gris del lago flotaba la enorme cabeza de un pez anaranjado.