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domingo, 13 de noviembre de 2011

SACARSE LA LOTERÍA ES UN INFIERNO



El creacionista del día. Jesús Ulloa Glez


Tenía como 9 años y desde entonces escuchaba a mucha gente de mi pueblo que hablaba de billetes de la Lotería Nacional. En ese rincón de la Nueva Vizcaya llamado San Pedro de los Montero, donde la gente vive con la esperanza de que un golpe de suerte le cambie su destino, donde se venera con mucha devoción al dios del juego “San Birján”.

Siendo un pueblo noble y con fama de suertudo, muy especialmente en días de navidad o de fin de año ya que varios paisanos han salido premiados en esas fechas, con el premio mayor o con buenos importes para comprar una casa o de menos un carrito; con estos antecedentes, mis amigos y yo estábamos condenados a la compra compulsiva de billetes de lotería

También recuerdo un dicho, muy de por allá “El que compra billetes de lotería es porque le gusta pagar impuestos voluntarios” así que se convino ante todos que la lotería es el impuesto de los pendejos, pero que todos seguiríamos pagando.



Existe además una cábala: Siempre que uno de los mejores premios caiga en San Pedro, éste se verá afligido por alguna desgracia, y será resentida por todos sus habitantes o únicamente por la familia del suertudo. Salí muy joven del terruño y me tocó en suerte conocer grandes ciudades que para nosotros los fanáticos de la lotería, son un paraíso en el que abundan los cachitos de lotería, entre ellas Guadalajara, León, Veracruz Puebla, sin olvidar a la gran capital, donde se localiza el templo mayor dedicado a San Birján.



Mientras estuve en México, fue tanta mi devoción a la lotería que nunca falté a los sorteos de los martes y los viernes, en el edificio del Paseo de la Reforma ese que les dije que está dedicado a San Birján; siempre llegaba muy temprano, para sentarme cerca de las urnas giratorias, ahí donde salen los números que dan a conocer los niños gritones; cuando  gritaban el número que obtenía el premio mayor, entraba en éxtasis, era como si yo tuviera el billete premiado en mis manos, sentía una angustia que me hacia repetir una y otra vez la serie de los números que se escuchaban en él sonido local.


Con el tiempo salí de la ciudad de México pero el vicio de jugar a la lotería ya lo llevaba metido hasta la medula de los huesos; al grado de que ya no compraba cachitos sino billetes enteros, que como era la costumbre del pueblo los compartía con mis amigos, regalándoles su respectivo cachito, para que la suerte de cada uno de ellos, mas la mía se acumulara y así entre todos complacer a San Birján.


Radicaba en Puebla y en dos días sería el Magno Sorteo del Cinco de Mayo, me encontraba en el salón “La Diosa de la Fortuna” jugando dominó con mi compadre Rolando, Sergio “El Bailador” y Federico al que le decíamos “El Casimiro” porque le faltaba el ojo izquierdo que perdió en un accidente de trabajo. Como de costumbre se acercaron los billeteros a ofrecer sus últimos cachitos, no les compramos nada, porque los números que traían no nos latieron.



En eso estábamos, cuando se acerca una viejecita, ofreciendo muy cándidamente sus billetes, ya se iba, cuando lo vi, allí estaba, ¡si ese era! él número que por años había buscado, quede petrificado, era ese que sin saber porque, yo siempre asociaba con mi padre, quién alguna ocasión me llegó a decir:
“Me late que tú algún día te vas a sacar el premio mayor ten cuidado hijo cuando San Birján da, también quita y mucho” Me recuperé rápido de la sorpresa y reaccionando más que de inmediato compré el billete entero, le di un cachito a mi compadre, uno al Casimiro y otro al “Bailador”


El día 6 por la mañana, todo el vecindario sabía que le habíamos pegado al gordo, porque a mi compadre le dio un infarto cuando vio nuestro número y la cifra de 150 millones de pesos encerrados con un círculo rojo en la listas del puesto de periódicos,  que se encuentra a contra esquina de su casa. Después de que le dimos cristiana sepultura a mi compadre, tanto “El Casimiro como El Bailador” se reunieron conmigo para que fuéramos juntos a cobrar el premio..


A los tres días de haber cobrado su dinero “El Casimiro” se compró una máquina esmeriladora para su negocio de tornos, la que al momento de probar su funcionamiento, aventó una esquirla directo al “Casimiro” y le destrozó el ojo sano. El 15 de Mayo por la noche Sergio “ El Bailador ” asistió un poco pasado de copas al baile organizado en honor a nuestros abnegados maestros con un traje tornasol, zapatos nuevos color rojo acharolado .Haciéndele honor a su mote se puso a bailar de inmediato, pero como sus zapatos eran nuevos no pudo guardar el equilibrio y dio un resbalón que lo hizo caer, pegando con la cabeza en los tubos que dividen la pista de baile con el estrado de la orquesta y desnucándose quedo tirado en el piso en una posición grotesca.


Recordé lo que dijo mi padre, la cábala de mi pueblo y lo que les pasó a mis amigos y a mi compadre, me dio mucho miedo, pero desconfiando de los bancos me quedé con todo el dinero del premio en mi casa, mandándola proteger con una barda de ladrillo y dos cercas, una ciclónica y otra bien electrificada. Me quedé solo en casa, porque sentía que mis hijos y mi esposa se confabulaban contra mí, para quitarme mi dinero y hasta llegué a pensar que me querían matar, por eso los corrí a todos.



Un día tuve que salir a la esquina para comprar mi cena, les juro que no tardé nadita, pero a mi regreso encontré muchos ratones, queriéndose comer mis billetes; cogí una escoba para espantarlos, pero en mi desesperación le pegué a la repisa donde tengo las veladoras encendidas a San Birján, que cayendo sobre mi dinero prendieron fuego de inmediato. El incendio acabó con mi casa.


 Los vecinos quisieron ayudarme pero dicen que no entraba en razón, que me aferraba a una caja de cartón que en su tapa decía “El turista”, de la que salían varios billetes de los que se usan en ese juego, que yo confundía con el dinero de mi premio, y gritaba desesperado ¡! San Birján, San Birján! ¡Ayúdame! no me abandones, mientras me internaba más y más en el fuego como si quisiera encontrar al santo que imploraba.


Hoy, me encuentro en una casa muy grande, en donde todos visten de blanco, menos nosotros a los que nos dicen internos y nos visten de verde bajito. Me gusta estar aquí porque tenemos una imagen a la que todos le dicen San Judas, pero yo sé bien que se trata de San Birján, que esta disfrazado para que nadie descubra que me está cuidando, además de que cada vez que abren las puertas de la calle escucho el llamado de sus ángeles que me gritan usando nuestras claves: ¡aquí tenemos al huerfanito! Lléveselo, es el último para hoy.