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martes, 16 de enero de 2018

¿Y mis raíces?

El creacionista del día. Adán Echeverría









Luisa acostumbraba todos los viernes pasar al bar a escuchar música viva, beber cerveza, liarse una plática interesante con cualquier tipo que tuviera el valor de enfrentar su hermoso rostro de trigueña mexica, y rebanarle la espalda con la idea de algún cambio en el porvenir más próximo. No era justo que este viernes la banda presente fuera una fusión de música prehispánica y ritmos house.


― Pero qué diantre están tocando,― escupió a sus vecinos en la barra del bar.
― No seas así, abre tu espíritu hacia todos los ritmos.
― ¿No escuchas?; es música de indios.
― No lo dices en serio, ¿verdad?, ―carraspeó Fidel, hippie pacifista que se apunta como defensor de cualquier causa, por más estúpida que fuera.― Deconstruir la música prehispánica hacia nuevas versiones tiene que ver con recuperar las raíces.


―¿Cuáles raíces?, tú, no te engañes. Esto es una ridiculez.
―Llamas ridícula ésta música. Habrías de medir tus palabras. Qué, muy europea la niña, ¿no?
―¿Tienen que vestirse con taparrabos y usar sintetizadores para ir adornando el ponchis ponchis? ¡Y lo del palo de lluvia!, es una mamada, neta. ¿Cuáles raíces?

Aburrida pero sin decidir terminar la cerveza y largarse de una buena vez, acariciaba el cristal de la botella, ensimismada. Uno de los integrantes de la agrupación que daba el concierto se acercó a la barra, sediento; se quitó el penacho, y con la cabeza al rape enseñó un rostro y una figura que más que bien, a Luisa no pudo dejar de agradarle.

La mañana siguiente Luisa abrió los ojos temprano. Se miró desnuda en los espejos del techo, y observó su cuerpo violentado, donde sobresalían marcas de dientes, signos de la enorme y deliciosa batalla de amor que había librado.

― Hay que volver a las raíces, ni hablar― y se mordía los labios mirando junto a ella, desnudo y en todo su esplendor, al músico del penacho.