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miércoles, 25 de enero de 2012

EL BRILLO DE UNA ESTRELLA

El creacionista del día. Itzul L. Vergara






A Julie Ferré




La mirada de Hugo se desvaneció a través de los techos de colores cobrizos. El día se iba escapando de a poco en poco, mientras la media luna empezaba a desfilar blanca en el cielo más y cada vez más oscuro. Se sentó y arrugó el seño, tenía tres horas allí, en espera de que algún vehículo llegara a cargar gasolina. Miró su traje verde bajito escarchado de vejez. Miró sus manos con las orillas negras. Una hormiga iba cercana a su pie cargando una pesada roca, sonrió y pensó que el día de hoy no era el único en tener problemas, le quitó la piedra y le ayudó a cargarla hasta su agujero, allí se la dejó, la hormiga feliz dio vueltas a la roca y luego desapareció con ella en lo subterráneo y oscuro de su hogar.

Hugo tenía un profundo mirar como gota de lluvia, como silencio en un parque, como un automóvil vacío, la vida había hecho de él un hombre que se creía acostumbrado a las derrotas. La noche se acercaba nuevamente , y él no tenía nada, no tenía a nadie. Salió de la gasolinera como todos los días, pasada las nueve de la noche. Caminó por toda la avenida, mientras las luces de las farolas y los carros le rebotaban en el rostro. Se sentó un rato cerca de la plaza comercial para mirar como corrían los niños, hijos de parejas que se veían felices, y suspiraba. Escuchaba la risa de las jóvenes parejas que salían de la función del cine sonriendo a la vida. Olía la mezcla de perfumes y palomitas, y siempre le pareció que era el olor a felicidad. Todos los días se sentaba allí después del trabajo, llegaba a las doce, once, a su hogar, no porque caminara mucho, ni porque no pudiera tomar el bus. Llegaba siempre a esa hora, por que ¿para qué llegar más temprano? No lo quería.

Luego cercanas las once, si estaba cansado se adentraba a dormir; pero sino, subía a la azotea y se recostaba sobre el techo de cemento, y admiraba a las estrellas. Se quedaba dormido allí, hasta que el frío de la madrugada le despertaba y le obligaba a meterse a su casa.

Una noche en la que miraba a su estrella favorita, escuchó que le hablaba. En su azotea había llorado  más veces que en cualquier otro lado. Se levantó cuando escuchó el susurro espacial. Miró: se había quedado dormido. ¿Qué hora serían? ¿Las doce, la una? Se levantó con prisa, cuando el brillo de la estrella le deslumbró. ¿Qué pasaba allí?

-No estés triste- le dijo la estrella, mientras todo el cielo se abría ante sus pupilas, nunca antes había mirado algo más hermoso- Te veo llorar aquí todas las noches. No puedo resistirlo, por favor deja de llorar. La vida es hermosa. ¡Quiero enseñarte!

La estrella, la más hermosa, le subió en sus hombros, y juntos volaron toda la noche, mientras el mundo dormía, aquél que se creía el más desgraciado de los hombres podía volar, y sintió como la noche se iba más rápido que la estrella. A la mañana siguiente fue al trabajo con más alegría de lo usual, el barrendero lo notó. Supuso que por fin, algo de suerte le había pegado a ese desgraciado.

La estrella volvía por él cada tres noches, a veces cada dos. La estrella se enteró de su vida, supo como había tenido que abandonar los estudios para cuidar a su madre enferma y que su padre los había abandonado cuando era chiquito. Supo también que el sueño de su vida era tener una familia hermosa, una casa decente y un perro con el cual jueguen los hijos que le hubiera gustado tener, para la estrella era un hombre muy tierno, era también un hombre humilde, al cual la vida le había dado muy mala suerte.

El tiempo pasó, quizá fue un año, quizá menos, no lo sabemos con certeza, porque ni Hugo lo recuerda, la estrella se había vuelto su mejor amiga, hasta que un día la estrella redujo sus visitas. Hugo pasó una semana sin dormir esperando a que volviera, se sentó en la azotea y miró como todos los días el viento soplaba y tocaba su rostro, le lastimaba. No dormía.

Hasta que pasaron quince días volvió a ver a la estrella. Hugo estaba molesto, estaba triste, y sobre todo avejentado, a causa de la espera y del insomnio. Miró como la estrella estaba, más guapa, más hermosa. Miró como contrastaba con él, y ella le explicó disculpandose, que había conocido a una estrella fugaz, que le había dado su corazón. Se dio cuenta que él, nunca podría ser una estrella, ni darle la luz de nada. Ella le explicó, sin darse cuenta de lo roto que dejaba al pequeño Hugo, que no podría volar muy seguido con él, porque la estrella fugaz la llevaba a lugares, donde como estrella,  no puede llegar por volar lento. La estrella fugaz es la más rápida en el cielo, le explicaba la joven estrella, mientras suspiraba.

 La estrella volvía cada dos semanas, cada tres. Hugo empezaba a acostumbrarse, no le costaba mucho, estaba hecho de derrotas, les digo; cuando la estrella hizo su última visita, para decirle que no iba poder volver,  la causa fue porque se iba a mudar de galaxia ella y la estrella fugaz. Hugo y la estrella dieron un último vuelo que a Hugo se le hizo sabor a ceniza.

Pasó toda la noche llorando, toda la semana llorando, casi toda la vida que le restaba llorando, y como idiota miraba al cielo todos los días, no importaba que no fuera noche. ¿Cómo encontrar belleza ahora? Antes cuando se quedaba callado, escuchaba todo el silencio de las estrellas, el frío del espacio y el amor de las galaxias. Ahora cuando se quedaba callado escuchaba las platicas superficiales de los hombres saliendo del cine, escuchaba los autos y sus motores. Ya no había la belleza, ya no había lo que había creído que sería su vida, y es que se había imaginado viviendo con la estrella en alguna galaxia, no importaba cual. Esa noche subió a la azotea, estaba borracho, y comenzó a gritarle a la estrella, empezó a gritar con todas sus fuerzas, que la odiaba y que no quería volver a verla, porque le había abandonado.

La estrella bajó llorando, le explicó que nunca le había dejado, siempre le llevaba en su mente. Que no podía volver, porque ahora tenía hijos, pero que siempre estaría allí en el cielo, y si alzaba la cabeza podría mirarla.

Hugo le escuchó y se disculpó por su arrebato. La estrella le abrazó y nunca antes había sentido tanto calor en su cuerpo. Hugo estaba completamente enamorado.

A la mañana siguiente el cuerpo de Hugo: completamente rígido y colgando, como las hojas secas de otoño.  En su rostro tenía una sonrisa, y su piel ya era de un color azul profundo, similar al color del cielo.