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jueves, 22 de agosto de 2013

BOLA DE CRISTAL




El creacionista del día.  FABIOLA MORALES GASCA 







En un principio, el mundo se condensaba en una gran bola de nieve. Todo era blanco. Energía y materia fluían felizmente en un vaivén que hacía girar a la bola de nieve en un éxtasis de comunión perfecta. Pero como todo lo perfecto algún día se tiene que romper, la bola de nieve que contenía al mundo blanco se deshizo para dar paso a la más exquisita combinación de colores y vidas, que jamás se ha visto. Rojo, azul y amarillo, mutaron para dar forma a nuevos mundos en donde los colores daban vida a seres que habitaban en esos nuevos mundos; no comprendían que pertenecían a un orden superior y algunos de ellos, cuando volteaban a ver el trozo de bóveda celeste, que les correspondía en ese espacio infinito, se preguntaban ―a veces calladamente, a veces en voz alta― si había vida en las estrellas lejanas. 

En esos mundos, entre tanta gente, en medio de la sierra y del canto de miles de grillos y cigarras; un niño de siete u ocho años, desde el patio de su humilde casa con paredes de madera y láminas viejas como techo, contemplaba las estrellas. Es Noche Buena, pero apenas si lo recuerda; se lo mencionaron desde la semana pasada en la iglesia, a la cual asiste cada domingo ―está a dos kilómetros de distancia, a él eso no le molesta, al contrario lo anima―. Da cada paso con alegría, sabe que llegando a la parroquia en sus manos tendrá uno de los pocos libros, que ha conocido en su vida. Grande, grueso, con letras tan bellas al inicio de cada capítulo. La Biblia―le dice el sacristán― contiene la palabra de Dios, el Ser creador del universo. El niño no parece entender bien esto, pero, lo que le parece maravilloso es que la palabra sea guardada. Imagina la cantidad de historias que los libros encierran. En los sagrados textos, algunos relatos se los ha contado el sacristán: un jardín y una expulsión, un diluvio y muchos animales; una guerra y un muro que cae al sonar unas trompetas, hombres que caminan por el desierto; muros con inscripciones, extrañas promesas a través de generación en generación, ángeles que bajan, un rey que nace en la pobreza con una gran estrella. ¿Acaso un rey puede conocer la pobreza? Si esto puede estar encerrado en ese libro, qué no contendrán los demás libros ¿Se puede obtener todo el conocimiento a través de ellos? ¿Y si ahora que termine de aprender a leer, lee todos esos libros? Ya está cansado de ver en sus manos pedazos de libros y todos esos recortes de revistas viejas.

¡Ah…! si en sus manos tuviera un libro para él, ¡sólo para él! como aquellos libros viejos de la biblioteca de su escuela. Sueña, sueña en miles de historias que nunca en su cabeza terminarán. Hoy es Noche Buena, apenas si se acuerda. En el cielo tupido de diamantes alcanza a ver una estrella fugaz perdiéndose entre la sombra de la cordillera, pide un deseo, recuerda que aquel Rey que nació en la pobreza traía a su propia estrella. Pide fervientemente un deseo.

Pierde toda su concentración, al grito de mamá― ¡Hijo, ven a cenar! ―y abre los ojos. Entra en su casa y un plato de frijoles negros está servido a un lado de las tortillas tibias envueltas en manta. Después, duerme sobre una cobija vieja y un pedazo de madera. El frío cala. Es Noche Buena y apenas si lo recuerda. Un Rey eligió nacer en la pobreza. Mañana es seguro que el libro que deseó no lo tendrá en las manos. Pero mañana, que es Navidad, el sacristán le prestará como siempre después de la misa, la Biblia.


En un principio, el mundo se condensaba en una bola de nieve. Todo era blanco. Energía y materia fluían en una comunión perfecta, eterna. Hasta que un niño agitó la bola de cristal.