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martes, 29 de septiembre de 2015

SEPTIEMBRE: El mes que huele a chalupas y a tierra mojada

El creacionista del día.  Carla Brunni





Septiembre es hermoso porque es callado como capilla y firme en decisión, con ese olor tan peculiar a tierra mojada y cielos grises que nos recuerdan que lo efímero e impredecible como las tormentas en gajos son más preciosas a ser descifradas que un montón de cielos azules.

Como cada año, Doña Lucrecia ansiaba que llegara el mes de las fiesta patrias. Su adoración: la cocina, se reflejaba en cada uno de los deliciosos platillos poblanos que desde hace 30 años sazonaban la casa de la familia Rosas. La cocina de Puebla es variada, condimentada con sabores peculiares, colores vivos y muy recordados dentro de la suculenta cocina de México.

El mole poblano, el pipián, los chiles en nogada, las cemitas, los molotes, las chalupas y las gorditas son algunos de los manjares que cualquier turista no debe perderse en su visita a esta fría y colonial ciudad de los Ángeles.

Pero septiembre ofrece aún más que una fecha memorable de antojitos, patriotismo y tequila. En esta ocasión, a 205 años de un país que cada vez más causa revuelta remembrar ser o no ser un país independiente, México si celebra algo que mucha gente está perdiendo: esperanza y fortaleza y sí, ciertamente también los hechos históricos que ocurrieron el 16 de septiembre de 1810 cuando México se hizo finalmente independiente del domino Español que reinó nuestro territorio por 300 años.

Pero no solamente una fecha importante es razón de celebración, y desde luego no entraría en contradicción con estudiosos amargados que opinaran firmemente que no hay nada que celebrar el 16 de septiembre. Amar a tu país no es cuestión de periodos, sin embargo, hay episodios en la Historia de México que sin lugar a duda serán recordados toda la vida y éste es uno de ellos.

México es un país rico, desde lugares exóticos, clima, comida, tranquilidad hasta gente hospitalaria con quien quizá nos topamos algún día y sabemos que nos ofrecen un cálido abrazo, una sonrisa, una agüita de horchata y una cobija que huela a Vel Rosita.

Miguel Rosas caminaba todos los días 7 kilómetros para llegar a la escuela, y en especial Septiembre era el mes en donde siempre "metía la pata" en los charcos. Llegaba siempre a la escuela con el lodo entre los pies, y la maestra siempre tenía que decirle que se limpiara con la jerga de la entrada antes de entrar al salón. Miguel entraba riéndose de su burrada, y por lo menos tres veces por semana repetía lo mismo.

Agua por doquier, lluvias, truenos, y un par de suspiros. Nada que septiembre no nos regale por 30 días.

Septiembre como Navidad es de fecha especial para volver a volver de donde volvimos vueltos, en envolturas que volvieron a ser devueltas. Septiembre es hermoso porque es callado como capilla y firme en decisión, con ese olor tan peculiar a tierra mojada y cielos grises que nos recuerdan que lo efímero e impredecible como las tormentas en gajos son más preciosas a ser descifradas que un montón de cielos azules. Y Aunque pareciera que el cielo llorara pisando en tacones suelos de madera, no hace más que desintoxicarse de todo lo que el año se ha llevado con él, porque Septiembre es preciso y no yerra.


Septiembre enfría lo que nadie ya sabe calentar, como todos los años, Septiembre en verde, reverdece los jardines de toda abuelita que vive aun o en cielo está y purifica el ser con deseos apretados que manchan cualquier historia a sangre viva para dejar en prueba que cualquier historia existió y que hoy es el momento de hacer notar que la huella permanente solo queda si alguna vez alguien pisa un simple y desinteresado charco.

México.