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miércoles, 11 de junio de 2014

Hoy es un buen día para morir

El creacionista del día.  Gerardo Gonzalez "Aikas"







Aquél bosque era muy espeso, sus grandes árboles forrados de ramas y hojas apenas dejaban filtrarse la luz suficiente para notar que era de día. No era el camino más usado en caso de un viaje en solitario pero, sin lugar a dudas, era el más rápido. Algunos campesinos del lugar aseguraban que estaba maldito otros en cambio decían que era un viejo santuario de la naturaleza e inclusive, había quienes decían que los elfos habitaban en él. Lo único en lo que todos los lugareños concordaban era que el bosque estaba lleno de bandidos.

Pasadas unas horas  un hombre caminaba en la espesura del bosque, la última teoría comprobó el porqué del acuerdo grupal de los lugareños. Tres bandidos le plantaron cara.

Hoy es un buen día para morir. Esas fueron las primeras palabras que escuchó en  boca de quien parecía la cabecilla del grupo. Un tipo grande, complexión robusta y algo mayor. Seguramente llevaba en el negocio de lo ajeno unos diez años al menos.

Entréganos todo lo que tienes  complementó el hombre con la lanza ―así te mataremos rápidamente y sin sufrimiento.

Los contempló con suma atención. Por sus posturas aseguró que no era una amenaza para él, así que simplemente les pidió que lo dejaran pasar.

Dejadme pasar, no tengo nada en contra de ustedes.

Creo que ha escogido el camino difícil dijo el tercer hombre y, acto seguido, desenfundaron sus armas ―prepárate para morir amigo.

Caminaron hacia él y lo rodearon.

Desenfundó su mandoble y no dejo que pudieran reaccionar.

En un giro rápido y  afilado del mandoble cortó de un solo tajo las manos de su enemigo. Un solo segundo de duda del bandido bastó para dar un paso a la derecha, girar las muñecas y cortarle las extremidades.

Aquél hombre ni siquiera pudo gritar.

Dio otro paso y al girar levemente las muñecas, lanzó otro tajo. El mandoble cortó limpiamente el cuello de aquél hombre.

Las palabras se quedaron ahogadas en un grito de dolor y terminaron cayendo al suelo en un leve pujido haciéndose acompañar de una mirada de sorpresa. La mente jamás tuvo el tiempo de aceptar que había muerto, todo había sido demasiado rápido.

Se lanzaron los dos bandidos restantes por ambos lados para tratar de acabar con él, uno primero que otro y ese fue su error. El primer ataque que llegó fue a través de una lanza por su costado derecho. Tal cual de un baile se tratará, el espadachín se desplazó nuevamente.

Un paso hacia delante. La lanza siguió su camino sin impactar, pasando cerca de su torso sin ni siquiera rozarle, alzó el mandoble con las manos y deslumbró al sujeto. La brillante luz que se colaba a través de los altos árboles del bosque generó un brillo cegador por unos instantes, instantes suficientes para que no pudiera ver el movimiento que iba realizando la espada. Lo único que pudo ver fueron unas inscripciones en el filo de la espada, acompañadas de finas motas de polvo.

Giró por completo hacia él, soltó un tajo limpio arrebatando la cabeza del cuerpo.

La sangre volvió a hacerse presente y el cuerpo se desplomó sin vacilación alguna. La sangre salpicó al último de los bandidos que cayó presa de un instante de pánico.

Otra duda pensó e hizo un desplazamiento rápido.

En un instante de suerte, el bandido logró responder a tiempo para que ambas espadas se golpearan en un cruce de aceros,  del cual el limpio sonido, fruto de un choque entre filos, provocó un largo eco en el bosque. Pudo haber sido el comienzo de una batalla digna de ser recordada,  pero no estaban al mismo nivel.

Cruzó la mano por detrás de su espada,  para tomar luego por encima de la cruceta, la espada del contrario, que durante la misma acción dejó caer su espada. Jaló con fuerza ambas manos en sentidos contrarios. Su mandoble abrió fácilmente sus intestinos y acortó las distancias entre ellos. Jaló su mandoble hacia atrás y, sosteniendo la vieja espada de acero a la que se enfrentaba, dio un paso hacia adelante mientras daba una estocada dirigida hacia el corazón.

Cuando sintió el acero frío en su pecho fue cuando pudo darse cuenta de que estaba a punto de morir y solo entonces, por la desesperación de aquel momento pudo formular un balbuceo, apenas entendible, una pregunta de la cual no quería respuesta.