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martes, 25 de diciembre de 2018

DEVENIR NADA

El creacionista del día. Carlos Ryuten









La muerte es la circunstancia más importante de la existencia humana (claro está, después del nacimiento), y, por lo tanto, se vuelve en el primer misterio que el hombre ha tratado de descifrar a través de los tiempos, tal vez sea por una natural predisposición a intentar dominar cada aspecto de la existencia, incluido lo único que condiciona originalmente la nulidad de la vida.

La vacuidad que significa la muerte, ha tratado de ser “rellenada” de manera insistente en los sistemas culturales de gran parte del globo terráqueo y a lo largo de la historia. Esto no es sorprendente si tomamos en cuenta que el cerebro, normalmente, trata de rellenar los vacíos lógicos que encuentra, lo que nos permite pensar en la posibilidad de “acceder” -por decirlo de alguna manera- a la nada.

Sin embargo, también debemos tener presente que el sentido racional que se ha intentado dar como respuesta al misterio de la muerte, cae por su propio peso, dado que no existe una evidencia a favor o en contra tanto de la nada, como de una vida extramundana, lo que significa, necesariamente, que solo podemos tener una actitud escéptica ante dicha aseveración, por lo cual, filosofar, es decir, pensar, discutir, teorizar, reflexionar, cuestionar e interpretar la muerte, se vuelve un ejercicio sumamente importante, pues ello nos significaría pensar en nuestra situación límite y reflexionar sobre nuestra vida, lo que de ella esperamos y cómo es que construimos nuestra existencia particular.


Cierto es que, cuando pensamos en el sentido límite de nuestra existencia, nos topamos con una barrera auto impuesta, es decir, nuevamente consideramos nuestra vida como un fracaso por no "llegar a ser" aquello que el horizonte del deseo nos prometía. Sin embargo, la vida, al carecer de un fin determinado, y al ser horizonte de libertad, muestra cuan insignificante puede ser nuestra vida si no intentamos darle un sentido de significación. Este sentido solo puede darse con la auto interrogación, no para descubrir quién soy, más bien, para saber que no lo puedo todo. La muerte es el acontecimiento más concreto, pues nos devuelve a la paz de la nada, pero para entender está paz, primero se debe sufrir, por ello dirá bellamente Zambrano: "la filosofía es la preparación para la muerte, y el filósofo, el hombre maduro para ella”.


Mientras que las civilizaciones antiguas manifestaban un profundo respeto por el “más allá”, realizando rituales, ofrendas y un profundo concepto de fe en la vida ultraterrena. Si observamos las civilizaciones más importantes de la antigüedad, comprenderemos un estrecho vínculo dado entre la muerte, como una recompensa por una vida bien conllevada, incluso, en la religión hindú se manifiesta el dharma (vida correcta), como condición de ascenso en el ciclo del samsara, es decir, que la persona en su próxima vida podría “renacer” en una casta superior. También estaba, por supuesto, la consideración contraria, pues si la persona no había llevado una vida cabal, podría bajar de rango o incluso renacer en un animal. Es sumamente importante comprender esta relación con la muerte como ciclo de renacimiento, pues conlleva una responsabilidad con nuestros actos como condición ética. No es la muerte un castigo o una recompensa, más bien, es una transición en el paso del perfeccionamiento del alma, que debe conducir a la destrucción del velo de maya y la ruptura del ciclo del samsara, para convertirse en “nada”.

Otro sentido que se ha dado a la muerte, es el de la recompensa y castigo. Podemos observar diferentes mitos sobre un cielo o infierno, es decir, un premio por una conducta ejemplar, o una condena por una mala vida. De alguna manera podemos interpretar esto como una condición de poder ejercida hacia el pensamiento mismo del humano, condicionando su conducta y sus acciones ante la promesa de una eternidad en la cual le es imposible decidid o siquiera realizar un acto de libertad. Por supuesto, aquí la muerte tiene un aspecto de concatenación social, y su propósito es netamente punitivo y estatal. Se trata de seguir las normas erigidas por el regente, para obtener algo de acuerdo a su comportamiento.


Ya en el mundo cristiano, la muerte se observa como un castigo divino, impuesto al humano por haber desobedecido los mandatos que le fueron asignados, por lo cual, la muerte pasa a ser una situación de vergüenza. La vida ahora se ha vuelto más dura, se ha vuelto en un tormento, y la muerte no significa una liberación a este tormento, en realidad, solo es un estadio temporal mientras llega el juicio final, lo que significa una sumisión más fuerte al poder de la iglesia.

Ya en el mundo prehispánico, específicamente en la cultura Mexica, la muerte no es un acto punitivo o de premio, si bien es cierto que tiene distintos tipos de paraísos, a los cuales se accede dependiendo de la causa de fallecimiento, es el viaje a Mictlán lo que resulta más interesante. Es cierto que otras civilizaciones han pensado en un inframundo lleno de obstáculos y penurias, pero, normalmente estos se dan con el propósito de revivir, lo cual ha permitido dar interpretaciones simbólicas como los mitos órficos o eleusinos. Sin embargo, aquí el viaje se da en un proceso de deshumanización en el más puro sentido de la palabra, me explico: desollar el cuerpo, infligir dolores, ser arrastrado por los vientos (clara interpretación de la perdida de la razón, los sentimientos y de la mente en general), etc., significa aquí una perdida con toda la condición pasada en vida, una renuncia categórica a todo lo que pueda significar lo humano, para fundirse finalmente en la nada. Así, pareciera que el destino concreto de todo ser humano es devenir nada, a saber, que la vida misma carece de un sentido especifico, y, por lo tanto, de un telos que lo pueda conducir hacia un horizonte más prometedor o mejor. 


El hombre, al final, será devorado por la nada misma al final de su existencia, sin importar si fue bueno o malo, lo que a muchos podría conducir a un nihilismo al carecer de fundamento la existencia misma. Sin embargo, aquí es donde se vuelve más potente el pensamiento náhuatl, pues nos indica una profunda conexión entre el actuar humano, y una ética incondicionada por un premio o un castigo. Es, quizá, una de las pocas culturas que piensa la relación de la vida como una ética por si misma, y a la muerte, como un desprendimiento que necesita de la vacuidad del mundo para fundirse con el todo. Tal vez, una interpretación de dicha condición tenga que ver con las guerras floridas, pues estas, al darse como una ofrenda de sangre a los campos para mantenerlos fértiles y como un agradecimiento a los dioses por permitirles existir, nos muestra una estrecha relación entre el humano y la naturaleza. Después de la muerte, podríamos decir, persiste el espíritu, y este regresa en ciertos días para volver a convivir con su familia, lo que significa que aún no se extingue, lo cual es un sinónimo de subsistencia por medio de las cosas mundanas.



 Para volverse uno con el todo, es decir, llegar a extinguirse y ser una especie de “abono” para lo mundano, debe olvidar incluso lo que retiene en su alma de la vida pasada, de ahí que tenga que sufrir tales martirios para estar junto a Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl. Es el sentido más hondo del sufrimiento como condición primaria para encadenarnos a este mundo por medio de los deseos, o, a lo que Schopenhauer llamara “voluntad de vida”. Así, la muerte es solo una condición de un estadio del paso del ser al del no-ser, en el sentido más humano, pues no existe un porvenir en la llegada al Mictlán.


Al final, la muerte puede darnos distintas formas de significación e interpretación, todas igual de validas, pues en realidad nos manifiesta, de alguna manera, la misma visión que tenemos sobre la senda de nuestra vida. Es cierto lo que dice Epicuro, mientras la vida es, la muerte no es, cuando la muerte es, la vida no es, pero siempre debemos tener en cuenta que la muerte, en último caso, la legamos a quienes nos sobreviven, de ahí que debemos tener una mayor responsabilidad con nuestro aspecto limite, ya que él nos pertenece solo a nosotros, y en cuanto este se da, se vuelve de un orden público. La vida se puede dar en la dimensión de un espacio interior, pero la muerte también se puede convertir en la desnudez y la irrupción de ese espacio privado. Por eso, la muerte debe ser algo sagrado, que debe servirnos para reflexionarla en el campo de la hermenéutica y la filosofía, y no en el campo de lo individual, pues muchas veces, lo que sufrimos no es la pérdida de un ser querido, si no, la condición de posibilidad de un goce con aquella persona, un sentimiento más egoísta que debe ser puesto en juicio para comprendernos a nosotros a mismos, y no poner en juicio al fallecido por sus actos, pues estos, ya han sido condenados al reposo del pasado.